Manuel Acedo, almirante
Manuel Acedo, almirante de la Armada, ha fallecido en Madrid, a los 68 a?os, despu¨¦s de soportar con enorme entereza una larga y penosa enfermedad. Cuando antes del comienzo del verano, al ingresar en un sanatorio, se desped¨ªa de sus amigos, lo hac¨ªa muy consciente de que era su ¨²ltima singladura.
Acedo ten¨ªa grandes pasiones y las ha vivido volc¨¢ndose en ellas con la fuerza enorme de su voluntad y el tama?o, tambi¨¦n importante, de su corpach¨®n. La familia, la Armada, los amigos, Espa?a, la mar, han sido esas grandes pasiones. Nunca recuperado de la desaparici¨®n de su mujer, volc¨®, especialmente en su hijo Carlos, en sus dos hijas, y en sus nietos, toda su inmensa capacidad de transmitir cari?o. Nunca se cansaba de jugar con ellos, ni de contar c¨®mo los iba viendo crecer, c¨®mo disfrutaba con su compa?¨ªa.
La Armada fue su profesi¨®n y su pasi¨®n. A trav¨¦s de largos a?os de servicio, alternando el mando de buques y los destinos en tierra, lleg¨® al puesto que m¨¢s le pod¨ªa satisfacer, almirante de la Flota. All¨ª le sobrevino la jubilaci¨®n, que siempre consider¨® prematura. Por su capacidad e inteligencia era reconocido en los ¨¢mbitos de las marinas de guerra de pa¨ªses amigos como una autoridad de primer orden en la utilizaci¨®n de las fuerzas de la Infanter¨ªa de Marina, y hasta sus ¨²ltimos d¨ªas sigui¨® estudiando t¨¢cticas y nuevos procedimientos de aplicaci¨®n.
Fue un impulsor de las nuevas tecnolog¨ªas dentro de la Armada, y a su influencia se deben algunos desarrollos pioneros entre las marinas de guerra de la OTAN.
Su fuerza vital y su capacidad le procuraron algunos desacuerdos con sus superiores a cambio de contar con una legi¨®n de amigos, la mayor parte, para su propia satisfacci¨®n, entre sus m¨¢s directos subordinados. El tono de su voz de mando lo hubieran envidiado los grandes almirantes de otras ¨¦pocas; con ella, y las pertinentes expresiones de grueso calado, consegu¨ªa no s¨®lo la obediencia disciplinaria, sino la admiraci¨®n, el respeto y el aprecio de aquellos que estaban a sus ¨®rdenes. Valga como prueba de ello el cari?oso apelativo de Su Inmensidad con el que le conoc¨ªan en la Flota. De ese aprecio participaban no s¨®lo sus compa?eros de armas, sino cuantos tuvieron la satisfacci¨®n de conocerle y de tratarle, singularmente las gentes sencillas del Puerto de Santa Mar¨ªa y de Rota.
Espa?a ha perdido un almirante. Los que hemos perdido un amigo entra?able estamos seguros de que ser¨¢ recibido con todos los honores en la Flota de la Estrella de los Mares.
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