Foto
Todo aquel que acostumbre a pasearse por los rastros o a curiosear en las chamariler¨ªas cuyo propietario se autocalifique, con o sin raz¨®n, de anticuario, sabr¨¢ a lo que me refiero: entre peregrinas vajillas, latas de galletas con im¨¢genes de casas reales desaparecidas, ceniceros con marcas de bebidas que han dejado de existir hace tiempo, te encuentras de repente con un ¨¢lbum de fotos amarillentas, retratos de personas que no conoces ni conocer¨¢s jam¨¢s. Nada tienes que ver con esa gente y, sin embargo, algo te impide cerrar el ¨¢lbum: voyeurismo, curiosidad, melancol¨ªa. Comoquiera que sea, te has adentrado en un mundo m¨¢gico en el que no rigen las relaciones de poder normales. Por mucho que t¨² mires a esas personas, ellas no te miran a ti, aunque en realidad s¨ª que lo hacen: te miran sin haberte visto jam¨¢s. No importa que sepas qui¨¦nes fueron; el nombre que tal vez figure o no figure en la foto no les resta misterio. Por la ropa, los peinados y la t¨¦cnica fotogr¨¢fica puedes saber cu¨¢ndo se hicieron esos retratos. En algunos casos eso significa que la persona que te est¨¢ mirando con tanta viveza ha desaparecido ya de la faz de la tierra. A m¨ª esto me resulta un misterio. Miro a un ser desconocido, un hombre o una mujer, al que nunca he o¨ªdo hablar ni re¨ªr, y tal vez quisiera decirle algo. La intimidad que s¨²bitamente compartimos deber¨ªa permitirme, por lo menos, hacerle una pregunta.
La foto es el fetiche que pretende recuperar el tiempo, pero la ganancia se torna p¨¦rdida
Son instantes alqu¨ªmicos: entre esas personas y yo se han colado el tiempo y el destino. En algunas fotos la gente mira a alguien que ni ha nacido todav¨ªa. Quien me mirara a m¨ª setenta a?os atr¨¢s no vio nada. Pero no era a m¨ª a quien iba dirigida esa mirada, me dice ahora la voz de la raz¨®n; aquel hombre o aquella mujer no me miraban a m¨ª, sino a un ser vivo que ten¨ªan delante de s¨ª, un fot¨®grafo cualquiera, un hermano, un padre, un transe¨²nte. En ello reside el quid de la cuesti¨®n: ?por qu¨¦ entonces me miran a m¨ª? Porque eso es un hecho innegable, esa mirada, esas miradas, est¨¢n posadas en m¨ª, en un ser de cuya existencia ni siquiera sospechaban. A trav¨¦s de los ojos de la persona que les hizo la foto me miran a m¨ª a los ojos, y aqu¨ª estoy yo en este mercadillo con un ¨¢lbum lleno de personas que me miran, que me muestran jirones de sus vidas, que se entregan.
Lo que lo hace tan conmovedor
es la inocencia. En realidad, uno no deber¨ªa mirar mucho rato este tipo de fotos. Esas personas estaban en familia, no posaban, no pensaban en el voyeur, en el intruso; ninguna de ellas sospechaba que alg¨²n d¨ªa alguien intentar¨ªa penetrar en los misterios de sus vidas. ?Qui¨¦n es hijo de qui¨¦n? ?Era ¨¦ste un hermano o un amante? ?Cu¨¢ntos a?os separan este rostro tan joven de aqu¨¦l otro mucho mayor? ?Qu¨¦ habr¨ªa pensado esa mujer joven de haber podido ver su propia foto con cuarenta a?os m¨¢s? Porque tambi¨¦n en esto el poder pertenece al mir¨®n, aunque sea una falsa sensaci¨®n de poder: por unos instantes, ¨¦ste se figura que maneja los hilos de estas vidas, como un escritor. En cada foto, el mir¨®n sabe lo que los retratados todav¨ªa ignoran, porque ¨¦l ha visto las fotos posteriores; ¨¦l es, en cierta manera, una representaci¨®n del futuro de esos seres.
En algunos pa¨ªses ¨¢rabes las mujeres se tapan la cara cuando alguien les hace una foto. Algo les es arrebatado, hurtado, sustra¨ªdo. Lo que eres deja de ser exclusivamente tuyo, se entrega a las miradas ajenas, para verse despu¨¦s en un contexto al que no iba destinado. La que se deja fotografiar rompe un tab¨². Nosotros ya no somos conscientes de esto, pero ?significa ello que no existe? ?No ser¨¢ que en el fondo del alma sentimos algo parecido? ?Por qu¨¦ si no resulta tan extra?o ese instante en el que te hacen una foto? Hay que estar quieto, se produce una forma de espera, alguien est¨¢ intentando que "salgas" lo mejor posible, pero ?qu¨¦ est¨¢ sucediendo exactamente? Algo se detiene, pero ?qu¨¦? ?T¨² o el tiempo? El tiempo no puede ser detenido y sin embargo as¨ª sucede, y en ello reside la siguiente paradoja. La luz te ha escrito, has re¨ªdo, has estado quieto, has mirado a la c¨¢mara, el tiempo fluido en el que normalmente te mueves se ha solidificado a tu alrededor y te ha envuelto como en un capullo transparente: nunca podr¨¢s mirar de otra manera que la que miraste entonces en aquel instante solidificado, no podr¨¢s dar ning¨²n paso, no podr¨¢s quitarte aquel traje de 1923 o 1936, est¨¢s clavado como una mariposa, el dedo del fot¨®grafo te ha atravesado con un alfiler, ¨¦ste fuiste una vez, ah¨ª y entonces, ?no quer¨ªas conservar la imagen? Tus pensamientos de entonces se han tornado invisibles, incluso para ti mismo, perdidos en el tiempo amorfo que nos envuelve continuamente. S¨®lo la imagen permanece.
La foto es el fetiche que pretende recuperar el tiempo, pero la ganancia se torna p¨¦rdida: a cambio del recuerdo de un yo anterior recibes la certeza del tiempo pasado, del instante que nunca m¨¢s retornar¨¢, cuando tu intenci¨®n era retenerlo.
Existen, a mi parecer, tres tipos de ¨¢lbumes de fotos: los de los dem¨¢s -los desconocidos-, los de la propia familia y los de las personas que por alguna raz¨®n se han hecho famosas: pol¨ªticos, estrellas de cine, escritores. La primera y ¨²ltima categor¨ªa la imprimimos con ayuda de la segunda. Reconocemos la situaci¨®n humana en la que se nos presentan retratados, porque tambi¨¦n nosotros figuramos en el ¨¢lbum familiar, porque alguna vez hemos sido fotografiados con toda la clase, con un novio o una novia, con t¨ªos o t¨ªas, en el regazo de la abuela o con amigos de uniforme: nos ha sucedido a todos, sabemos de qu¨¦ va. Nietzsche de uniforme, Garbo en el colegio, Churchill de beb¨¦, Thomas Bernhard con su madre..., conocemos estas fotos porque a todos nos han fotografiado en la misma situaci¨®n y con el mismo prop¨®sito. M¨¢s adelante, una vez famosas, esas personas ser¨¢n fotografiadas por otras razones, con lo que esas fotos ya no nos impresionar¨¢n igual. Las fotos de los desconocidos las conocemos de la misma manera, incluso tal vez doblemente. ?Cu¨¢ntas veces no nos ha sucedido que un par de soldados, tres amigas o una joven pareja de enamorados nos han pedido que les hagamos una foto? El instante en el que uno dispara la c¨¢mara coincide moment¨¢neamente con el instante en el que te encuentras con uno de esos ¨¢lbumes: ahora los desconocidos te est¨¢n mirando a ti de verdad. Ah¨ª est¨¢n frente al objetivo (el de su propia c¨¢mara), rode¨¢ndose la cintura o los hombros con los brazos, mir¨¢ndote como si te conocieran aunque t¨² no sabes ni c¨®mo se llaman; a sus espaldas, una pared, un embarcadero, una estatua de la que ya nunca m¨¢s se desprender¨¢n, porque ya ha sucedido, acabas de disparar la c¨¢mara, y ellos ya est¨¢n en el ¨¢lbum, pegados, conservados, y no olvidar¨¢n tu nombre porque nunca lo supieron; t¨² no existes en la foto, tu presencia es invisible, la foto desaparecer¨¢ en sus ¨¢lbumes y no se diferenciar¨¢ en nada de las dem¨¢s fotos. La hija le preguntar¨¢ al padre d¨®nde se hizo esa foto y ¨¦l le contestar¨¢: ?Ah, s¨ª! Eso fue en Amsterdam, el primer viaje que hicimos tu madre y yo. Y la hija pensar¨¢ (aunque no lo dir¨¢) que le resulta extra?o que sus padres hayan podido ser alguna vez tan j¨®venes. M¨¢s adelante, su propio hijo pensar¨¢ lo mismo y tampoco dir¨¢ nada, pero preguntar¨¢ algo acerca del uniforme de su abuelo que muri¨® en la guerra, y su madre se acordar¨¢ de aquel uniforme y del clic que hac¨ªa el cintur¨®n cuando su padre lo cerraba; del archivo de su memoria extraer¨¢ la sensaci¨®n que le produc¨ªa al tacto la tela del uniforme cuando, con sus piernas de ni?a, se sentaba en el regazo de su padre, ahora ya -oh, dios m¨ªo-, ahora hace ya m¨¢s de cincuenta a?os.
Cada ¨¢lbum de fotos es una no
vela de la que han sido arrancadas una gran cantidad de p¨¢ginas, y eso es lo que le confiere precisamente ese car¨¢cter extra?o y ambiguo. Cuando se trata de nuestra propia novela, nuestra propia historia, esas p¨¢ginas desaparecidas anidan en nuestra memoria, y cuando se trata de desconocidos podemos escribir la novela porque la conocemos sin conocerla. No importa ya si se trata de una novela japonesa, rusa o alemana, sabemos de qu¨¦ va, nacimiento, muerte, amor, carrera, familia, ej¨¦rcito, enfermedad, amigos, guerra, fiesta, ni?os. Sabemos que formamos parte de la historia aunque no la hagamos nosotros mismos, que la historia conoce actores y v¨ªctimas, y que existen cosas que no aparecen en los ¨¢lbumes. A lo visible lo llamamos condici¨®n humana, aquello de lo que sabemos algo, incluyendo los misterios. Por ello gozamos del derecho de mirar a los desconocidos tal como ellos nos mirar¨ªan a nosotros si alg¨²n d¨ªa encontraran nuestro ¨¢lbum de fotos en el rastro, alg¨²n d¨ªa, al cabo de mucho tiempo. Ellos ver¨¢n entonces c¨®mo nuestra familia aumenta y disminuye, ver¨¢n a los que se a?adieron, ver¨¢n c¨®mo crecimos y menguamos, y nosotros les miraremos con la cara seria o con una sonrisa, enamorados, viejos o llenos de esperanza, solos o en compa?¨ªa de otros, y, sin saber nada, sabr¨¢n mucho de nosotros, y, con una ligera sensaci¨®n de melancol¨ªa, cerrar¨¢n nuestro ¨¢lbum sabiendo que se han mirado a s¨ª mismos, la saga de las posibilidades humanas representada por unos desconocidos en el mismo pa¨ªs o en otro, en otro tiempo o en el mismo, si bien otra vida.
Traducci¨®n de Isabel-Clara Lorda Vidal.
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