Las nubes
Dice Heine que Dios cre¨® el mundo en seis d¨ªas y el s¨¦ptimo llam¨® a Goethe y le dijo: "Haz t¨² las nubes". Esas ampulosas y cambiantes formas que adornan el cielo constituyen la superestructura de la irracionalidad que evapora la tierra. Sucede lo mismo en los lujosos casinos de juego, en los edificios de los grandes bancos, en las bolsas de valores y tambi¨¦n en todos los templos. En los casinos de Montecarlo o de Baden-Baden el techo est¨¢ lleno de figuras mitol¨®gicas que vierten su mirada sobre las ruletas, donde cada vez que el dedo del crupier impulsa la bola, el azar crea el universo. En el tapete verde se producen las descargas del destino: unas llevan al jugador a la gloria y otras a la ruina. Los artesonados de las centrales bancarias est¨¢n cubiertos de dioses paganos en actitud convulsa como nubes de m¨¢rmol que traen una lluvia ben¨¦fica o una sequ¨ªa de esparto sobre cr¨¦ditos y cuentas corrientes. Los primeros edificios de Wall Street fueron construidos de forma que la locura que iban a albergar, estuviera amparada desde la base por enormes columnas corintias y desde las c¨²pulas por ¨¢ngeles muy et¨¦reos. Si se considera que la tierra es un templo en cuyo suelo se siembran cereales, se extienden los frutales y se cultivan hortalizas, las nubes que durante el a?o pasan sobre los campos, equivalen a esas formas barrocas que en los casinos de juego, en las bolsas de valores y en las catedrales dan una cobertura m¨¢gica al absurdo que se realiza entre sus paredes. El agricultor est¨¢ a merced de la meteorolog¨ªa que traer¨¢ la ira o la bondad de la naturaleza, como el jugador de ruleta o de la bolsa est¨¢ sujeto al capricho de los dioses que coronan el techo. En este momento veo desde la terraza unas nubes de plomo que amenazan tormenta. Si fueran tan blancas como las que hizo Goethe por encargo de un dios pose¨ªdo por la m¨®rbida pereza del domingo, no habr¨ªa nada que temer, pero el nublado de est¨ªo que aparece esta tarde sobre la l¨ªnea del mar puede llevar dentro a ese dios ibero que arrasa la campi?a. Bajo su voluptuosidad est¨¢n indefensos los naranjos, los vi?edos, los arrozales. Desde el interior de esas nubes tal vez bajar¨¢ hasta la tierra ese loco celestial a vendimiar la uva antes de hora, a segar el arroz todav¨ªa verde o a machacar los frutos y podr¨¢ hacerlo a pedradas por simple capricho. Ahora contemplo esas nubes negras, que me recuerdan el artesonado del casino de Baden-Baden donde un d¨ªa, bajo la convulsi¨®n de unos dioses de m¨¢rmol, perd¨ª toda mi fortuna.
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