Tentando al diablo
Parece que definitivamente la pugna pol¨ªtica se "judicializa" (y viceversa). No es ¨¦sa precisamente la tarea asignada a la divisi¨®n de poderes prefigurada por Locke all¨¢ por el siglo XVII. El problema, gran problema, sobre si ha de disolverse el grupo parlamentario de Sozialista Abertzaleak en el Parlamento Vasco (con una posible consecuencia de inhabilitaci¨®n de la propia Mesa del Parlamento), est¨¢ enfrentando al poder judicial espa?ol (CGPJ) con la sala natural que entiende sobre el caso en el Pa¨ªs Vasco (Sala de lo Civil y Penal del TSJPV) de un modo alarmantemente pol¨ªtico. (Con ayuda de los se?ores Oreja y Azkarraga, que act¨²an como grandes y torpes amplificadores del asunto.) Por su parte, los gobiernos de Vitoria y Madrid creen poder interferir en el caso impunemente. No es esto, no es esto, hubiera dicho Locke (o su ep¨ªgono Montesquieu) de haber vivido hoy.
Es cierto que grandes batallas pol¨ªticas han tenido lugar en los tribunales. El pa¨ªs caracter¨ªstico en este sentido es el de los EE.UU. El caso Dred Scott contra Sanford en Minnesota (1857), prefigur¨® la pugna sobre el esclavismo en aquel pa¨ªs. Varias leyes proscribieron el Ku-Klux-Klan hacia 1870-1871. Pero buena parte de la pugna contra aqu¨¦l y por los derechos civiles de los negros, pas¨® por las salas de justicia. El caso Brown contra el Consejo de Educaci¨®n de Topeka (1954) oblig¨® al Tribunal Supremo a pronunciarse sobre una ense?anza racional y cient¨ªfica en las escuelas. El caso Watergate (1973-4) hizo que ¨¦ste interviniera sobre la pureza de los usos pol¨ªticos. Etc¨¦tera. Hasta el caso Levinsky en que intervino una Comisi¨®n Judicial de la C¨¢mara. De modo que los tribunales forman parte de los instrumentos para el buen gobierno de las sociedades. En este sentido, son tambi¨¦n ¨®rganos pol¨ªticos y entienden sobre el debate p¨²blico. De eso no cabe la menor duda.
Pero -y aqu¨ª hay que volver a los padres de la idea- la legitimidad, y las convenciones y normas de los tres poderes deben ser radicalmente diferentes para que generen unos equilibrios que se contrapesen entre s¨ª. Y esto debe articularse como entramado institucional de un lado. Pero, de otro, debe asentarse s¨®lidamente como cultura pol¨ªtica.
En Espa?a, el entramado institucional tiene excesivas carencias, cruzando en demasiadas ocasiones los tres poderes (listas parlamentarias nombradas desde el Ejecutivo, disciplina de voto -con el Ejecutivo, naturalmente-, CGPJ nombrado como pacto entre partidos con nombres adscritos a cada partido, etc¨¦tera). Es cierto tambi¨¦n que la normativa actualmente existente no est¨¢ hecha para contemplar casos tan extraordinarios. Sin embargo, esas carencias podr¨ªan salvarse. Y la normativa, como en cualquier patio de vecindad, irse completando con una pr¨¢ctica pulcra. Lo que falta de modo escandaloso en este ap¨¦ndice de Europa es una cultura y una pr¨¢ctica de divisi¨®n de poderes. Y una extra?a fascinaci¨®n de pol¨ªticos, incapaces de articular canales de di¨¢logo, y jueces por la justicia penal para elucidar todo contencioso pol¨ªtico. El caso m¨¢s sangrante puede ser el de la Fiscal¨ªa General. La actual, de manera se?alada. Pero tambi¨¦n las anteriores. Y -por volver a la actualidad- el enredo en que nos han metido unos y otros, pol¨ªticos y jueces (o viceversa) con la ya "popular" Sala de la Discordia (menudo nombrecito).
Enredo en el que, por cierto, se trata de inhabilitar -o no- a nada menos que a parte de la mesa de un parlamento. (Asunto ya envenenado por una actuaci¨®n tal vez excesiva del Tribunal Supremo en relaci¨®n con la Ley de Partidos, y por cierto filibusterismo de Juan M? Atutxa.)
?Tiene esto salida? Me temo que no. Que todo ello no hace sino encrespar los ¨¢nimos y enturbiar la vida social. S¨®lo un cambio de ciento ochenta grados en la vida p¨²blica del pa¨ªs podr¨ªa generar esperanza. Pero eso no es ni esperable ni se ven en el horizonte fuerzas pol¨ªticas capaces de producir ese giro. ?La virtud de una sociedad cansada? ?Cierta rebeli¨®n social? Lo cierto es que la sociedad no es ni virtuosa ni perversa en s¨ª misma. Aunque pueden producirse ambos fen¨®menos en su seno (me ahorro los ejemplos). Pudiera finalmente darse una "rebeli¨®n a la italiana", que nadie desea, con el engendro de un Berlusconi a la espa?ola (o a la vasca). No es probable, pero no tentemos tan descaradamente al diablo.
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