Fortunas
Fumar es un acto feo, ego¨ªsta, enfermizo y probablemente mortal, fatalmente il¨®gico, pero los magnates del tabaco gozan de una arrolladora vitalidad: son capaces de liquidar en C¨¢diz el trabajo de 186 personas y una f¨¢brica entera en Sevilla. Su fulminante decisi¨®n obedece, seg¨²n dicen, a la l¨®gica empresarial. Esto me tranquiliza: mi insensatez de fumador es alimentada por personas razonables. Mi vicio se apoya en la virtud y la econom¨ªa, en la ciencia. El tabaco es un emblema de c¨®mo somos: confusos como espirales de humo, juntos el fumador disparatado y el juicioso tabaquero, los gobiernos antitabaco y las subvenciones al cultivo venenoso.
El ser humano es un conflicto: varias almas en lucha entre s¨ª. Uno quiere encender un cigarro y al mismo tiempo quiere dejar de fumar para siempre. Dejar de fumar es como aprender idiomas: se empieza mil veces y no se acaba nunca, y dejar de fumar se convierte en el argumento esencial de la existencia. Yo he recurrido alguna vez a lo que llamo sistema Elton John, cantante, fan¨¢tico del f¨²tbol desde el colegio, que, cuando lleg¨® a millonario, se compr¨® un equipo, el Watford, y lo hizo subcampe¨®n de la Liga inglesa. El entrenador, que luego trabaj¨® con la selecci¨®n, Graham Taylor, ve¨ªa que el propietario del equipo beb¨ªa como un energ¨²meno, as¨ª que le puso delante un inmenso vaso de ginebra, todo lo que se hab¨ªa ido bebiendo esa tarde, y lo anim¨® a beberlo de golpe. Entonces Elton John empez¨® a controlarse, o as¨ª lo cuenta Martin Amis.
Me imagino la pieza de medio metro de largo que saldr¨ªa de unir los cigarros que suelo fumarme cada noche. O el cigarro de tres kil¨®metros y medio de los diez a?os que llevo siendo un fumador fiel. Ajusto cuentas, razonablemente, l¨®gicamente, como un buen empresario. ?No tendr¨ªa que eliminar puestos de trabajo, es decir, cigarros? Nada de tabaco en absoluto: deber¨ªa dejar de fumar. Pero el largo camino de picadura y papel, 3.500 metros de cigarro, no me lleva a la abstinencia, sino a la infancia, porque el tabaco (en esto es hermano del f¨²tbol) me une a mi ni?ez, a la imagen de los padres (el m¨ªo, los de mis amigos), a 3.500 pel¨ªculas, a los perdidos campos tabaqueros de Granada. La c¨¢mara del fot¨®grafo Javier Algarra descubri¨® en los secaderos de tabaco de la Vega un aura de lugares sagrados.
El tabaco, como la religi¨®n, trata de la fugacidad y de lo ritualmente repetido para olvidar la fugacidad. La vida es viaje o sue?o o, como escribi¨® Manuel Machado, la vida es un cigarrillo. ?Significa algo que la antigua f¨¢brica de tabacos de Sevilla acabara convirti¨¦ndose en universidad? El esp¨ªritu de un pa¨ªs (si existe semejante fantasma) se ve en sus paquetes de tabaco: Francia es el paquete de Gitanes, marca en honor de Carmen, la cigarrera de Sevilla, la primera fumadora de la historia de la literatura y la m¨²sica. El tabaco es inmaduro, infantil, y adora los nombres legendarios: diosas a las que pedimos buena suerte, medievales monedas de oro, Fortuna y Ducados. O sea, en lenguaje adulto, sin propaganda, dinero cruel sometido a la l¨®gica empresarial.
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