Victor Hugo. Oc¨¦ano
Jean-Marc Hovasse, el m¨¢s meticuloso bi¨®grafo de Victor Hugo hasta la fecha -su biograf¨ªa est¨¢ a¨²n inconclusa-, ha calculado que un apasionado bibli¨®grafo del bardo rom¨¢ntico, leyendo catorce horas diarias, tardar¨ªa unos veinte a?os en agotar s¨®lo los libros dedicados al autor de Los miserables que se hallan en la Biblioteca Nacional de Par¨ªs. Porque, aunque usted no lo crea, Victor Hugo es, despu¨¦s de Shakespeare, el autor occidental que ha generado m¨¢s estudios literarios, an¨¢lisis filol¨®gicos, ediciones cr¨ªticas, biograf¨ªas, traducciones y adaptaciones de sus obras en los cinco continentes.
?Cu¨¢nto tardar¨ªa aquel tit¨¢nico lector en leer las obras completas del propio Victor Hugo, incluyendo los millares de cartas, apuntes, papeles y borradores todav¨ªa in¨¦ditos que pululan por las bibliotecas p¨²blicas y privadas y los anticuarios de medio mundo? No menos de diez a?os, calculo, siempre y cuando esa lectura fuera su ¨²nica y obsesiva dedicaci¨®n en la vida. No exagero un ¨¢pice: la fecundidad del poeta y dramaturgo emblem¨¢tico del romanticismo en Francia produce v¨¦rtigo a quien se asoma a ese universo sin fondo. Su precocidad fue tan notable como su prodigiosa capacidad de trabajo y esa terrible facilidad con que las rimas, las im¨¢genes, las ant¨ªtesis, los hallazgos geniales y las cursiler¨ªas m¨¢s sonoras sal¨ªan de su pluma. Antes de cumplir quince a?os hab¨ªa escrito ya millares de versos, una ¨®pera c¨®mica, el melodrama en prosa Inez de Castro, el borrador de una tragedia en cinco actos (en verso) Ath¨¦lie ou les Scandinaves, el poema ¨¦pico Le D¨¦luge y hecho centenares de dibujos. En una revista que edit¨® de adolescente con sus hermanos Abel y Eug¨¨ne y que dur¨® apenas a?o y medio, public¨® 112 art¨ªculos y 22 poemas. Este ritmo enloquecido lo mantuvo sin interrupciones a lo largo de esa larga vida -1802-1885- que abraza casi todo el siglo XIX y que produjo una monta?a tal de escritos que, sin duda, nadie ha le¨ªdo ni leer¨¢ nunca de principio a fin.
Parecer¨ªa que la vida de alguien que gener¨® esas toneladas de papel borroneadas de tinta debi¨® de ser la de monje laborioso y sedentario, confinado los d¨ªas y los a?os en su escritorio y sin levantar la cabeza del tablero donde su mano incansable fatigaba las plumas y vaciaba los tinteros. Pero no, Victor Hugo, y eso es lo extraordinario, hizo en la vida casi tantas cosas como las que su imaginaci¨®n y su palabra fantasearon, al extremo que de ¨¦l puede decirse que tuvo una de las m¨¢s intensas, ricas y aventureras existencias de su tiempo, en el que se zambull¨® a manos llenas, arregl¨¢ndoselas siempre con genial olfato para estar en el centro de los acontecimientos y de la historia viva como protagonista o testigo de excepci¨®n. S¨®lo su vida amorosa es tan intensa y variada que causa asombro (y cierta envidia, claro est¨¢). Lleg¨® virgen a su matrimonio con Ad¨¦le Foucher, a los veinte a?os, pero desde la misma noche de bodas comenz¨® a recuperar el tiempo perdido, pues en su vejez se jactaba -lo cuenta Juana Richard Lesclide- de haber hecho nueve veces el amor aquella noche a su flamante esposa (la paciente Ad¨¦le qued¨® desde entonces asqueada del sexo). En los muchos a?os de vida que le quedaban sigui¨® perpetrando parecidas proezas con imparcialidad democr¨¢tica, pues se acostaba con damas de toda condici¨®n -de marquesas a sirvientas, con una cierta preferencia por estas ¨²ltimas en sus a?os provectos- y sus bi¨®grafos, esos voyeurs, han descubierto que pocas semanas antes de morir, a sus 83 a?os, escap¨® de su casa para hacer el amor con una antigua camarera de su amante perenne, Juliette Drouet.
No s¨®lo altern¨® con toda clase de seres vivientes, aguijoneado como estaba siempre por una curiosidad universal hacia todo y hacia todos; acaso el m¨¢s all¨¢, la trascendencia, Dios, lo preocuparon todav¨ªa m¨¢s que las criaturas de este mundo, y sin el menor ¨¢nimo humor¨ªstico se puede decir de este escritor con los pies tan bien asentados en la vida y en la carne, que, m¨¢s todav¨ªa que poeta, dramaturgo, narrador, profeta, dibujante y pintor, lleg¨® a creerse un te¨®logo, un vidente razonador de los misterios del trasmundo, de los designios m¨¢s rec¨®nditos del Ser Supremo y su magna obra, que no es la creaci¨®n y redenci¨®n del hombre, sino el perd¨®n de Sat¨¢n. Para ¨¦l, Los miserables no fue una novela de aventuras, sino un tratado religioso.
Su comercio con el m¨¢s all¨¢ tuvo una etapa entre truculenta y c¨®mica, todav¨ªa muy mal estudiada: por dos a?os y medio practic¨® el espiritismo, en su casa de Marine Terrace, en Jersey, donde pas¨® parte de sus a?os de exilio. Al parecer, lo inici¨® en estas pr¨¢cticas una c¨¦lebre m¨¦dium parisina, Delphine de Girardin, que vino a pasar unos d¨ªas con la familia Hugo en esa isla del Canal. La se?ora Girardin compr¨® una mesa apropiada -redonda y de tres patas- en St. H¨¦lier y la primera sesi¨®n tuvo lugar la noche del 11 de septiembre de 1853. Luego de una espera de tres cuartos de hora, compareci¨® Leopoldine, la hija de Victor Hugo fallecida en un naufragio. Desde entonces y hasta diciembre de 1854 se celebraron en Marine Terrace innumerables sesiones -asist¨ªan a ellas, adem¨¢s del poeta, su esposa Ad¨¦le, sus hijos Charles y Ad¨¦le y amigos o vecinos- en las que Victor Hugo tuvo ocasi¨®n de conversar con una mir¨ªada de personajes: Jesucristo, Mahoma, Josu¨¦, Lutero, Shakespeare, Moli¨¨re, Dante, Arist¨®teles, Plat¨®n, Galileo, Luis XVI, Isa¨ªas, Napole¨®n (el grande) y otras celebridades. Tambi¨¦n con animales m¨ªticos y b¨ªblicos como el Le¨®n de Androcles, la burra de Balam y la Paloma del Arca de No¨¦. Y entes abstractos como la Cr¨ªtica y la Idea. Esta ¨²ltima result¨® ser vegetariana y manifest¨® una pasi¨®n que encantar¨ªa a los fan¨¢ticos del Frente de Defensa Animal, a juzgar por ciertas afirmaciones que comunic¨® a los espiritistas vali¨¦ndose de la copa de cristal y las letras del alfabeto: "La gula es un crimen. Un pat¨¦ de h¨ªgado es una infamia... La muerte de un animal es tan inadmisible como el suicidio del hombre".
Los esp¨ªritus manifestaban su presencia haciendo saltar y vibrar las patas de la mesa. Una vez identificada la visita trascendente, comenzaba el di¨¢logo. Las respuestas del esp¨ªritu eran golpecillos que correspond¨ªan a las letras del alfabeto (los aparecidos s¨®lo hablaban franc¨¦s). Luego, el propio Victor Hugo pasaba horas de horas -a veces, noches enteras- transcribiendo los di¨¢logos. Aunque se han publicado algunas recopilaciones de estos "documentosmedi¨²mnicos", quedan a¨²n cientos de p¨¢ginas in¨¦ditas que deber¨ªan de figurar de pleno derecho entre las obras del poeta y escritor, aunque s¨®lo fuera por el hecho de que todos los ilustres esp¨ªritus con los que dialoga coinciden a pie juntillas con sus convicciones pol¨ªticas, religiosas y literarias, y comparten su desenvoltura ret¨®rica y sus man¨ªas estil¨ªsticas, adem¨¢s de profesar la admiraci¨®n que exig¨ªa su egolatr¨ªa.
Espa?a y lo espa?ol desempe?aron un papel central en la mitolog¨ªa rom¨¢ntica europea, y probablemente en Victor Hugo m¨¢s que en ning¨²n otro escritor de su ¨¦poca. Aprendi¨® a hablar el espa?ol a los nueve a?os, antes de viajar a Espa?a, en 1811, con su madre y sus dos hermanos para reunirse con su padre, uno de los generales lugartenientes de Jos¨¦ Bonaparte. Tres meses antes del viaje, el ni?o recibi¨® sus primeras clases de ese idioma con el que, m¨¢s tarde, aderezar¨ªa poemas y dramas, y que aparecer¨ªa en Los miserables, en la cancioncilla idiosincr¨¢tica que le canta el bohemio Tholomy¨¨s a su amante Fantine: "Soy de Badajoz / Amor me llama / Toda mi alma / Es en mis ojos / Porque ense?as / a tus piernas" (sic). En Madrid estuvo interno unos meses en el Colegio de los Nobles, en la calle Hortaleza, regentado por religiosos. Victor y Abel fueron exceptuados de ayudar misa, confesarse y comulgar porque su madre, que era volteriana, los hizo pasar por protestantes. Los recuerdos de ese internado fueron t¨¦tricos, pues, seg¨²n afirmar¨ªa m¨¢s tarde, entre esos muros pas¨® fr¨ªo, hambre y tuvo muchas peleas con sus compa?eros. Pero en esos meses aprendi¨® cosas sobre Espa?a y la lengua espa?ola que lo acompa?ar¨ªan el resto de su vida y fertilizar¨ªan de manera notable su inventiva. Al regresar a Francia, en 1812, vio por primera vez un pat¨ªbulo y la imagen del hombre al que iban a dar garrote, montado de espaldas sobre un asno, rodeado de curas y penitentes, se le grab¨® con fuego en la memoria. Poco despu¨¦s, en Vitoria, vio en una cruz los restos de un hombre descuartizado, lo que lo impulsar¨ªa, a?os m¨¢s tarde, a hablar con horror de la ferocidad de las represalias del ocupante franc¨¦s contra los resistentes. Es posible que de estas atroces experiencias de infancia naciera su rechazo a la pena de muerte, contra la que luch¨® sin descanso, la ¨²nica convicci¨®n pol¨ªtica a la que fue fiel a lo largo de toda su vida.
El espa?ol no s¨®lo le sirvi¨® para impregnarse de leyendas, historias y mitos de un pa¨ªs en el que crey¨® encontrar aquel para¨ªso de pasiones, sentimientos, aventuras y excesos desorbitados con el que so?aba su calenturienta imaginaci¨®n; tambi¨¦n, para disimular a los ojos ajenos, las notas imp¨²dicas que registraba en sus cuadernos secretos, no por exhibicionismo, sino por taca?er¨ªa, o, mejor, dicho, por ese prurito enfermizo de llevar cuenta minuciosa de todos sus gastos que nos permite, ahora, saber con una precisi¨®n inconcebible en cualquier otro escritor cu¨¢nto gan¨® y cu¨¢nto gast¨® a lo largo de toda su vida Victor Hugo (muri¨® rico).
El profesor Henri Guillemin ha descifrado, en un libro muy divertido, Hugo et la sexualit¨¦, aquellos cuadernos secretos que llev¨® Victor Hugo en Jersey y Guernesey, en los a?os de su exilio. Unos a?os que, por razones que son obvias, algunos comentaristas han bautizado "los a?os de las sirvientas". El gran vate, pese a haberse llevado consigo a las islas del Canal a su esposa Ad¨¦le y a su amante Juliette, y de haber entablado espor¨¢dicas relaciones ¨ªntimas con damas locales o de paso, mantuvo un constante y m¨²ltiple comercio carnal con las muchachas del servicio. Era un comercio en todos los sentidos de la palabra, empezando por su aspecto mercantil. ?l pagaba las prestaciones de acuerdo a un esquema bastante estricto. Si la muchacha se dejaba s¨®lo mirar los pechos recib¨ªa unos pocos centavos. Si se desnudaba del todo, pero el poeta no pod¨ªa tocarla, cincuenta centavos. Si pod¨ªa acariciarla sin llegar a mayores, un franco. Cuando llegaba a aqu¨¦llos, en cambio, la retribuci¨®n pod¨ªa llegar a franco y medio y en alguna tarde de prodigalidad enloquecida ?hasta a dos francos! Casi todas estas indicaciones de los carnets secretos de Victor Hugo est¨¢n escritas en espa?ol para borrar las pistas. El espa?ol, el idioma de las cochinaditas del gran rom¨¢ntico, qui¨¦n lo hubiera dicho. Algunos ejemplos: "E. G. Esta ma?ana. Todo, todo". "Mlle. Rosiers. Piernas". "Marianne. La primera vez". "Ferman Bay. Toda tomada. 1fr.25". "Visto mucho. Cogido todo. Osculum". Etc¨¦tera.
?Hacen mal los bi¨®grafos explorando estas intimidades s¨®rdidas y bajando de su pedestal al dios ol¨ªmpico? Hacen bien. As¨ª lo humanizan y rebajan a la altura del com¨²n de los mortales, esa masa con la que est¨¢ tambi¨¦n amasada la carne del genio. Victor Hugo lo fue, no en todas, por cierto, pero s¨ª en algunas de las obras que escribi¨®, sobre todo en Los miserables, una de las m¨¢s ambiciosas empresas literarias del siglo XIX, ese siglo de grandes deicidas, como Tolstoi y Balzac. Pero tambi¨¦n fue un vanidoso y un cursi y buena parte de lo mucho que escribi¨® es hoy palabra muerta, literatura circunstancial. (Breton lo elogi¨® con maldad, diciendo de ¨¦l: "Era surrealista cuando no era con (un idiota)". Pero quiz¨¢ la definici¨®n m¨¢s bonita de ¨¦l la hizo Cocteau: "Victor Hugo era un loco que se cre¨ªa Victor Hugo".
En la casa de la plaza de los Vosgos donde vivi¨® hay un museo dedicado a su memoria, donde se puede ver en una vitrina un sobre dirigido a ¨¦l que llevaba como ¨²nica direcci¨®n: "Mr. Victor Hugo. Oc¨¦an". Y ya era tan famoso que la carta lleg¨® a sus manos. Aquello de oc¨¦ano le viene de perillas, por lo dem¨¢s. Eso fue: un mar inmenso, quieto a ratos y a veces agitado por tormentas sobrecogedoras, un oc¨¦ano habitado por hermosas bandadas de delfines y por crust¨¢ceos s¨®rdidos y el¨¦ctricas anguilas, un infinito marem¨¢gnum de aguas encrespadas donde conviven lo mejor y lo peor -lo m¨¢s bello y lo m¨¢s feo- de las creaciones humanas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.