Extinta Beneficencia

Una cuita, de la que mi pudor y mi derecho a la intimidad me autorizan a no dejar constancia de su naturaleza y ubicaci¨®n, me llev¨® al servicio de Dermatolog¨ªa de la Seguridad Social (que para eso pago todos los meses la iguala). Tiempo tuve de preocuparme por si al sentir el tacto de la tocadora, as¨ª fuera preservado por finos y sugerentes guantes, aumentara de tama?o mi aludida cuita... Pero no, fui atendido por un distante y as¨¦ptico tocador que, armado de una potente lupa-catalejo, observ¨® mi astro desde sus alturas instruy¨¦ndome para que yo mismo lo hiciera orbitar. Acto seguid¨ªsimo, con un laconismo profesional amparado en su humano inter¨¦s por no preocuparme, opt¨® por no desvelarme la hip¨®tesis a la que, a priori, apuntaba su sideral exploraci¨®n, posponiendo su or¨¢culo hasta disponer de los an¨¢lisis.

Recuerdo a un vecino que tuve, a quien un d¨ªa, ante varias colas que aguardaban en la puerta de su consulta, le dije: "parece que va bien el negocio, vecino", y ¨¦l me contest¨®: "?Que va!, ¨¦stos son del seguro". ?l era veterinario, y sus pacientes, perros callejeros.