Las atracciones de Gal.la Plac¨ªdia
Dif¨ªcil escoger. Hay muchos rincones en mi ciudad y en mi pa¨ªs (y fuera de mi pa¨ªs tambi¨¦n) que, por una raz¨®n u otra, significan algo en mi vida. Podr¨ªa hablar de cierto camino al oeste de Sant Jaume dels Domenys que me llevaba a nadar en una alberca entre vi?edos con los amigos adolescentes; o del patio trasero en casa de mis abuelos, en L'Arbo? del Pened¨¨s; o de un repliegue del banco ondulante del parque G¨¹ell donde sucumb¨ª a R. L. Stevenson a la edad de 10 a?os; o de cierto portal en la Rue de Canettes, en Par¨ªs. Pero voy a escoger un enclave barcelon¨¦s que frecuento, aunque de forma espor¨¢dica, desde muy ni?o: una esquina, o m¨¢s bien una hendidura, subiendo por la Via Augusta a mano derecha, donde se ubica una plaza llamada Gal.la Plac¨ªdia.
Durante la Guerra Civil, cuando yo ten¨ªa cuatro o cinco a?os y en mi tierna retina acababan de grabarse los bombardeos de febrero de 1938, mi abuelo materno, algunas tardes a primera hora, sol¨ªa llevarnos a mi hermana y a m¨ª a esta plaza, y jurar¨ªa que ya por entonces (pero me temo que ah¨ª la memoria arrima el ascua a su inquieta sardina) hab¨ªa en ese rinc¨®n predilecto alg¨²n artilugio -unos caballitos, tal vez unos simples columpios- para entretener a los cr¨ªos. A?os despu¨¦s, en 1950, mi padre frecuentaba la terraza de un bar enfrente de las atracciones de la plaza, el bar Mirasol. Pero yo entonces era un adolescente, y aquel carrusel con caballitos ya no despertaba mi inter¨¦s. Lo que me ten¨ªa fascinado era un tipo verboso y divertido, de apellido din¨¢mico, Palanca, que trabaja en el bar Mirasol y era amigo ¨ªntimo de mi padre. Gracias al Palanca recuper¨¦ a los 17 a?os el rinc¨®n de las atracciones. Despu¨¦s, en los a?os setenta, hice algunas visitas espor¨¢dicas con mis propios hijos, cuando estos a¨²n eran peque?os. Y hoy, en 2003, la inercia incombustible de otro ni?o me devuelve a aquel lugar.
Todo empez¨® cuando me instalaron el sat¨¦lite digital y decid¨ª grabar, para mi nieto Guille, de tres a?os, una serie norteamericana de ¨¦xito de los a?os sesenta, basada en el c¨®mic del superh¨¦roe Batman. El flechazo fue fulminante y todos los d¨ªas -a la misma batihora, en el mismo baticanal- la fascinaci¨®n del ni?o por aquel misterioso y oscuro justiciero fue creciendo hasta l¨ªmites insospechables. Guille fue pose¨ªdo por el esp¨ªritu de Batman. Dibujarlo en l¨¢pices de colores, ceras o rotuladores, modelarlo en barro o en plastilina, trazar la se?al con tiza sobre la pizarra, sobre la arena del mar, improvisar capas o recortar m¨¢scaras, reproducir escenas y di¨¢logos aun a riesgo de recibir broncas por las r¨¦plicas mal dadas, inexactas o desganadas, el caso es que nunca nada parec¨ªa suficiente para saciar su sed del mito. Tan intensa era esta pasi¨®n que, afligidos, comentamos el asunto con algunos amigos, y recuerdo el sabio consejo que uno de ellos nos hizo llegar por carta: no hab¨ªa nada, absolutamente nada que hacer contra el mito. Batman es m¨¢s fuerte que la vida. Un buen d¨ªa, otros amigos nos dieron las se?as de un lugar que, aseguraron, colmar¨¢ los apetitos fant¨¢sticos del Guille: plaza de Gal.la Plac¨ªdia, subiendo por Via Augusta, en un rinc¨®n a mano derecha.
S¨®lo cuando llegamos all¨ª me di cuenta de que era el mismo rinc¨®n donde sol¨ªa llevarnos mi abuelo, a mi hermana y a m¨ª, durante la guerra, y al que luego acud¨ª con mi padre, siendo ya un muchacho, y en el que tambi¨¦n hab¨ªa recalado con mis hijos, hace ya m¨¢s de 30 a?os. Ahora llego arrastrado de la mano de mi nieto. Veo que a¨²n est¨¢n los columpios, aunque modernizados, y que en las zonas ajardinadas sobreviven algunos pinos y los enormes pl¨¢tanos, incluso el bar Mirasol. Y a¨²n estoy tratando de recordar la magia del lugar cuando veo que mi nieto ya ha encontrado su reclamo y se ha encaramado a un siniestro artilugio, una especie de veh¨ªculo gal¨¢ctico, rigurosamente negro, con la silueta de un murci¨¦lago en el cap¨®.
En las atracciones de Gal.la Plac¨ªdia hay un aut¨¦ntico, un genuino batim¨®vil, donde -por el m¨®dico precio de un euro- cualquier ni?o como Guille puede alegremente volar a la ciudad de Gotean, y repartir justicia, que buena falta le hace a este puto pa¨ªs. Que lo sepan.
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