El hombre que no era ¨¦l
Se le ocurrieron las dos a la vez, as¨ª de sencillo: de pronto, all¨ª estaban, brillando como bengalas en medio de la fatiga, la irritaci¨®n y el aburrimiento en los que estaba atrapado desde hac¨ªa un mes. No era un hombre con demasiada fe en s¨ª mismo, de modo que jam¨¢s pens¨® que aquello pudiese convertirle en un ser legendario, hasta tal punto que su apellido se iba a transformar en un adjetivo. Ni m¨¢s ni menos. Un adjetivo que emplear¨ªan con frecuencia, por cierto, incluso quienes no supiesen nada de ¨¦l. Qui¨¦n puede atreverse a so?ar con eso.
Naturalmente, las circunstancias influyeron en su ocurrencia. Treinta d¨ªas no son s¨®lo un mes cuando se viven como ¨¦l y los dem¨¢s cautivos lo estaban viviendo, sin condiciones higi¨¦nicas, ni intimidad, ni camas en las que dormir, ni alimentos, con los ojos acusadores de quienes los miraban al pasar y, al ver su aspecto, cada vez m¨¢s degradado, en lugar de tenerles l¨¢stima, sent¨ªan una afilada animadversion hacia ellos. En ese ambiente y rodeado de sus compa?eros de prisi¨®n, aquellas once personas que cada d¨ªa se parec¨ªan m¨¢s entre s¨ª, hasta casi no poder ya distinguirse las unas de las otras, porque el cansancio, la angustia, los suplicios y el desaseo igualan a quienes los sufren, los convierten en una raza uniforme y aparte; en ese ambiente quiz¨¢ no fuera dif¨ªcil imaginar las dos historias.
En la primera de ellas, un hombre sufre un proceso y en la segunda se enfrenta a una condena, sin que se sepa nunca por qu¨¦, ni cu¨¢l es su culpa, ni de qu¨¦ es acusado, ni qui¨¦nes son sus perseguidores. Lo que har¨ªa esas historias diferentes de todas las dem¨¢s que alguna vez se hab¨ªan contado ser¨ªa que en ellas no se sabr¨ªa nada concreto, los personajes esenciales ni siquiera iban a tener nombre. Lo ¨²nico que se sabr¨ªa, de alguna forma, es que ¨¦ste es un mundo dividido en dos mitades, la de los que golpean y la de los que reciben los golpes. "El mundo es igual que una gran prisi¨®n", dir¨ªa much¨ªsimo tiempo despu¨¦s el cantante Bob Dylan, seguramente pensando en ¨¦l, "algunos de nosotros somos los prisioneros / y otros somos los guardianes".
En los treinta y un d¨ªas que duraba su tormento, nadie les hab¨ªa explicado por qu¨¦ estaban all¨ª, ni de qu¨¦ eran culpables, ni cu¨¢ndo podr¨ªan volver a sus casas, ni c¨®mo era posible que por un lado les exigieran unos documentos oficiales para liberarlos y, por otro, les dijeran que esos papeles tardar¨ªan un mes en entreg¨¢rselos. A muchos se les hab¨ªa acabado el dinero para comprar comida y agua, e intentaban sobrevivir mendigando. Muchos esperaban con temor el momento en que empezasen a pegarles igual que a alima?as.
Todo esto ocurr¨ªa en Madrid, en el aeropuerto de Barajas. Los treinta y un condenados eran pasajeros mexicanos con un billete abierto. Las compa?¨ªas a¨¦reas que les hab¨ªan vendido esos pasajes, prometi¨¦ndoles grandes ahorros y todo tipo de ventajas, ahora los trataban como a miserables, clientes de segunda categor¨ªa, pura escoria, y su argumento, como suelen serlo los de los grupos mafiosos, no ofrec¨ªa resquicios: estamos en temporada alta, cuando acabe y empiece a haber huecos en los aviones, les iremos dejando irse, podr¨¢n volver a M¨¦xico. Si yo hubiera sido Bob Dylan, habr¨ªa a?adido dos versos a su canci¨®n: "El mundo es una gran prisi¨®n, / algunos delincuentes est¨¢n dentro / y otros est¨¢n fuera".
A uno de los pasajeros se le ocurri¨® escribir dos novelas: una se llamar¨ªa El proceso y otra se iba a titular La condena. El pasajero se llamaba Franz Kafka y esos dos libros, que escribir¨ªa en un arrebato en cuanto volviese a Praga, pasando antes por M¨¦xico, aunque no se sabe por qu¨¦, lo har¨ªan famoso de por vida, tanto que, como ya se ha dicho, su propio apellido terminar¨ªa por convertirse en un adjetivo, la gente dir¨ªa "es una situaci¨®n kafkiana" cuando le sucediesen hechos inexplicables como el que a ¨¦l estaba sufriendo, o cuando los poderosos de cualquier clase les aplastaran impunemente, sin que nadie los frenara.
Ram¨®n Mart¨ªnez -dijeron por los altavoces-. Pasajero Ram¨®n Mart¨ªnez, pres¨¦ntese en el mostrador n¨²mero 15.
Pero Ram¨®n Mart¨ªnez no contest¨®. "Eh, Ram¨®n, que te llaman", le grit¨® uno de sus compa?eros, pero tampoco contest¨®. Por qu¨¦ iba a contestar. ?l no era Ram¨®n Mart¨ªnez, era Franz Kafka y estaba a punto de escribir dos obras maestras que arruinar¨ªan el capitalismo. Se iban a enterar, ja, ja, ja, ja, ja, ja. No sab¨ªan qui¨¦n era ¨¦l.
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