Cat¨¢strofes
Elisa, mi hija peque?a, tiene poca experiencia en apagones. En cuanto se va la luz, ella se asusta y viene a sentarse en mis rodillas. La oscuridad repentina, que cae sobre el merendero como un peligro extra?o, interrumpe sus juegos, sus aventuras por las otras mesas o por la playa, convirti¨¦ndola en una ni?a obediente, que acepta sin rechistar la compa?¨ªa de su padre y el tenedor con el trozo de pescado. Mientras aprovecho su desconfianza para conseguir que termine de cenar, le cuento que los apagones eran muy normales cuando yo ten¨ªa su edad. La luz se iba, hac¨ªa sus maletas y se iba a trabajar a Alemania, o sal¨ªa a comprar tabaco y ya no volv¨ªa en toda la noche. Los pasillos a oscuras, el andar a tientas, las voces, las cerillas y la llama de las velas formaban parte de nuestras vidas, como el olor a gasolina de los autobuses asm¨¢ticos, los asientos reservados a los caballeros mutilados, las curvas interminables en las carreteras, las parejas de la Guardia Civil en el bar del pueblo o los sermones del cura en las ma?anas de domingo. Me pongo a contarle estas cosas a mi hija y ya no s¨¦ si estoy hablando de mi pasado o de su futuro. Parece que tenemos por delante nuevos apagones, guerras y asignaturas obligatorias de religi¨®n. Lo que no creo que vuelva a los transportes p¨²blicos es el prestigio de los caballeros mutilados en el campo de batalla. M¨¢s que como h¨¦roes de la patria, van a ser tratados como boicoteadores, como gente que no ha sabido estar a la altura de las previsiones manipuladas de los servicios de inteligencia, como infiltrados de la oposici¨®n en la realidad buc¨®lica de las guerras. Un manco es hoy una campa?a de desprestigio contra el Gobierno.
La luz no vuelve y mi hija se queda dormida, as¨ª que pido la cuenta, pago como puedo, la acuesto en el asiento trasero del coche y regreso a casa. La radio me confirma que el pasado y el futuro son asuntos casi intercambiables, porque un apag¨®n hist¨®rico recorre los sermones y las f¨¢bricas de armas en los EE UU, los bosques arden, la ola de calor desata otra vez las preocupaciones sobre el cambio clim¨¢tico y el asunto de la sucesi¨®n de Aznar empieza a recordar el episodio nacional de la sucesi¨®n del Caudillo, aunque ahora podemos acabar democr¨¢ticamente en manos de Jes¨²s Gil o de Schwarzeneger. La historia del mundo se muerde la cola, es una paradoja de luces y sombras. Utilizamos la oscuridad para iluminarnos y encendemos las luces para quedarnos a oscuras. Los servicios de inteligencia cumplen la misi¨®n doble de silenciar las cat¨¢strofes reales, que nos dejan sin luz, sin bosques, sin agua y sin ozono, y de inventarse cat¨¢strofes imaginarias, armas de destrucci¨®n masiva al servicio de enemigos locos, que es como llaman a los asesinos que ellos mismos han formado. Los poderes medi¨¢ticos hablan del fin de las utop¨ªas, del descr¨¦dito de la izquierda, cuando los datos de la realidad, la supervivencia del planeta, la vida y la muerte de sus habitantes, demuestran que resulta inviable un mundo sin socialismo, sin control pol¨ªtico, sometido ¨²nicamente a la especulaci¨®n de los mercaderes. Todo estar¨¢ m¨¢s claro cuando por fin comprendamos que la vida es un trabajo en equipo. Nos tratan como a ni?os, pienso, mientras subo las escaleras de casa sin encender la luz, para que mi hija no se despierte.
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