Los cauces
Lo de vivir bajo un puente siempre estuvo asociado a la miseria. Bajo un puente dorm¨ªan los pobres de solemnidad o aqu¨¦llos de existencia n¨®mada o itinerante cuya situaci¨®n econ¨®mica tampoco les permit¨ªa sufragarse un techo y cuatro paredes. La humedad y las corrientes de aire retorc¨ªan los huesos de sus desnutridos inquilinos que terminaban reprimiendo cualquier escr¨²pulo para cobijarse en las cloacas. Los puentes adem¨¢s resultaban peligrosos si trataban de montarse un chamizo estable. En ¨¦poca de lluvias las crecidas traidoras dejaban con lo puesto a quienes la pobreza extrema hac¨ªa olvidar las leyes naturales que rigen en los cauces. Esos preceptos que la f¨ªsica impone fueron adquiriendo rango legal por derecho al declarar los cursos de los r¨ªos de dominio p¨²blico y prohibir el levantar sobre ellos cualquier tipo de edificaci¨®n. Es una ley casi universal fundamentada por encima de todo en el sentido com¨²n.
Seg¨²n los ¨²ltimos c¨¢lculos en Madrid hay actualmente m¨¢s de 2.000 casas construidas sobre los cauces de los r¨ªos. Son construcciones completamente ilegales que lejos de ir desapareciendo crecen en tama?o y n¨²mero sin que la Administraci¨®n parezca capaz de detener dicha progresi¨®n. La mayor¨ªa de estas edificaciones comienza siendo una peque?a caseta en la que los propietarios de los huertos guardan sus herramientas de labranza. Poco a poco el chamizo de los aperos va adquiriendo otras posibilidades. Primero un agradable merendero para disfrutar de la fresca en las tardes de verano, despu¨¦s un refugio donde guarecerse y pasar una noche improvisada y m¨¢s adelante una segunda vivienda en toda la regla. Es decir, sal¨®n, cocina, uno o varios dormitorios y cuarto de ba?o. Ni que decir tiene que esta escalada de paulatinas mejoras se realiza sin control alguno, ya que ning¨²n Ayuntamiento podr¨ªa otorgar una licencia de obras para realizarlas. As¨ª de una forma gradual y barata se van haciendo con un chalecito en el campo. La absoluta impunidad con que operan estos constructores clandestinos ha convertido la edificaci¨®n de casitas-chollo en un mal ejemplo que extiende su influencia como una mancha de aceite.
En s¨®lo cinco a?os el n¨²mero de construcciones ilegales se ha incrementado en m¨¢s de un 30%, y nada permite suponer que a corto plazo vaya a frenarse esta progresi¨®n, m¨¢s bien lo contrario. Lo cierto es que a consecuencia de estos edificios chapuceros, espacios naturales privilegiados han sido degradados hasta l¨ªmites realmente insospechados. En algunos casos sus propietarios llegan al extremo de vallar el terreno y defenderlo con perros adiestrados o a punta de escopeta de cualquier inc¨®modo excursionista que consideren intruso. Un perjuicio menor si se compara con los perniciosos efectos medioambientales que causan.
Los asentamientos ilegales destruyen los sotos y bosques de ribera y constituyen un foco de contaminaci¨®n completamente incontrolado. Las aguas fecales de sus moradores son vertidas directamente al r¨ªo y lo mismo suelen hacer con la basura que generan. Esto ocurre en el Jarama, el Alberche y el Henares, aunque el m¨¢s castigado con diferencia es sin duda el Guadarrama. Un aut¨¦ntico desmadre que apenas encuentra respuesta administrativa.
La mara?a de competencias legales que afecta a los cauces convierte en un calvario cualquier intento de desmantelar esta forma de chabolismo fluvial. La Confederaci¨®n Hidrogr¨¢fica del Tajo, responsable de los cauces, reconoce que la lucha en el ¨¢mbito legal contra los poblados clandestinos es tan ardua que resulta desalentadora. Demoler una sola caseta requiere coordinar a la Administraci¨®n local con la regional y Protecci¨®n Civil, y adem¨¢s es necesario publicar un edicto y abrir un periodo de alegaciones. D¨¢ndose bien y cumplimentando todas las notificaciones, plazos y requisitos la operaci¨®n dura unos tres a?os.
Es evidente que los mecanismos legales no est¨¢n a la altura del problema y que, de no poner pronto alg¨²n remedio, la met¨¢stasis chabolista en los cauces desbordar¨¢ por completo a quienes han de velar por su conservaci¨®n. Urge disponer de un instrumento legal r¨¢pido y eficaz que permita detener el avance y aplique con diligencia medidas ejemplares a los listillos. Salvo excepciones muy puntuales los cauces ya no son morada de miserables.
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