La casa de l'Ardiaca
Les parecer¨¢ una propuesta t¨®pica, de cicerone adocenado, pero en realidad se trata de algo mucho peor: de una vil complacencia hacia la juventud perdida, de un ataque de nostalgia. Descubr¨ª la Casa de l'Ardiaca -frente a la capilla de Santa Ll¨²cia y sobre la muralla romana, vecina al palacio episcopal y justo en la entrada m¨¢s solemne del barrio g¨®tico barcelon¨¦s- a finales de la d¨¦cada de 1960, como sede que era y es de la Hemeroteca Municipal; pero fue a lo largo de la d¨¦cada 1975-85 cuando, sujeto al imperativo curricular de elaborar primero una tesina y despu¨¦s una tesis doctoral- la convert¨ª poco menos que en mi segunda residencia.
En aquella ¨¦poca, la sala de lectura del centro se hallaba en la primera planta, y pronto apreci¨¦ el raro privilegio que supon¨ªa trabajar bajo sus altos techos de nobles artesonados, o salir a estirar las piernas a la terraza adyacente, junto a la inveros¨ªmil esbeltez de la emblem¨¢tica palmera, o charlar con un colega paseando por el fresco patio renacentista, alrededor de la fuente cubierta de musgo: como un peque?o Oxford en el coraz¨®n de Barcelona.
All¨ª, por aquel entonces, no s¨®lo exhum¨¢bamos historia, tambi¨¦n la viv¨ªamos; verbigracia, la sesi¨®n constitutiva del primer Ayuntamiento democr¨¢tico de la ciudad, tras las elecciones municipales de 1979, acto al que acudimos en cuadrilla los funcionarios de la casa y los usuarios m¨¢s recalcitrantes; o la retirada de las letras de bronce que, en el frontero muro de la catedral, hab¨ªan proclamado durante m¨¢s de cuatro d¨¦cadas: "Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera, ?Presente!"; o, la ma?ana del 24 de febrero de 1981, el desenlace del tejerazo, que pudimos seguir gracias a un transistor instalado en la sala... contraviniendo toda norma bibliotecaria.
Naturalmente, la privilegiada ubicaci¨®n de la Casa de l'Ardiaca tiene tambi¨¦n ciertos inconvenientes: por Navidad, el despliegue de la feria de Santa Ll¨²cia convert¨ªa su entorno en casi intransitable, ocupado por una masa compacta de abetos, belenes y reba?os de escolares; durante los meses veraniegos, en aquel tiempo jur¨¢sico anterior al aire acondicionado, cantantes y m¨²sicos callejeros te perforaban los t¨ªmpanos y el cerebro a base de repetir una y otra vez la misma melod¨ªa mientras t¨² tratabas de concentrarte en las p¨¢ginas... pongamos que de El Diluvio; y, casi todo el a?o, riadas de turistas bloqueaban la puerta para contemplar el curioso buz¨®n modernista de lo que fue Colegio de Abogados y atender a la explicaci¨®n de sus gu¨ªas (?en cu¨¢ntos idiomas y con cu¨¢ntas variantes la habr¨¦ o¨ªdo?) sobre la tortuga -portadora de las malas noticias- y las alondras -mensajeras de las buenas nuevas-; o para fotografiar, por Corpus, l'ou com balla que, en la fuente del patio, compite con el del cercano claustro catedralicio.
Por cierto que, uno de esos a?os, el conserje de la casa se cans¨® de preparar fr¨¢giles c¨¢scaras vac¨ªas para el tradicional espect¨¢culo: agarr¨® un pedazo de porexpan blanco y una navaja, y fabric¨® un falso huevo irrompible e imperecedero. Hoy, despu¨¦s de largos trabajos de rehabilitaci¨®n, Ca l'Ardiaca luce un renovado esplendor, es accesible a personas con movilidad reducida y posee, en su piso m¨¢s alto, una moderna sala de lectura climatizada a la que puedes llevarte el ordenador port¨¢til y desde la cual se dominan la plaza Nova y los esgrafiados de Picasso en el Colegio de Arquitectos... Con todo, quiero creer que, modesto testigo de d¨ªas m¨¢s austeros, aquel huevo ful sigue bailando cada junio su danza acu¨¢tica para admiraci¨®n de propios y, sobre todo, de extra?os.
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