El origen de las especies (en re bemol)
Una de las cr¨ªticas cient¨ªficas m¨¢s usuales contra Darwin es que, pese a que titul¨® su libro El origen de las
especies, lo ¨²nico que no dej¨® claro fue c¨®mo se originaban las especies, precisamente. Darwin demostraba all¨ª que todos los seres vivos del planeta proven¨ªan de "una o unas pocas" formas muy simples y primordiales. Y defend¨ªa con brillantes argumentos que el motor de toda esa evoluci¨®n era la selecci¨®n natural, la supervivencia diferencial y mayor reproducci¨®n de los individuos m¨¢s adaptados al entorno local en que les ha tocado vivir. Pero el propio Darwin era consciente de que no hab¨ªa logrado explicar de forma s¨®lida c¨®mo se formaba una nueva especie, ni por qu¨¦ el mundo estaba dividido tan n¨ªtidamente en especies bien diferenciadas, sin la confusi¨®n que cabr¨ªa esperar de un mecanismo evolutivo gradual y continuo como el que ¨¦l mismo hab¨ªa propuesto.
Han pasado 144 a?os desde que Darwin public¨® su obra capital, y ahora disponemos de varias teor¨ªas muy s¨®lidas para explicar c¨®mo una especie puede escindirse en dos. La m¨¢s aceptada sigue siendo la teor¨ªa alop¨¢trica (del griego allos, otro, y del lat¨ªn patria): una peque?a poblaci¨®n queda aislada por una barrera geogr¨¢fica, y no contiene una muestra representativa de toda la variaci¨®n gen¨¦tica de su especie. Ese error de
muestreo, tal vez unido a las peculiaridades de su h¨¢bitat aislado, hace que la poblaci¨®n cambie r¨¢pidamente, en s¨®lo unos cientos o miles de generaciones. La barrera geogr¨¢fica puede desaparecer despu¨¦s, pero para entonces la poblaci¨®n peque?a ha acumulado tantos cambios que ya no puede producir descendencia f¨¦rtil al cruzarse con el resto. Ya hay dos especies donde antes s¨®lo hab¨ªa una.
Observar el nacimiento de una nueva especie en directo, sin embargo, es casi imposible, porque el proceso, por muy r¨¢pido que sea en las escalas de los ge¨®logos, es demasiado largo en comparaci¨®n con la vida de un cient¨ªfico, o de las cinco generaciones de cient¨ªficos que han vivido desde Darwin.
Michael Sorenson, de la Universidad de Boston, acaba de demostrar un extraordinario caso de especiaci¨®n que no requiere ninguna barrera geogr¨¢fica, y que adem¨¢s est¨¢ ocurriendo delante de nuestras narices (Nature, 21 de agosto). Las viudas africanas son unos pajaritos negros como el azabache que, al igual que el cuco, ponen los huevos en nidos de otras especies para que las incautas les cr¨ªen a la prole. Pero tienen una peculiaridad: de polluelos aprenden las canciones de sus anfitriones. Cuando alcanzan la mayor¨ªa de edad se largan de su nido adoptivo, como buenos par¨¢sitos desagradecidos, pero llevan impresa en el cerebro la marca de su destino. Porque los machos cantan las canciones que han aprendido de peque?os. Y las hembras eligen como pareja s¨®lo a los machos que cantan esas mismas canciones. Para colmo, cuando esas hembras tienen que poner los huevos, eligen los nidos de la especie que canta la misma canci¨®n, con lo que el ciclo se repite generaci¨®n tras generaci¨®n.
El resultado de esa aut¨¦ntica bomba darwiniana es que una ¨²nica especie de viuda africana se ha dividido recientemente en nada menos que diez especies distintas: cada vez que a una viuda le da la p¨¢jara y deja sus huevos, aunque sea por error, en el nido de una especie no ensayada hasta entonces, la bomba darwiniana se pone en marcha y acaba apareciendo un nuevo modelo de viuda. No se precisa mucho tiempo. Tampoco una barrera geogr¨¢fica. Basta perder por un minuto la partitura.
Imaginen un s¨ªmil humano. Los ni?os que crecen inyect¨¢ndose OT se hacen adultos, se van de casa y s¨®lo se aparean con otros ni?os que tambi¨¦n crecieron inyect¨¢ndose OT y, ?oh, Dios m¨ªo!, all¨ª no surge ninguna especie nueva porque todos los ni?os del mundo han crecido con la misma canci¨®n. La permanencia intacta de nuestra especie parece estar garantizada por el mal gusto.
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