Melancol¨ªas oto?ales
Cansino ya el Sol tras su atroz alarde estival, los d¨ªas se acortan y se agitan a un tiempo. Por implacables que sean los veranos, son los oto?os y los inviernos los que, en la cultura europea al menos, imponen a los hombres esa cura de humildad y reflexi¨®n, la percepci¨®n de fragilidad y transitoriedad que invita a mejorar la vida propia y las relaciones con los dem¨¢s antes de que se agote el tiempo que cada uno tiene otorgado. El oto?o, ese ensayo anual de la vejez, llama a hacer balance, a lamentar y desear no repetir pasados errores y pecados. Como dice Rainer Maria Rilke en su poema Herbsttag (D¨ªa de oto?o): "Ha llegado el momento, el verano fue largo. Ha llegado el oto?o. Quien a¨²n no tenga casa, ya no la construir¨¢. Quien ahora est¨¦ solo, lo estar¨¢ mucho tiempo. Velar¨¢, leer¨¢, escribir¨¢ largas cartas y vagar¨¢ por las alamedas, por las que se mueven las hojas". El oto?o nos hace peque?os, tristes y l¨²cidos. O debiera.
No podemos pedir tanta introspecci¨®n, emoci¨®n y tama?a poes¨ªa a la pol¨ªtica espa?ola ni a sus protagonistas. Pero s¨ª puede que sea un buen momento, despu¨¦s del calor ca¨ªdo y sufrido, para que los espa?oles en general, la sociedad y la clase pol¨ªtica, reflexionemos con menor angustia y algo de fresca serenidad sobre nuestra casa com¨²n y, si consideramos tenerla, su solidez para afrontar los cambios clim¨¢ticos externos, muy fr¨ªos de guerras, crisis e inseguridad que ya no se auguran, sino son certeza. Y sobre nuestra propia disposici¨®n para generar fuerzas y sentimientos que nos ayuden y neutralicen tendencias a la automutilaci¨®n. Nuestros hijos y nietos vivir¨¢n, todos lo tememos, con m¨¢s desasosiego que las generaciones que nos despedimos.
El libre albedr¨ªo vuelve a ser forma de vida como en el medievo y las grandes angustias que todo individuo necesitaba en Europa como parte del instinto de supervivencia antes de la Paz de Westfalia vuelven a ser actuales. Los Estados protectores de sus ciudadanos habr¨¢n de hacer grandes piruetas para seguir simulando serlo. No lo ser¨¢n ya en la medida en que lo fueron, con lo que desaparece uno de los m¨¢s eficaces baremos del progreso humano. Pero adem¨¢s, todos los Estados, los m¨¢s democr¨¢ticos incluidos, pueden perder el alma de la que emanan sentido de la justicia y compasi¨®n. Nos alejamos de la ilustraci¨®n y de todo el positivismo rectil¨ªneo en el que nacimos, crecimos y nos formamos los adultos de los pa¨ªses bienaventurados del siglo veinte. Los tiempos se tornan rudos en las ciudades en las que ya vivimos casi todos. La calle es peligrosa. En Bogot¨¢ y en Bagdad, pero tambi¨¦n en Berl¨ªn y Madrid. Los que hace diez a?os se conformaban con un insulto m¨¢s o menos grosero en un litigio o malentendido, hoy disparan con calibre 6,35 mil¨ªmetros o con una Magnum. Los contratos sociales nos estallan, cada vez con m¨¢s violencia, por la cola. Primero fue el lenguaje, hasta que su virulencia se torn¨® en hechos. En Espa?a, como siempre, se despliega m¨¢s elocuencia en todo ello.
Hay pocos inocentes. Hay mucho de lo que reflexionar tras este verano de calor, fuego y muertos en la huida o en la desolaci¨®n entre paredes desnudas de hospitales. Puede que todo venga desde lejos. Pero parece evidente que durante meses hemos mostrado mucho de lo peor de nosotros mismos, tanto la sociedad como la clase pol¨ªtica y todos aquellos que forman el v¨¦rtice del protagonismo social. Por supuesto que sigue existiendo la virtud en las relaciones humanas como en las actividades p¨²blicas. Sin la emoci¨®n, el candor y el consuelo que aqu¨¦lla genera, la vida ser¨ªa insoportable o simplemente despreciable. Pero el desastre ¨¦tico, est¨¦tico, esc¨¦nico y ac¨²stico ha sido perfecta y profusamente expresado hasta el esperpento en nuestros h¨¢bitos sociales, medi¨¢ticos, culturales y pol¨ªticos. Todos somos algo culpables de que la basura rampante ruja con toda su procacidad y arrogancia, despreciando con carcajada grotesca todo "lo verdadero, lo bello, lo bueno", ese lema de devoci¨®n por la excelencia que adorna tantos de los teatros de nuestro viejo mundo, en los que Calder¨®n y Goethe, Moli¨¨re y Schiller, Lope y Shakespeare cantaron y describieron la gran epopeya del ser humano por ser mejor ante Dios y los hombres. ?D¨®nde qued¨® aquella vocaci¨®n de excelencia en la vida p¨²blica? Hoy cada vez la recuerdan menos. Algunos ni saben que existi¨®. Pero la hubo. Tambi¨¦n aqu¨ª en Espa?a y no hace mucho de ello. Pero recordarlo dejar¨ªa en muy mal lugar a muchos que hoy se solazan en el ¨¦xito social de jaur¨ªas m¨¢s o menos vergonzantes.
Bajemos por tanto al lodo donde todos seremos iguales. ?sa parece la consigna. La profanaci¨®n del lenguaje y de las formas ya no es una afici¨®n exclusiva de una mafia negra o rosa. La falta de escr¨²pulos y consideraci¨®n ante el efecto de las palabras sobre menores o mayores, sobre la seguridad de la ciudadan¨ªa, sobre la econom¨ªa, el bienestar y la salubridad general, ese repugnante h¨¢bito que era patrimonio durante tanto tiempo de nazis, golpistas, fan¨¢ticos religiosos, travestidos narcisistas y payasos, ha contagiado a pol¨ªticos, intelectuales y grandes comunicadores de la ma?ana. Se miente y se desprecia con entusiasmo y se insulta con fruici¨®n. Melancol¨ªa produce ya no s¨®lo el oto?o que nos viene, sino el recuerdo que nos queda.
Somos una sociedad que sali¨® de la dominante inmundicia pol¨ªtica e intelectual hace apenas un cuarto de siglo y dio ejemplo al mundo de c¨®mo emerger con ilusi¨®n y dignidad. Hoy la inmundicia, inexplicablemente, vuelve a acosarnos por todas partes. Tenemos un mill¨®n de motivos para sentirnos orgullosos de compartir una identidad que se revolvi¨® contra su pasado miserable, perdedor y pendenciero y dio a sus hijos una vida infinitamente mejor que cualquier otra siquiera imaginada pocos a?os antes. De la cochambre y el miedo surgi¨® un pa¨ªs para todos y pocas historias de ¨¦xito son tan emocionantes, pocos progresos en el bienestar y la libertad tan espectaculares y ejemplares como la espa?ola despu¨¦s de 1978. Parece mentira que quienes hoy parten de una situaci¨®n tan infinitamente mejor para regular una "buena sociedad" desde la pol¨ªtica, la cultura y los medios de comunicaci¨®n no hagan sino insultar a nuestro pasado reciente, conquista com¨²n de nuestra Constituci¨®n. Parece mentira que los ¨²ltimos restos de la Espa?a negra e inmunda que son los nacionalismos, cursis, violentos o simplemente arrogantes y provincianos, hoy sean inspiradores de pol¨ªticos y partidos que podr¨ªan apoyarse en su larga tradici¨®n de sensatez y vocaci¨®n de servicio al pa¨ªs y a la ciudadan¨ªa.
Ahora, despu¨¦s de este verano t¨®rrido, tenemos que ver con tristeza que son muchos los que han perdido la memoria aunque su edad no justifique la amnesia. Adultos con responsabilidad pol¨ªtica y vocaci¨®n de poder nos sugieren que sus rivales nos llevan a la l¨®gica de la checa o del general Yag¨¹e. Se llaman viles y cobardes entre s¨ª. O sugieren que otros buscan compatriotas muertos en beneficio propio. Unos hoscos por naturaleza, otros d¨¦biles enesencia y car¨¢cter, nos dicen que los electores debemos elegir entre bandos que hace tiempo dimos en inmensa mayor¨ªa por disueltos. Intelectuales y actores se lanzan a la cruzada de convencernos de que si ganan quienes ellos no quieren, los espa?oles habr¨¢n demostrado que son unos imb¨¦ciles que se merecieron la Inquisici¨®n y a Franco. Y alimentan a un tiempo las paranoias identitarias de tanto etnicista fan¨¢tico de intereses muchas veces extremadamente prosaicos y zurr¨®n cargado de v¨ªctimas. El lumpen pol¨ªtico y medi¨¢tico se nutre y expande gracias a las debilidades del resto de los ciudadanos. De ellas extrae la justificaci¨®n cuando no exaltaci¨®n de la bajeza que les es vocaci¨®n y profesi¨®n. De ah¨ª la responsabilidad indirecta en semejante pestilencia de todos aquellos que no medran y se declaran a disgusto en ella.
Parafraseando a Rilke, "el verano ha sido largo, ha llegado el oto?o, quien no tenga casa (u obra o mensaje) no lo tendr¨¢ en estos agitados tiempos que se nos echan encima". Nadie parece capaz de pasear por las alamedas y pensar en sus propios errores en vez de lanzar descalificaciones cainitas al adversario real o rival imaginario. La primavera llega en marzo. Quienes no hayan reflexionado lo suficiente para entonces por las alamedas s¨®lo tendr¨¢n ese recurso de la impotencia de seguir lami¨¦ndose heridas, aullar sus cuitas en el insulto y refugiarse en las estrecheces de su secta. Quienes quieran servir a su pa¨ªs, a un Estado que tanto mejor nos ha servido a todos los espa?oles en el ¨²ltimo cuarto de siglo, al margen de quien lo dirigiera, tienen oto?o e invierno para reflexionar. Y para dejar de alimentar al lumpen con sus debilidades. A¨²n hay tiempo.
Como siempre, quien m¨¢s poder o influencia tiene es el que mayor responsabilidad carga. Y quien mejor ejemplo puede dar. El presidente Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, se ha despedido de su partido con un nuevo ¨¦xito. Ha tenido muchos en ocho a?os. Partido y electores del mismo los han sabido agradecer. Pero sin duda crecer¨¢n en la memoria de todos los espa?oles no cegados por fobias o sectarismo si durante la larga despedida de la jefatura de Gobierno que acaba en primavera supiera ser humilde y pedir perd¨®n por las ofensas -queridas o no- que haya podido cometer durante su mandato, todas ellas simbolizadas en la mayor que por desgracia cometi¨® ya en la recta final de una trayectoria que la inmensa mayor¨ªa de los espa?oles aplauden. Fue su afirmaci¨®n de que espa?oles pueden desear la muerte de otros espa?oles para da?arle a ¨¦l y a su partido. Debe hacerla. La enmienda. Demostrar¨ªa con su ejemplo que a¨²n tenemos fuerzas todos para excusarnos y enmendar. Y ponernos as¨ª a salvo de un encanallamiento general que amenaza con destruir lo mejor que Espa?a ha hecho en siglos, que es esta democracia bajo esta Constituci¨®n, con este r¨¦gimen territorial y con este jefe de Estado. Aznar ha contribuido a que as¨ª sea. Puede a¨²n prestar ese ¨²ltimo gran servicio.
El domingo nos parti¨® el coraz¨®n la muerte de un hombre que ha sido el mejor ejemplo imaginable del esfuerzo humano por la superaci¨®n y la excelencia, Mario Onaindia. ?l logr¨® la grandeza pese a que las miserias ajenas y un c¨¢ncer igual de miserable le hab¨ªan arrebatado el ¨¦xito que merec¨ªa ese hombre hecho de bondad e inteligencia. No hubiera sido otro que el ver en su amado Pa¨ªs Vasco el triunfo de la ciudadan¨ªa frente a la tribu y de la verdad frente a la mentira al servicio del odio.
La grandeza ha sido siempre, record¨¦moslo, un bien muy superior al ¨¦xito. Y cuando este ¨²ltimo ya est¨¢ asegurado, ser¨ªa imperdonable no aspirar al galard¨®n supremo en la trayectoria entre los hombres. Ser¨ªa, insisto, un gran servicio a la patria en esa despedida oto?al. Nos dar¨ªa un ejemplo y nos har¨ªa mejores y m¨¢s fuertes a todos ahora que tanto fr¨ªo de incertidumbres hemos de afrontar.
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