Al habla Scorney
Las cicatrices hacen juego con el sombrero borsalino, que hoy es de color canela. La m¨¢s larga, de unos diez cent¨ªmetros, ondula oblicua en la mejilla izquierda como un sutil logotipo comercial en la persiana de las arrugas. Destella el anillo con el diamante azul cielo de Jagersfontein de once quilates y medio. Intento verlo como se le recuerda en la cumbre: traje de figur¨ªn, corbata de seda, arquitectura de estibador e incipiente panza de banquero. "Un buen toro de lidia", anot¨® Noble Burns. Alphonse Capone falleci¨® oficialmente el 25 de enero de 1947, en su mansi¨®n de Florida, as¨ª que no me ha sido f¨¢cil obtener esta entrevista.
En el lugar inc¨®gnito donde transcurre la conversaci¨®n, Al Capone conserva los elementos principales del decorado de su antiguo despacho en el hotel Lexington de Chicago, entre las calles 22 y Michigan, y sede central de aquel pr¨®spero holding delictivo. A saber. Una cabeza de alce, trofeos de caza y pesca, animales disecados, un rifle y un fon¨®grafo con una grabaci¨®n de Caruso: "La ¨®pera es mi delirio". Hay tambi¨¦n un gran espejo que, imagino, le permite pasar al Otro Lado.
"Yo no soy extranjero, soy americano. Yo nac¨ª en Brooklyn"
"Mi padre aborrec¨ªa el crimen. Era un tipo muy guapo, simp¨¢tico y sin ropero"
Pregunta. Su apret¨®n de manos sigue siendo de oso.
Respuesta. En nuestro negocio era muy importante el apret¨®n de manos. Y hab¨ªa que ser muy cuidadoso. Era fundamental para sellar un acuerdo, como gesto de confianza. Pero tambi¨¦n exist¨ªa una modalidad de liquidaci¨®n llamada "la garra de la muerte". Alguien que te daba la mano, apretaba sin soltar, y en esos preciosos segundos un compinche te volaba la tapa de los sesos. S¨ª. Hay que saber a qui¨¦n se le da una mano.
P. As¨ª cuentan que muri¨® O'Bannion, el llamado florista del hampa, y eso que ten¨ªa la autom¨¢tica bajo un ramo de lirios, en el mostrador. El apret¨®n lo inmoviliz¨®. Fue uno de los m¨¢s de 500 cr¨ªmenes que sacudieron Chicago en los a?os veinte. Parece que usted no fue ajeno a ese pasaporte.
R. No desadorne la entrevista con presunciones rutinarias. O'Bannion tuvo un bonito entierro. Toneladas de flores. Hab¨ªa muertes previsibles, gajes del oficio. Pero otras veces... D¨¦jeme que le cuente algo. Yo ten¨ªa un amigo, un comerciante honrado llamado William Vercoe. Llevaba dentro un magn¨ªfico poeta que desperezaba a tragos. Bien entonado, el viejo Vercoe conmov¨ªa al adoqu¨ªn m¨¢s duro de la Luz Roja (barrio donde se inici¨® Capone en Chicago, con el garito Los Cuatro Diablos). Una noche, William recit¨® un poema en el que resonaba un ritornelo al final de cada estrofa. Dec¨ªa: ?Cobarde! Y al decirlo, el ¨ªndice del viejo poeta, por azar, se?al¨® en direcci¨®n a Billy Clifford, de la banda de los llamados Cuatro Jinetes, por no decir los cuatro mulos. Sin mediar palabra, se levant¨® y se carg¨® al poeta.
P. ?Qu¨¦ fue de Clifford?
R. Buena pregunta. Pasemos a la siguiente.
P. Una curiosidad morbosa. Esas cicatrices que le valieron el sobrenombre de Scarface...
R. (Con enfado muy gestual) ?Cortado, Scarface, Cortado! Ese apodo lo invent¨® alg¨²n mel¨®n apote¨®sico de la prensa. ?Es como llamarle Pata Palo a un pirata! Todo el mundo me conoc¨ªa por Al (de Alphonse). En mi c¨ªrculo ¨ªntimo me llamaban Scorney. Por eso me sent¨ª tocado por vez primera, tocado de verdad, el d¨ªa en que el pelma de Eliot Ness (uno de los federales clave en la ca¨ªda de Capone) me llam¨® a mi tel¨¦fono personal en el Lexington y me dijo con sorna: "Well, Scorney...".
P. Dec¨ªa que las cicatrices...
R. Ya s¨¦ ad¨®nde quiere ir a parar. Es cierto que declar¨¦ que eran secuelas de heridas de guerra y es verdad que nunca estuve en el frente. Pero, bueno, ?y qu¨¦? ?No tiene uno derecho a su propia imagen? Hay mandatarios hijos de pap¨¢ que se escaquearon del Ej¨¦rcito y luego declararon guerras con fervor. Lo m¨ªo fue una pelea juvenil. Una noche discut¨ª en un bar con Frank Galluciano, un colega de los Cinco Puntos (banda neoyorquina dirigida por Johnny Torrio, y en la que tambi¨¦n figur¨® Lucky Luciano). Perdimos el control, nos desfasamos. Yo saqu¨¦ a relucir el nombre de su hermana y ¨¦l sac¨® a relucir su navaja.
P. ?Qu¨¦ pas¨® con Galluciano?
R. Era un profesional. Muy diestro con la faca. Ya ve usted: body-art. M¨¢s tarde, llegu¨¦ a contratarlo como guardaespaldas.
P. En su ficha necrol¨®gica, en el cementerio de Mount Carmel, se afirma de entrada: "Al Capone es uno de los personajes m¨¢s c¨¦lebres en la historia de Am¨¦rica".
R. Hay dos ideas que nunca me cans¨¦ de repetir sobre m¨ª mismo. Primera: yo no soy extranjero, soy americano. Yo nac¨ª en Brooklyn. Pod¨ªa gustarme tomar pasta de sardinas con Salvatore (Lucky Luciano), pero yo me considero un producto genuinamente americano. Por cierto, ?le gustan las sardinas?
P. Mucho. Con sal gruesa y asadas.
R. Pues pru¨¦belas con hinojo de la monta?a. Bien. A lo que ¨ªbamos. En segundo lugar, yo era un hombre de negocios, un hombre de empresa. Concedo, como dijo uno de mis abogados, que era un empresario an¨®malo. Frente a la Prohibici¨®n (Volstead Act, 1919-1933), defendimos el libre comercio. Yo siempre fui partidario de un liberalismo sin complejos, sin intervencionismo de ninguna clase. Si se me permite, yo fui un adelantado de la Escuela de Chicago (risas, toses y final expresi¨®n melanc¨®lica). Algunos incluso pregonan la privatizaci¨®n del Ej¨¦rcito, la polic¨ªa y la Administraci¨®n de Justicia. ?Ah¨ª me gustar¨ªa verme! En fin. De alg¨²n modo, yo deriv¨¦ naturalmente hacia la ilegalidad. Pero yo siempre fui un defensor apasionado de nuestro sistema, ll¨¢mesele americanismo, capitalismo o como quiera. Nos da a todos y cada uno de nosotros una oportunidad, si es que somos capaces de aferrarnos a ella con las dos manos.
P. Hablando de las dos manos, se dice que usted fue el introductor de la metralleta en las guerras de g¨¢nsteres.
R. (Ir¨®nico) Hay que estar atento a las novedades t¨¦cnicas. La historia de la humanidad est¨¢ marcada, en gran parte, por la evoluci¨®n del armamento. La Thompson, con el tambor acoplado, se convirti¨® en una extraordinaria herramienta de trabajo. (Con retint¨ªn) Adem¨¢s, yo comparto al cien por cien lo que dijo Jeb Bush en la clausura de la ¨²ltima convenci¨®n de la Asociaci¨®n Nacional del Rifle: "El sonido de las armas es el sonido de la libertad".
P. ?Libertad? ?Era ¨¦sa su divisa?
R. Palabras, palabras, palabras... ?Sabe lo que funciona? El miedo. En ¨¦l estaba basado mi organizaci¨®n. No hay nada m¨¢s rentable que la industria del miedo.
P. El d¨ªa de su condena, en la revista Liberty se dice de usted: "A los 32 a?os era la m¨¢quina mejor engrasada que este pa¨ªs haya visto". Nunca fue condenado por homicidio, ni por trata de blancas, ni siquiera despu¨¦s de la masacre de San Valent¨ªn. Y, sin embargo, cay¨® por culpa de una investigaci¨®n fiscal? ?Qu¨¦ le fall¨®?
R. Voy a serle sincero. Hay quien opina que yo fui un chivo expiatorio. Que ten¨ªa, como quien dice, mi handicap en contra. Lo he meditado y creo que la cuesti¨®n fue m¨¢s sencilla. Yo fui apadrinado por Johnny Torrio, a su vez sucesor de Big Jim Colosimo. Nuestro emporio se desarroll¨® gracias a la connivencia de mucha gente. (Me muestra unos recortes de prensa). Lea, lea. Con la sinceridad de un osado, lo dije en su d¨ªa: "La corrupci¨®n campa en la vida americana de nuestros d¨ªas... Los legisladores honrados de cualquier ciudad pueden contarse con los dedos... Hoy d¨ªa la gente no respeta nada; antes pon¨ªamos en un pedestal la virtud, el honor, la verdad y la ley..., etc¨¦tera, etc¨¦tera".
P. ?Pero usted se cre¨ªa ese discurso? ?Lo de hombres de honor y todo eso?
R. Como Falstaff, creo que el honor es un escudo... funerario (risas). Mire usted, nosotros compramos elecciones, compramos silencios. Compramos pol¨ªticos, jueces, polic¨ªas, periodistas... Hasta que me met¨ª en este negocio nunca imagin¨¦ cu¨¢ntos sinverg¨¹enzas vestidos con trajes caros iba a encontrarme. Cuando el dinero no bastaba, lo hicimos por m¨¦todos m¨¢s persuasivos. Por supuesto, yo hab¨ªa toreado con gente honrada, pero tonta. Mi problema fue cuando aparecieron unas cuantas personas, no s¨®lo rectas, sino tambi¨¦n inteligentes. Sobre todo, dos tozudos agentes fiscales, Eliot Ness y Frank Wilson, y un magistrado incorruptible, el juez Wilkerson. Dej¨¦monos de co?as. Eso fue lo que me jodi¨® de verdad. En el proceso de octubre de 1931 yo iba a salir absuelto, como siempre. Hab¨ªamos sobornado a todo el jurado. Pero el primer d¨ªa del juicio me qued¨¦ aturdido. ?Aqu¨¦l no era mi jurado! Wilkerson hab¨ªa tenido la habilidad de intercambiar la lista con otro juez. Aquel tipo iba en serio. Uno de mis hombres m¨¢s feroces, Phil d'Andrea, trat¨® de amedrentar al jurado. Los miraba uno a uno, fijamente, ostensible en el pecho el bulto de la autom¨¢tica. Pero a Phil le dieron un aviso de llamada telef¨®nica. Sali¨® de la sala y ya no volvi¨®. Le esperaban unas esposas.
P. Usted inspir¨® muchas pel¨ªculas, dio lugar a todo un g¨¦nero. Pero echaba pestes del cine de g¨¢nsteres, apoy¨® la censura y pidi¨® que arrojaran los filmes al lago: "No producen m¨¢s que da?o a la juventud del pa¨ªs".
R. La primera fue El peque?o C¨¦sar. La verdad es que el t¨ªtulo me disgust¨® un poco. ?Por qu¨¦ peque?o? Si Edward G. Robinson era bajito, ?haber hablado conmigo! (En su esplendor, Capone era alto y muy robusto). Cuando estaban rodando Scarface, dirigida por Howard Hawks, envi¨¦ a dos de mis muchachos de visita al guionista. No m¨¢s era para orientar a la cr¨ªtica. Antes hab¨ªan hecho tambi¨¦n El enemigo p¨²blico. ?Buena trilog¨ªa! Pero lo que realmente me incomodaba es que ten¨ªa que pagar las entradas. Y yo necesitaba muchas entradas cada vez que iba al cine.
P. "Eran profundamente religiosos y furibundamente asesinos" (William Noble Burns). Ahora que ha pasado tanto tiempo, ?cree en una forma de destino, en el dedo de Dios?
R. No entiendo muy bien a qu¨¦ se refiere. Yo nac¨ª en una familia pobre, muy condicionada. Viv¨ªamos en el 95 de la calle Navy, en Brooklyn, Nueva York. Un edificio en el que compart¨ªamos retrete todos los inquilinos. Mi padre, Gabriele, era barbero. Mi madre, Theresina, costurera, toda una madonna, cuid¨® de una prole de siete varones y dos hembras. Ellos eran muy honrados. Mi padre aborrec¨ªa el crimen. Era un tipo muy guapo, simp¨¢tico y sin ropero. En invierno, cuando apagaba el cigarrillo, le dec¨ªamos de guasa: "?No apagues la calefacci¨®n, pap¨¢!". ?Usted conoce la historia de Two Guns
Hart? ?No, verdad? Nadie la sabe. De adolescente, se march¨® con un circo. Luego fue h¨¦roe de guerra en Europa. M¨¢s tarde, ejemplar agente de la ley en Nebraska. Era el m¨¢s temido por contrabandistas y cuatreros. Estaba fascinado por la cultura de los indios y aprendi¨® sus lenguas. Ese hombre era, en realidad, James Vincenzo, mi hermano mayor. Nunca quiso verme. Yo soy un mito y ¨¦l un desconocido. Los dos nos hicimos a nosotros mismos. No fui un angelito. Pele¨¦, en todos los sentidos. Cuando Mae, mi ¨²nica esposa, me llev¨® por vez primera a comer a casa de sus padres irlandeses, not¨¦ el rechazo, el resentimiento de la gente honrada. La madre me dijo: Perdone, ?no le he puesto cuchillo? Le contest¨¦: S¨ª, pero me lo he comido.
P. Usted dijo: "En las manos de un Mussolini americano este pa¨ªs podr¨ªa conquistar el mundo".
Al Capone se r¨ªe ahora a carcajadas compulsivas. Palmea una rodilla: "?Eso dije?". Vuelve a re¨ªr, casi cacareando. Por fin, salta la tapa del fon¨®grafo y vuela un aria en los surcos sediciosos del crep¨²sculo.
(Este di¨¢logo es imaginario. Gran parte de las frases atribuidas al Al Capone proceden de declaraciones o entrevistas realizadas en su ¨¦poca).
Evasi¨®n de impuestos
Al Capone, apodo de Alphonse Capone, tambi¨¦n conocido como Scarface (Caracortada), famoso g¨¢nster norteamericano de origen italiano, naci¨® el 17 de enero de 1899 en Brooklyn. En la ¨¦poca de la ley seca en EE UU domina el crimen organizado. Pese a los cientos de asesinatos cometidos por sus secuaces, s¨®lo puede ser detenido en 1931 por evasi¨®n de impuestos y es condenado a 11 a?os de prisi¨®n. Tras cumplir siete a?os y medio en prisiones como Alcatraz, sali¨® de la c¨¢rcel enfermo, incapaz de volver a dirigir a la mafia de Chicago, y se retira a sus propiedades en Florida, donde fallece el 25 de enero de 1947.
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