?Y t¨² de qui¨¦n eres?
Me introduzco en el fuego cruzado con mi pa?uelo blanco; miro a mi izquierda, y veo avanzar a una multitud anunciando que el fin del reinado es inminente. Anarqu¨ªa, anarqu¨ªa, o algo as¨ª es lo que proclaman. Quieren a un humilde trabajador en el poder; a un Hamilton que dej¨® sus mejores a?os al servicio del rey Amstrong; a un Zubeldia que confirma su progresi¨®n y que comienza a perder el miedo a las represalias cortesanas; a un Mayo rebelde y contestatario que tiene la palabra atacar en su epitafio; a un Vinokourov que ha decidido dejar de ser un segund¨®n, o si llega el caso, a un Ullrich que vuelve a ser aquel que triunf¨® en aquel golpe de estado del 97.
Y por mi derecha, como no, los defensores del rey, que son pocos, pero que sacan mucho pecho. Llevan lemas en un idioma extra?o que no acierto a comprender, aunque transcribo: Be careful, the king is the king; god save the king Armstrong; Go Lance, go, this is your race. Hablan tambi¨¦n raro, como con un chicle en la boca, y aunque tan s¨®lo acierto de vez en cuando a entender la palabra super, ya se cu¨¢l es su postura, a buen entendedor pocas palabras.
Se me acercan, y noto como me atacan miradas inquisitivas por ambas partes: ?y t¨² de qui¨¦n eres? No, yo tambi¨¦n soy corredor... bueno s¨ª...pero ahora no... ahora hago como de periodista. ?Que de qui¨¦n eres hemos dicho, no te andes con rodeos! Yo, un poco por ingenuidad y otro por ganar tiempo digo: no, yo soy del equipo de Richard. S¨ª, de Virenque, el rey de la monta?a, les aclaro. Veo caras de dudas y gestos de confusi¨®n, pero aunque la palabra rey no haya sonado bien en ninguno de los dos bandos, hacen como un gesto de desprecio y veo con alivio como todos deciden continuar su camino. Uf, que tensi¨®n, de buena me he librado, pienso para mis adentros. Quiz¨¢ la pr¨®xima vez no tenga tanta suerte.
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