Explicaci¨®n a los paisanos
Estaba hablando por tel¨¦fono con el pintor J¨²lio Pomar y, despu¨¦s de decirnos cu¨¢nto nos ech¨¢bamos de menos
(yo, tan hura?o como soy, nunca distingu¨ª entre la amistad y el amor)
nos pusimos a hablar de trabajo. J¨²lio es de las rar¨ªsimas personas a las que les conf¨ªo lo que hago, porque existe entre nosotros, desde el primer momento, una complicidad absoluta que no necesita de palabras, un principio de vasos comunicantes que se ha convertido en un milagro de sinton¨ªa mental. As¨ª que voy y le digo
-Nunca comienzo un libro antes de tener la certeza de que no ser¨¦ capaz de escribirlo.
Y de inmediato, sin pausa alguna, J¨²lio va y responde
-?Y c¨®mo les explicamos esto a los paisanos?
Su frase
Una furia mansa se adue?a de uno y la mano comienza a moverse desde ese lado invisible
-?C¨®mo les explicamos esto a los paisanos?
me ha quedado grabada. Tal vez se pueda explicar afirmando, por ejemplo, que la principal dificultad con el libro que estoy escribiendo consiste en que pens¨¦ demasiado en la novela, sin haber dejado espacio para que la novela se pensase a s¨ª misma. Y, cuando uno piensa, piensa por fuera, mientras que cuando el libro se piensa a s¨ª mismo
(y uno all¨ª, vigilante)
se piensa por dentro. La obra es aut¨®noma y no admite intromisiones del autor, por lo menos durante las dos o tres primeras versiones. Hay que sentir que estamos a un lado de la valla, que la mano atraviesa pero los ojos no, y no estamos seguros de dar en el blanco del papel. Y eso no debe preocupar porque, de cualquier manera, lo que no ha dado en el blanco de la p¨¢gina no merec¨ªa estar en ella. Es necesario comprender que no es importante entender lo que se hace, puesto que lo que se hace se entiende y articula y se basta de acuerdo con sus propias reglas, que no son las nuestras
(afortunadamente)
y nos necesita s¨®lo como una especie de intermediarios entre dos instancias que se nos escapan y no nos hacen ni caso. Me siento a la mesa y me quedo esperando: es as¨ª como trabajo. Poco a poco una especie de ola o lo que sea se va apoderando de m¨ª. Mi tarea consiste en quedarme quietito, aceptando esa ola o lo que sea. Y entonces llega la primera palabra. Llega la segunda. Una furia mansa se adue?a de uno y la mano comienza a moverse desde ese lado invisible. Claro que a veces entra la cabeza, pero acaba saliendo as¨ª como entr¨®. Los cap¨ªtulos se van construyendo despacio, con una ciega sucesi¨®n inevitable. El material confluye, se junta, cambia de color, de textura, de direcci¨®n, toma forma, concierta, penosamente, sus varios elementos, a medida que la cabeza, que ya no entra en ¨¦l, desarrolla una actividad paralela, sigui¨¦ndolo de lejos, como un perro de reba?o sin darle gran importancia a la voluntad de las ovejas pero, a pesar de todo, con una importancia que las ovejas sienten. Horacio llamaba a esto "un bello desorden precedido del furor po¨¦tico". Lo que queda, en esas primeras versiones, es un magma: por debajo del magma est¨¢ el libro. Y ahora s¨ª, ven aqu¨ª, cabeza, y ay¨²dame a limpiar, a sacar el libro metido all¨ª abajo, a secarlo, a sacudirlo, a darle forma. Y entonces p¨ªratelas, cabeza, otra vez, pero mantente al alcance de la mano, porque vas a serme ¨²til. Quien inicia un trabajo sabiendo lo que va a hacer hace mal. Lo hace id¨¦ntico al anterior. Hace lo previsto. Hace lo que espera la pereza del lector. Escribir
(o pintar, o componer)
es ser zahor¨ª. Caminar con la vara, buscando, hasta que la vara se inclina y anuncia
-Aqu¨ª
y entonces uno se detiene y cava. Y todo est¨¢, all¨ª al fondo, esperando. Escribir
(o pintar, o componer)
consiste en llevar hacia arriba. Si cogemos lo que est¨¢ arriba hacemos lo que se ve en las librer¨ªas y en las galer¨ªas, que presentan lo obvio. Lo obvio tiene ¨¦xito mientras el hoy es hoy. En cuanto el hoy es ayer se vuelve rancio. Las librer¨ªas venden libros rancios, las galer¨ªas exponen cuadros rancios. Claro que tranquiliza comprar cosas con fecha de caducidad. Claro que no son buenas, y eso, por extra?o que parezca, es tranquilizador tambi¨¦n. Si tenemos delante a Tolst¨®i a la izquierda y el peri¨®dico a la derecha, comenzamos siempre por el peri¨®dico. El problema es que el peri¨®dico de la semana pasada es el peri¨®dico de la semana pasada y Tolst¨®i el peri¨®dico de todas las semanas, de modo que el peri¨®dico de la semana pasada se tira y Tolst¨®i queda. Ahora bien, J¨²lio, ?c¨®mo les explicamos esto a los paisanos? Esto no se explica: acabar¨¢n por entenderlo solos. Nelson, nuestro com¨²n editor, me dec¨ªa en el ¨²ltimo encuentro:
-Pero t¨² quieres que te lean.
Y yo, para mis adentros:
-Claro que es eso lo que quiero. Pero s¨®lo seg¨²n mis reglas.
Quiero que el lector est¨¦ conmigo. Que venga conmigo. Que sea zahor¨ª tambi¨¦n. Por eso rechazo antolog¨ªas, colecciones, embajadas, grupos: prefiero estar solo, al azar en el campo, con mi vara. Ella ha de inclinarse, y mis lectores y yo con ella, mientras los otros discuten, all¨¢ arriba, disertando sobre los ayeres, alab¨¢ndose, envidi¨¢ndose. Es que, honestamente, s¨®lo hay grupos donde hay flaquezas individuales.
-La novela portuguesa...
Qu¨¦ novela portuguesa, o americana, o espa?ola. Dejaos de patra?as: s¨®lo pueden llegar a ser buenos
(y nunca es seguro)
los libros que comienzan con la certeza de que no seremos capaces de escribirlos. S¨®lo esa lucha contra la resistencia del material, de las frases, de los colores, nos puede permitir, con alguna suerte pacientemente conquistada, entrar, aunque m¨¢s no sea por un momento, en el coraz¨®n de la vida. Y s¨®lo as¨ª el arte es, no s¨®lo nuestra condenaci¨®n, sino la ¨²nica posibilidad de salvarnos, es decir, dejar que repose la cabeza en paz, cuando llegue la hora, sin verg¨¹enza ni remordimiento. ?Crees, J¨²lio, que les habremos explicado esto a los paisanos?
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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