La guarida

Quien pone una bomba en una zona abarrotada quiz¨¢ no se vea como un monstruo: es posible que se tenga por un guerrero cabal; es probable que sus convecinos lo tengan por un joven campechano aunque algo levantisco, alguien en quien se puede confiar. Quien observa a distancia c¨®mo todo hace boom es un manitas de los explosivos, que despu¨¦s debe de tener una vivienda en la que cobijarse, como esa que han descubierto en Valencia.

?C¨®mo es su guarida? En las intervenciones p¨²blicas, algunos echamos en falta el an¨¢lisis psicol¨®gico del verdugo y de sus pertenencias. Necesitar¨ªamos a alguien que nos ayudara a evaluar su psique, lo que constituye su existencia ordinaria. A pesar del horror de que es capaz, a ese individuo nos cuesta tomarlo como una simple fiera. Queremos pensarlo como un Rask¨®lnikov da?ino, t¨®xico, peligroso. Pensamos, en efecto, en el homicida de Crimen y castigo, una fiera con perfiles, con odios personales, con cargas familiares, con alg¨²n remordimiento. ?Pero y si, por el contrario, se parece m¨¢s a aquel personaje de Joseph Conrad, dinamitero sin escr¨²pulos, que dec¨ªa desentenderse de cualquier sentimiento? ?Cu¨¢les son las peque?as cosas en las que piensa nuestro dinamitero de hoy? ?Qu¨¦ almacena en su guarida? ?Su perfecto detonador?