El rojo y el negro
Una par¨¢lisis cerebral conden¨® a Rub¨¦n Gallego, nieto del comunista Ignacio Gallego, a la reclusi¨®n en orfanatos y geri¨¢tricos de la antigua URSS. Su testimonio denuncia el horror.
Entre 1986 y 1988, con ocasi¨®n de mi paso por la presidencia provisional de Izquierda Unida, particip¨¦ en varias reuniones en las que tambi¨¦n estaba Ignacio Gallego, un veterano dirigente que en 1984 hab¨ªa tenido la ocurrencia de fundar, por iniciativa sovi¨¦tica, el ¨²ltimo partido comunista ortodoxo de la historia, escindi¨¦ndose del PCE. Luego, ya con Gorbachov en el poder, el tal partido escap¨® de su condici¨®n grupuscular integr¨¢ndose en IU como paso previo para que las aguas volvieran al cauce unitario. En las reuniones, el habla firme y pausada de Ignacio Gallego serv¨ªa para recordarme que la causa de las masas proletarias segu¨ªa avanzando y que la emancipaci¨®n de la humanidad tendr¨ªa lugar bajo la ense?a del socialismo. Manejaba con extrema soltura la lengua de palo propia de los hombres formados bajo el comunismo cl¨¢sico y una vez pronunciada la perorata, por si uno no hab¨ªa quedado convencido, insist¨ªa con aparente cordialidad, ya a t¨ªtulo personal, en la raz¨®n hist¨®rica que respaldaba a sus argumentos. Era un comunista puro y duro.
BLANCO SOBRE NEGRO
Rub¨¦n Gallego
Traducci¨®n de Ricardo San Vicente
Alfaguara. Madrid, 2003
182 p¨¢ginas. 10,95 euros
Pero no es ¨¦sta la ocasi¨®n para hablar ¨²nicamente de la rigidez doctrinal y de la amabilidad del ya desaparecido l¨ªder prosovi¨¦tico, aun cuando su concepci¨®n del mundo y de los hombres tenga probablemente mucho que ver con la historia que nos ocupa: el relato autobiogr¨¢fico que su nieto, Rub¨¦n Gonz¨¢lez Gallego, acaba de ver publicado en nuestro pa¨ªs con el t¨ªtulo Blanco sobre Negro. No es una historia com¨²n, ni su protagonista es un hombre com¨²n. Rub¨¦n nace en Mosc¨² en 1968, con una par¨¢lisis cerebral similar a la del f¨ªsico Stephen Hawking, en una sociedad donde la emancipaci¨®n es un mito colectivo y resulta incompatible con toda singularidad individual, sea ideol¨®gica o f¨ªsica, que represente una carga para el sistema. En aplicaci¨®n de este principio, Rub¨¦n fue separado forzosamente de su madre con a?o y medio, pasando a una serie de orfanatos donde las condiciones de trato y la propia discapacidad le someten a una constante prueba de supervivencia, cerrada con el paso a un geri¨¢trico que es un aut¨¦ntico pudridero para los declarados in¨²tiles. Por sus estudios, Rub¨¦n estaba preparado para la Universidad, pero siendo incapaz de andar estaba descartado. Es un darwinismo social llevado al extremo de la brutalidad. El caos de la ¨²ltima etapa de Gorbachov facilita su huida en 1990, y con ello la posibilidad de ofrecer este estremecedor testimonio "sobre una vida cruel, pavorosa y que, sin embargo, es mi infancia".
Blanco sobre Negro tiene muchos puntos comunes con I sommersi e i
salvati, de Primo Levi, s¨®lo que ahora no estamos en un campo de exterminio, sino en una variante asistencial del gulag. El puzle de vivencias y de retratos que nos presenta Rub¨¦n Gallego, desde su casi absoluta discapacidad f¨ªsica, comprende la descripci¨®n de las m¨¢s terribles situaciones con una econom¨ªa de medios y con una carga de humanismo que las convierte al mismo tiempo en denuncia del horror y en elogio de la voluntad de vivir y de ser solidario, incluso en las m¨¢s desfavorables circunstancias. ?stas se imponen casi siempre, pero sin anular el esfuerzo por sobrevivir de quien se sabe condenado si baja en un momento la guardia en su lucha u olvida buscar el menor apoyo material o humano.
Volvemos al principio. Poco tiempo antes de ser enviado al geri¨¢trico en 1986, Rub¨¦n ve en la televisi¨®n a su abuelo, secretario del PCPE, en una ceremonia con Gorbachov. Los compa?eros le preguntan por el posible parentesco y ¨¦l rechaza tal posibilidad: de ser su abuelo, ?c¨®mo iba a encontrarse all¨ª comiendo tama?a bazofia? Ahora Rub¨¦n sabe que Ignacio era su abuelo, "el abuelo m¨¢s bueno del mundo, como el abuelo Lenin, como Leonid Ilich Br¨¦znev". Rub¨¦n cierra su reflexi¨®n asegurando no entender c¨®mo nunca vino a verle ni a salvarle de la muerte casi segura en el geri¨¢trico. Pero a la vista de la iron¨ªa que preside el elogio de su antepasado, sin duda lo entiende, si no en el plano de las decisiones individuales, por lo menos desde el ¨¢ngulo de la deshumanizaci¨®n propia del homo sovieticus.
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