El secreto musical mejor guardado de Inglaterra
M¨¢s que un festival, m¨¢s que una escuela de verano, Dartington es la alternativa a Glyndebourne. Un milagro en plena campi?a del sur de Inglaterra y un ejemplo de c¨®mo invertir en cultura.
A la hora del concierto, John G¨®mez, un estudiante de percusi¨®n y composici¨®n en la Universidad de York, de padre espa?ol y madre inglesa, avisa de su inicio tocando la campana alrededor de Dartington Hall, capilla de finales del siglo XV convertida en sala de conciertos por Leonard y Dorothy Elmhirst, tras comprar los terrenos en que se encuentra en 1925. Los Elmhirst eran, naturalmente, millonarios, hijos de buenas familias, y volv¨ªan de pasar tres a?os en Bengala con Rabindranath Tagore, lo que puso en el disparadero sus ideas radicales, nada comunes en gentes como ellos.
Dartington se convirti¨® a partir de entonces en un experimento de rehabilitaci¨®n arquitect¨®nica al encargarle sus nuevas instalaciones a Walter Gropius y William Lescaze, y de irradiaci¨®n social cuando, en 1932, Leonard Elmhirst trajo de la Uni¨®n Sovi¨¦tica las t¨¦cnicas de inseminaci¨®n artificial para el ganado.
Hoy Dartington es, al mismo tiempo, un centro de investigaci¨®n sociol¨®gica y ecol¨®gica, una escuela de m¨²sica y la sede de un festival que ha sido durante muchos a?os el secreto mejor guardado de la vida musical brit¨¢nica, un lugar del que se habla como en voz baja, no vaya a ser que cualquier verano sus jardines se hagan intransitables o que en los paseos por la campi?a que lo rodea se oiga algo m¨¢s que el trino de los p¨¢jaros o los ejercicios de los m¨²sicos. Nada que ver, pues, con Glyndebourne y su aristocr¨¢tica exclusividad ni con los Proms y su democracia asamblearia. Se trata del triunfo de un despotismo ilustrado que supo transmitir las riendas del poder a los que sab¨ªan de estas cosas.
En medio de la Inglaterra profunda, a tiro de piedra de lugares de veraneo como Torquay o Dartmouth, Dartington se convierte cada a?o durante un mes en el para¨ªso de los estudiantes de m¨²sica, de los j¨®venes profesionales y de unos habitantes de la zona a los que, probablemente, no les guste demasiado que se hable de su tesoro escondido. El lugar es el m¨¢s hermoso que se pueda imaginar, rodeado de colinas que son puro paisaje ingl¨¦s, accesible por carreteras por las que dif¨ªcilmente pasa un autom¨®vil de dimensiones normales, habitado durante la escuela de verano por j¨®venes que aprenden de maestros como el Cuarteto Brodski, I Fagiolini, la soprano Evelyn Tubb o el compositor Peter Sculpthorpe que, tras los cursos, presentar¨¢n el trabajo de sus alumnos en conciertos, recitales y representaciones oper¨ªsticas.
Este a?o la parte del le¨®n se la llevan el barroco y la m¨²sica antigua, Britten y la creaci¨®n brit¨¢nica contempor¨¢nea. Durante esta semana la propuesta se hac¨ªa casi imposible de seguir, con conciertos durante todo el d¨ªa. I Fagiolini grababa para su aparici¨®n en DVD el a?o pr¨®ximo L'Amfiparnasso de Orazzio Vecchi, y ya se sabe que la agrupaci¨®n inglesa es hoy el m¨¢ximo exponente de la recuperaci¨®n de la m¨²sica veneciana del XVI y el XVII. Maravilloso grupo de cantantes y actores, fue toda una experiencia verles ante un decorado ¨²nico -una calle de Venecia que pudiera haber estilizado Giorgio de Chirico- representando a las figuras de la commedia dell'arte con el apoyo de un clave y un la¨²d -que tocaba, por cierto, el espa?ol Eligio Quinteiro-. Casi hasta la una de la madrugada permaneci¨® en sus asientos un p¨²blico que hab¨ªa pagado cinco libras (seis euros) por su entrada.
Al d¨ªa siguiente, la orquesta del Festival -una docena de j¨®venes alumnos de una brillantez sorprendente- se encaraba con un programa de m¨²sica de hoy entreverada con obras de Ravel y Hindemith bajo la direcci¨®n de David Angus. Sorprendente el Concierto n¨²mero 2 de David Matthews, una obra madura, intensa, delicadamente construida en la que brill¨® la solista Nicola Loud, la gran esperanza del viol¨ªn ingl¨¦s. Viernes y s¨¢bado, los alumnos de interpretaci¨®n barroca -ojo en el futuro con la soprano Alison Guill- negociaban Orlando de H?ndel con una soltura absoluta bajo la direcci¨®n esc¨¦nica de Pete Harris, musical de Steven Devine y unos trajes de ensue?o dise?ados por Gabriel Gillick. Un milagro este Dartington. Y un ejemplo.
![Los espectadores se sientan en plena campi?a durante el festival de Dartington.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/JSU54VCIAPO4JVY7UYC7IJ6J4U.jpg?auth=77aca7c75846f4603a6f159c5830b13ae8c72d4a6ed02a40be2ac05bd0eea306&width=414)
Sin colorantes ni conservantes
Como en cualquier pueblo brit¨¢nico que se precie, el pub es en Dartington el punto de encuentro. Su toque personal lo da la prioridad de lo org¨¢nico. En un pa¨ªs en el que crece alarmantemente el n¨²mero de obesos, la comida y la bebida org¨¢nicas se imponen. Primero fue una moda y hoy ha pasado de alternativa algo irritante en su anhelo de obligatoriedad a propuesta pol¨ªticamente correcta y, por supuesto, tambi¨¦n m¨¢s cara. Los anuncios de leche org¨¢nica -y libre de grasa casi al cien por cien- pueblan los caminos a la entrada de las granjas. Hasta la pinta puede ser de cerveza org¨¢nica, sin colorantes ni conservantes, con lo que la siempre dif¨ªcil borrachera con tan escaso grado alcoh¨®lico como ofrecen las de este pa¨ªs garantiza la buena conciencia a la hora, m¨¢s bien tr¨¢gica, de la resaca.
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