La mirada del peregrino
A Vilafranca se ha de llegar, si es posible, caminando, como narra Josep Maria Espin¨¤s en A peu per l'Alt Maestrat, aunque esta industriosa villa pertenezca en realidad a Els Ports, porque nunca estuvo sujeta al dominio del Maestre. Espin¨¤s, si la memoria no me traiciona, enfil¨® la amplia y pujante avenida de Castell¨®n y se dio cuenta en seguida de la importancia que en este municipio con aires de peque?a capital de algo ten¨ªa la f¨¢brica Marie Claire, que da trabajo a media comarca y palia extraordinariamente la grave tendencia regional hacia el despoblamiento.
Dec¨ªa que hay que llegar a Vilafranca a pie, y pararse a admirar los quil¨®metros y quil¨®metros de piedra en seco (hasta mil, seg¨²n c¨¢lculos ind¨ªgenas), muros y casetas de monte, que pueblan su t¨¦rmino. ?ste es el paisaje que ha subyugado a cineastas como Ken Loach (Tierra y libertad) o Manuel Lombardero (En brazos de la mujer madura). Fue tambi¨¦n la excusa para que Francesc Jarque diera hace dos a?os una austera lecci¨®n de fotograf¨ªa, la exposici¨®n L'home i la pedra. Luego el tambi¨¦n fot¨®grafo Francesc Miralles, junto con Julio Monfort y Margarita Mar¨ªn, han respondido coralmente con Els homes i les pedres, un bello volumen de etnolog¨ªa pr¨¢ctica y una sencilla demostraci¨®n de amor a un pa¨ªs.
"A Vilafranca hay que llegar a pie, y pararse a admirar los quil¨®metros de piedra seca"
"?ste es el paisaje que ha subyugado a cineastas como Loach o Manuel Lombardero"
Se podr¨ªa decir, en efecto, que Vilafranca est¨¢ aquejada del "mal de la piedra", una dolencia que, en la vertiente biol¨®gica, ha atacado a creadores insignes como Miguel ?ngel o Van Gogh. Y si hay una piedra -una Gran Piedra- emblem¨¢tica en sus alrededores es el Penyagolosa. Distante tan s¨®lo a cinco o seis horas a pie desde Vilafranca, el Penyagolosa nos interroga con su etimolog¨ªa dudosa, sea la "pe?a colosal" de Cavanilles, la "pinna aquilosa" (cumbre de ¨¢guilas) de Coromines o la "pinna lucosa" (de lucus, bosque sagrado) de Vicent Pitarch. Precisamente Pitarch sabe bien qu¨¦ significa viajar a pie. Su reciente libro De cam¨ª a Fisterra narra dos itinerarios diferentes para hacer el camino de Santiago, un vadem¨¦cum austero (como su rom¨¢nico predilecto) que es una aut¨¦ntica gu¨ªa espiritual para peregrinos dispuestos a exorcizar sus soledades.
A veces da la impresi¨®n de que lo que necesita un pa¨ªs como Els Ports es justamente un camino de Santiago, alg¨²n tipo de revulsivo que lo coloque en un mapa. Si de algo se quejan Vilafranca y el resto de poblaciones de la comarca es de encontrarse eclipsadas por el atractivo monol¨®gico de Morella, un poco como si hubi¨¦ramos vuelto a la humillante situaci¨®n medieval resumida en el r¨®tulo de "Morella y sus aldeas".
Pero, ?c¨®mo competir con el esplendoroso sky line de la ciudad amurallada? Vilafranca tiene, sin embargo, su propio aunque casi desconocido sky line, que es la vista que ofrece desde Els Prats, en el antiguo camino de Benassal y que ilustra este art¨ªculo. Al viajero que, quiz¨¢ inopinadamente, llegara por esta humilde pista para ingresar en la villa por lo que fue su n¨²cleo originario -el barrio del Maset, el casco antiguo-, el descubrimiento de ese perfil escondido desde la lejan¨ªa lo llenar¨ªa del alborozo que nos inunda cuando accedemos a fragmentos de la realidad que no estaban en el programa.
S¨®lo desde aqu¨ª, en efecto, la horizontalidad cong¨¦nita de Vilafranca se estratifica disciplinadamente para orientarse hacia el cielo. Tras esa visi¨®n podemos indagar ya un poco mas, y perdernos por las callejuelas sembradas de arcadas g¨®ticas, donde se alzaba la primitiva muralla y donde podemos encontrar, como joyas secretas, un par de sensacionales retablos: el de Valent¨ª Montoliu en el antiguo ayuntamiento (que Joan Fuster juzg¨® de lo mejor de la historia del arte valenciano) y el de Bernat Serra en la iglesia de Santa Mar¨ªa Magdalena.
Y es que aqu¨ª todo lo bueno se esconde en busca de una mirada diferente, que debe ser sin duda la del peregrino.
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