Loa al tresillo de vest¨ªbulo
En los vest¨ªbulos de algunos bloques de pisos hay un sof¨¢ de escay marr¨®n, generalmente tremebundo. No ha sido comprado en ninguna tienda de sof¨¢s, sino aportado por un vecino al que le da pena tirarlo porque "est¨¢ pr¨¢cticamente nuevo". No niego la posibilidad de que alguno de esos sof¨¢s horrendos haya sido adquirido a prop¨®sito para ser colocado en el vest¨ªbulo, pero no es lo habitual. As¨ª que, aprovechando que la mayor¨ªa de ustedes est¨¢n ya de vacaciones, salgo a buscar un sof¨¢ de vest¨ªbulo c¨®modo, donde leer los peri¨®dicos. En el sal¨®n de mi casa no se puede estar, porque es peque?o y no cabemos. Y ?para qu¨¦ existen esos sof¨¢s, sino para que se sienten las visitas? Claro que si ustedes se dedican a observar el sof¨¢ de su vest¨ªbulo durante semanas, ver¨¢n que jam¨¢s se sienta nadie en ¨¦l, pero precisamente por eso es hora de reparar el error hist¨®rico. Si queremos una ciudad multicultural y mestiza, lo primero que tenemos que hacer es una jornada de puertas abiertas de vest¨ªbulos.
La mayor¨ªa de los sof¨¢s de los vest¨ªbulos han sido aportados por alg¨²n vecino al que le da pena tirarlo porque "est¨¢ pr¨¢cticamente nuevo"
Empiezo la selecci¨®n en la calle de Castillejos, esquina Ni?a. All¨ª hay un ejemplar cl¨¢sico de sof¨¢: es de polipiel marr¨®n y feo con ganas. Sin embargo, por mucho que llamo a la puerta y le explico mis intenciones al presidente de la comunidad, no me abre. Bajo hasta la avenida Mistral, esquina con Floridablanca, donde nos encontramos con un vest¨ªbulo largo y estrecho que alberga tres sof¨¢s en l¨ªnea de cara a la pared. Son tres piezas de dos plazas, ideales para que seis adolescentes, en grupos de dos, se echen la siesta. Sin decidirme por ellos, me deslizo hasta la calle de Sic¨ªlia. All¨ª han optado por algo m¨¢s sobrio. Han colocado dos bancos de estilo castellano, tambi¨¦n en l¨ªnea. Son muy bonitos, con su Don Quijote en relieve, pero inc¨®modos. No tienen ni un triste coj¨ªn. Las revistas de interiorismo, que dedican n¨²meros a la decoraci¨®n de terrazas, entradas o trasteros, nunca han pensado en hacer un extra de vest¨ªbulos, para orientarnos.
Termino mi ruta en la calle de Garc¨ªa Mari?o, esquina con la avenida del Tibidabo. All¨ª se encuentra el vest¨ªbulo de unos conocidos a los que no les importa que me siente a leer un poco, mientras les vigilo la finca. Esto es la zona alta, pero los tres sof¨¢s marrones son igual de feos que todos. Sin embargo est¨¢n dispuestos en forma de tri¨¢ngulo, para fomentar lo que llamar¨ªamos la buena conversaci¨®n.
Entre los tres sof¨¢s, sobre la alfombra, hay una mesa baja. Me desparramo. Y encender¨ªa un cigarrillo si no fuera porque no fumo, as¨ª que me pongo a reflexionar a pelo. La idea del sof¨¢ vestibulero es heredera del descansillo, ese asiento que se encuentra en algunos tramos de escalera para que los que suben se tomen un respiro antes de continuar. Cuando eres joven no lo entiendes. Sin embargo, con la edad, las consumiciones et¨ªlicas y el colesterol, empiezas a valorarlo. Cada vez somos m¨¢s los ciudadanos que, de camino del ¨¢tico, aprovechamos el descansillo para relajarnos tomando una copa que acompa?amos de unos frutos secos. As¨ª pues, en buena l¨®gica, el sof¨¢ deber¨ªa estar en el descansillo. Pero no cabe. Y si cupiera o cupiese, los vecinos preferir¨ªan usar ese espacio sobrante para instalar un ascensor. Por eso, el sof¨¢ se coloca en el vest¨ªbulo, donde s¨ª que cabe, aunque su funci¨®n all¨ª es del todo in¨²til. Para comprobar mi tesis, inicio la traves¨ªa hasta el ¨¢tico. Como me tem¨ªa, al llegar al rellano del principal estoy destrozada y en el primer piso no puedo con mi alma. Me echar¨ªa un rato, pero no hay sof¨¢. De manera que no tengo m¨¢s remedio que volver hasta el vest¨ªbulo. Todas las veces que inicio la traves¨ªa me canso en el primer piso y me veo obligada a volver a bajar, as¨ª que nunca consigo coronar la cima. Claro que podr¨ªa optar por no descansar a la subida, sino al llegar abajo. Pero, bajando no sueles cansarte ni la mitad que subiendo.
Otra vez en el vest¨ªbulo, sigo con mis reflexiones. El lugar en el que me encuentro no tiene nada que envidiar a un sal¨®n, y yo s¨®lo aconsejar¨ªa a los vecinos que pusieran aqu¨ª y all¨¢ alg¨²n detalle que creara hogar. Un portarretratos en la mesita con la foto de un modelo (por ejemplo Mark Vanderloo) y un bloc para anotar recados. Tambi¨¦n deber¨ªa haber un revistero, un tel¨¦fono y una televisi¨®n. Todo el mundo sabe que la falta de espacio es un problema en los pisos de hoy en d¨ªa. Muchos padres se ven obligados a ceder el sal¨®n a sus hijos y a los amigachos de sus hijos y a recluirse en el dormitorio a ver la tele peque?a. Por eso, ?qu¨¦ menos que usar el vest¨ªbulo? ?Por qu¨¦ no darle una nueva vida al sof¨¢ marr¨®n? Yo no digo que se tengan que organizar representaciones de teatro de tresillo en los vest¨ªbulos (aunque algunos son m¨¢s grandes que la mayor¨ªa de salas de teatro alternativo), pero s¨ª que creo que se deber¨ªa recuperar esa costumbre de antes. Antes, los vecinos sacaban la silla al portal y hablaban, con un botijo de agua anisada a los pies. Ahora, la contaminaci¨®n ac¨²stica lo hace dif¨ªcil. Pero gritando un poco m¨¢s lo solucionar¨ªamos. Habr¨ªa que ir pensando en sacar nuestros tresillos a la calle y hablar de acera a acera.
Total, en las aceras ya hay motos, carteles con el men¨² de los bares, carritos de ir a la compra atados a las farolas y marquesinas de autob¨²s. Pi¨¦nselo, se?or Clos.
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