Bagdad despierta de la dictadura
Tr¨¢fico ca¨®tico, inseguridad y cortes de luz en una ciudad en la que florecen los negocios prohibidos bajo Sadam
En algunos cruces de Bagdad los sem¨¢foros que funcionan se iluminan cada tres horas, cuando la compa?¨ªa da electricidad en su nueva pol¨ªtica de cortes regulares. Pero de nada sirven esas luces rojas en una ciudad de m¨¢s de cinco millones de habitantes donde los automovilistas han enterrado el C¨®digo de Circulaci¨®n en las otras tres de apag¨®n: coches en direcci¨®n prohibida; coches que giran por la izquierda en las rotondas; coches bloqueados en los puentes... En medio del caos florecen los primeros guardias de tr¨¢fico que se afanan en ordenar la anarqu¨ªa.
En una tienda de la calle de Karrada, bloqueada por los camiones que descargan un man¨¢ de electrodom¨¦sticos nuevos, los hermanos Mohamed y Ayad al Wahid cuentan los d¨®lares y dinares ganados antes de esconderlos. "Dentro tenemos un Kal¨¢shnikov y pistolas para protegernos", afirma el segundo. Un televisor de 21 pulgadas coreano cuesta 135 d¨®lares, 35 menos que hace un a?o. "Los precios han bajado. No hay impuestos ni aduanas", dice Mohamed. "Antes pag¨¢bamos un 25% del precio final en tasas y sobornos". "El producto con m¨¢s demanda son las antenas parab¨®licas. Antes estaban prohibidas. En abril vend¨ªamos una media de diez unidades diarias", dice Ayad. "Algunos las compran para ver canales er¨®ticos europeos. Esta tierra tiene mucha sed".
"Casi nadie echa de menos al r¨¦gimen, pero existe un rechazo al ocupante"
"Algunos compran las antenas para ver canales er¨®ticos. Esta tierra tiene mucha sed"
Wisam Hamud vende otra novedad, los tel¨¦fonos sat¨¦lite Thuraya. El precio en Irak es de 600 d¨®lares, casi la mitad que en Espa?a. "No puedes llamar ni al vecino por la l¨ªnea normal. Este aparato es la ¨²nica forma de comunicarse con el mundo. En los primeros d¨ªas vend¨ªa bastantes, una docena tal vez. En la ¨¦poca anterior estaban proscritos. Si la polic¨ªa te sorprend¨ªa con uno encima, pod¨ªa acusarte de esp¨ªa y meterte en la c¨¢rcel o matarte".
Son cientos los trabajadores que se arraciman cada ma?ana en las proximidades de la sede central de la compa?¨ªa el¨¦ctrica estatal en espera de un cometido. "La red es antigua. La mayor¨ªa de las centrales son rusas y hay que cambiarlas. La de Nasiriya funciona a un tercio de su capacidad por escasez de piezas", dice Satak Kadum, un t¨¦cnico de la empresa. Reconoce que Sadam logr¨® reponer la luz en 10 d¨ªas en 1991, pero a?ade: "S¨®lo en Bagdad y alrededores. El sur siempre sufri¨® apagones". Kazim Brieg vive en Ciudad Sadr, uno de los arrabales m¨¢s pobres de la capital. Se lamenta de la falta de agua y de su p¨¦sima calidad: "Cuando tenemos, huele mal. Hay casos de diarrea".
Hasim Abe maldice el precio del gas. "Antes costaba 250 dinares la botella; ahora 4.000 (unos 2,7 euros). Es escaso como la gasolina". Para Basima, una mujer madura que vive con sus padres, lo peor es el calor en la noche. "Apenas puedo dormir. Tenemos que sacar los colchones a la terraza". Basima cree que la situaci¨®n ha mejorado "un poco" desde el 9 de abril, porque "los cortes son previsibles": tres horas con luz; tres horas sin ella. "Con Sadam tambi¨¦n hab¨ªa, pero los anunciaban por televisi¨®n".
En el mercado de Ciudad Sadr, las mujeres, ataviadas con chador negro, comparan precios. Un kilo de tomates cuesta 250 dinares, y 150 uno de patatas. Sansen Hasan, que tiene cinco hijos, se gasta 1.500 dinares diarios sin incluir carne ni pescado. "Est¨¢ muy caro", dice. Otras curiosean en un puesto de coloridas telas importadas. El precio del metro alcanza los 2.000 dinares, la mitad que antes. La ganga tambi¨¦n se debe a la evaporaci¨®n de los impuestos y aranceles. Kamed Munsen sabe que el milagro es transitorio y se afana en acumular mercanc¨ªa para lucirla en casa. "La situaci¨®n no est¨¢ bien, pero es mejor que con Sadam".
En la plaza del poeta Al Rasafi, el abogado Ahmed al Yanabi, de 56 a?os, bebe su t¨¦ caliente sentado en una terraza desvencijada. "Falta seguridad y confianza en el futuro. Cada vez existen m¨¢s robos y agresiones. Fue un error disolver el ej¨¦rcito y la polic¨ªa. Hubiera sido mejor depurar los mandos. La gente no est¨¢ acostumbrada a la libertad; entiende que ¨¦sta consiste en no respetar nada. Casi nadie echa de menos al r¨¦gimen, pero existe un rechazo al ocupante. Cuando la situaci¨®n sea estable, cada iraqu¨ª sabr¨¢ cu¨¢l es su camino".
El mercado de Shorya huele a jenjibre en sus primeros puestos. Los vendedores remueven las especias para atraer al comprador. Otros remiendan calzado, arreglan relojes inservibles o exponen mercanc¨ªas viejas. Mohamed al Garawi es de los m¨¢s atareados. Su negocio son los candados. "Los grandes cuestan 2.500 dinares. A veces vendo 15; otras, 5". De vuelta a la calle de Meseh, en zona cristiana, se encuentran los comercios que expenden alcohol. Algunos han sufrido ataques de grupos islamistas radicales. Salah Biribos admite que est¨¢n armados. "Ten¨ªa dos tiendas en Amara
que han sido incendiadas, pero la mitad de nuestros clientes son musulmanes. Con Sadam no pasaba esto".
Maral Tomasian, una mujer de origen armenio, es la encargada de un cibercaf¨¦ a orillas del Tigris. "Antes hab¨ªa centros como ¨¦ste, pero era obligatorio pasar a trav¨¦s del r¨¦gimen que ten¨ªa cerrados muchos accesos. Hoy la l¨ªnea es muy r¨¢pida y se puede conectar con cualquier direcci¨®n". El cibercaf¨¦ de Maral, uno de los varios que se est¨¢n abriendo en estas semanas, se multiplica en galer¨ªa de arte. Se siente feliz con el derrocamiento de Sadam, pero se queja de la inseguridad ciudadana. "Las mujeres tenemos problemas, cada vez hay m¨¢s violaciones y raptos. A las ni?as no les permiten salir de casa porque los padres tienen miedo".
Alaa Abed es cambista. Su puesto est¨¢ enfrente de los hoteles Sheraton y Palestine, protegidos por las tropas de EE UU. "Antes trabajaba en la calle de Kifah, pero all¨ª se mueve la gente armada". Abed se desternilla cuando se le comenta que Sadam sigue presente en los billetes. "Los americanos los quisieron retirar, pero fue un desastre. Ahora preparan unos nuevos para octubre sin su imagen. No se van a arriesgar poniendo a otro pol¨ªtico. Creo que han elegido a un rey antiguo como Hammurabi".
En los cines, la cola engorda a partir de las diez de la ma?ana. Las pel¨ªculas proceden de Turqu¨ªa y son p¨¦simas. Las hay de golpes y de tiros, pero las que agradan exhiben sexo suave. ?Qu¨¦ chica!, de una tal Pamela Prati, o Baile de sexo son los t¨ªtulos en cartel. Las fotos que se exponen en la entrada fueron retocadas: los pechos aparecen tapados por un biquini rotulado a mano. Los islamistas las tildan de pornogr¨¢ficas y amenazan con quemar las salas. En un puesto de revistas, una chiquiller¨ªa se arremolina en torno a una con fotos picantes. Cuchichean y r¨ªen excitados.
En Al Zahawi, un vetusto caf¨¦ de paredes verde p¨¢lido, los intelectuales se citan para jugar al domin¨® o intercambiarse novedades. Faris no es uno de ellos. Fue traductor del difunto Ministerio de Informaci¨®n, encargado de difundir las bondades del poder. "Es dif¨ªcil saber si Sadam era querido o temido. Pero, despu¨¦s de la guerra con Ir¨¢n, no era el mismo". Faris hojea una gu¨ªa de Andaluc¨ªa. "Los ¨¢rabes os dejamos bellos palacios como La Alhambra. ?Qu¨¦ nos van a dejar los americanos?". Preguntado si sab¨ªa que en la dictadura hab¨ªa desapariciones (Human Rights Watch las cifra en 100.000), Faris entorna los p¨¢rpados: "Decir que carec¨ªamos de noticias ser¨ªa mentir, pero nadie pod¨ªa imaginarse que fueran tantos". ?Le echan en cara su pasado baazista? "Aqu¨ª todos eran del partido. Ahora s¨®lo soy un jubilado que cobra una pensi¨®n peque?a".
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