Las cosas tal como son
El conflicto entre la realidad tal cual es y la realidad tal cual la percibimos por la imaginaci¨®n fue el motor de la obra de Wallace Stevens. La reedici¨®n corregida de una amplia antolog¨ªa de sus poemas, la publicaci¨®n de una selecci¨®n de sus aforismos y la traducci¨®n de sus libros 'El hombre de la guitarra azul' e 'Ideas de orden' son una buena ocasi¨®n para acercarse al universo del poeta estadounidense.
Sea casualidad o sea algo parecido a una improvisada minimoda, lo cierto es que nos llegan ahora unas cuantas traducciones de la obra del poeta norteamericano Wallace Stevens (1879-1955), del que ya nos hemos ocupado en otras ocasiones en estas mismas p¨¢ginas (la primera vez en el ya lejano 1994, cuando apareci¨® en Visor una antolog¨ªa de su poes¨ªa traducida por Jenaro Talens). Vamos por orden. S¨¢nchez Robayna vuelve a publicar la misma antolog¨ªa que publicara en 1980 en Plaza & Jan¨¦s (aquella colecci¨®n de poes¨ªa de pastas duras inimaginable hoy; oh grandes editoriales de ayer convertidas en grandes grupos obsesionados con la cuenta de resultados). Lo m¨¢s curioso del caso es que no se nos avisa de que se trata estrictamente de una reedici¨®n, con la misma selecci¨®n de poemas, b¨¢sicamente la misma traducci¨®n (corregida ocasionalmente, eso s¨ª, y las correcciones en general son soluciones mejores que las antiguas, entre otras cosas porque subsanan claros errores de entonces), el mismo pr¨®logo con alg¨²n a?adido y alg¨²n corte y un t¨ªtulo distinto (ahora De la simple existencia; entonces simplemente Poemas). Da la impresi¨®n de que se desea que se considere un trabajo completamente nuevo lo que es b¨¢sicamente un trabajo de ayer, de hace m¨¢s de veinte a?os (y ya ha llovido). Sea lo que sea, lo cierto es que ¨¦sta es una buena antolog¨ªa, en general bien traducida (errores convenientemente corregidos, ya hemos dicho), muy respetuosa en la actual versi¨®n con el original (como yo pienso que debe ser) y a la que ¨²nicamente cabe achacar (grave objeci¨®n) la desproporci¨®n en la elecci¨®n de los libros representados, demasiados poemas del primer libro, Armonio, y muy pocos del resto de los libros (con la excepci¨®n de El hombre de la guitarra azul, del que traduce ¨ªntegramente el poema hom¨®nimo, que es la parte central de este libro). De ah¨ª que hubiera sido sensato y ¨²til que el traductor se planteara una dr¨¢stica reestructuraci¨®n de su antolog¨ªa, sobre todo en este aspecto de equilibrar proporciones y libros, teniendo en cuenta adem¨¢s que Stevens quiso alejarse cada vez m¨¢s del lado m¨¢s lujosamente euf¨®nico de su primer libro (el m¨¢s ampliamente representado aqu¨ª), como hemos dicho).
Por su parte, Jim¨¦nez Heffernan, que ya tradujo Armonio hace poco, traduce ahora dos libros, Ideas de orden (1936) y
El hombre de la guitarra azul (1937), con los que Stevens rompi¨® del todo su largo silencio desde 1923 (ya lo hab¨ªa roto en parte al a?adir nuevos poemas a la segunda edici¨®n de Armonio -1931-). Yo jam¨¢s empezar¨ªa por El hombre de la guitarra azul (t¨ªtulo picassiano, por cierto) con cualquiera que quisiera entrar en el universo de este poeta, porque ciertamente se trata -en algunos de sus fragmentos al menos- del Stevens m¨¢s oscuro y abstracto, al que probablemente m¨¢s s¨®lidas objeciones cabr¨ªa hacer (de no ser que prescindamos por completo de nuestra capacidad cr¨ªtica y creamos igualmente v¨¢lido todo lo que ha escrito un poeta al que admiramos mucho). En cualquier caso, para Stevens era uno de sus poemas favoritos (lo seleccion¨® ¨¦l mismo para la antolog¨ªa de su poes¨ªa que le pidi¨® la editorial londinense Faber & Faber) y realmente -en sus mejores fragmentos, que los tiene- condensa partes esenciales de su pensamiento po¨¦tico, y no olvidemos que estamos ante un poeta fundamentalmente pensador, un hombre que concibi¨® la poes¨ªa como una forma de penetrar en las claves de la existencia humana, concebida como un conflicto entre la realidad tal cual es y la realidad tal cual es percibida por la imaginaci¨®n (una forma del sentimiento que transforma la realidad para conocerla mejor y para conocer los enigmas de quien as¨ª la ve). Sin embargo, y contra lo que pudiera sugerir este libro ¨¢spero y cr¨ªptico -Heffernan incluye en su edici¨®n las renuentes explicaciones de Stevens a cada una de sus secuencias, un poco como D¨¢maso Alonso explicaba a G¨®ngora-, conviene resaltar que para Stevens la realidad, cualquiera que sea, es esencialmente el arranque y el fundamento ¨²ltimo de su poes¨ªa, el vivero esencial de las grandes emociones sobre las que se construyen (oblicuamente, si se quiere) sus poemas. De ah¨ª que haya en ella constantes presencias de la naturaleza convertida en otra cosa (y esa otra cosa es s¨ªmbolo de la existencia humana), pero sin dejar de ser esencialmente ella misma, naturaleza percibida y transmutada con descomunal capacidad sensitiva (esas prodigiosas luces stevensianas, esos oto?os tan misteriosamente esencializados, esos inviernos tan acogedores e ¨ªntimos o radicalmente desolados y est¨¦riles, esas primaveras anheladas pero demasiado ef¨ªmeras, esos veranos colmados de mieses doradas como triunfos inatacables de la vida, esos mares caribe?os convertidos en plenitud total de la creaci¨®n). Y la poes¨ªa es realmente esas dos cosas, lo que existe como tal y lo que existe visto por un hombre que acude al lenguaje para dejar constancia de su originaria y fecundante experiencia sensitiva convertida despu¨¦s en necesidad pensativa. Grandes poemas en Ideas de orden (fabuloso el titulado Idea de orden en Key West) y suculentas partes en El hombre de la guitarra azul (otras sin duda desechables), pero lamento discrepar con la traducci¨®n de Heffernan, para m¨ª inaceptable en muchas de sus propuestas (el original debe marcar la pauta en todo, incluso en sus m¨¢s atrevidas audacias, porque la poes¨ªa est¨¢ en ¨¦l y no en otra parte).
Por ¨²ltimo, nos llegan tam-
bi¨¦n, en edici¨®n exenta, una antolog¨ªa de los aforismos de Stevens (no los aforismos completos como dice enga?osamente el t¨ªtulo, probablemente m¨¢s de la editorial que del compilador, Daniel Aguirre), casi todos ellos publicados p¨®stumamente (con la excepci¨®n de los que aparecieron en 1940 en la revista View con el t¨ªtulo de Materia po¨¦tica, 39 en total, de los que aqu¨ª s¨®lo se recogen siete). En ellos se encuentra la m¨¢s expl¨ªcita de las po¨¦ticas de Stevens, si bien formulada como r¨¢fagas de pensamiento que no siempre es coherente consigo mismo. Stevens parece tantear territorios una y otra vez para conciliar visiones de la poes¨ªa que podr¨ªa caber en un mismo proyecto pero queda clara una cosa, insisto: su poes¨ªa no sortea la realidad ni lo que podr¨ªamos llamar su percepci¨®n m¨¢s aguda y profunda de la misma, cuyo instrumento primordial es la imaginaci¨®n (una forma del sentimiento humano: "La poes¨ªa es realidad y pensamiento o sentimiento"). La poes¨ªa piensa m¨¢s decisivamente y reveladoramente sobre lo que se siente, tal como quer¨ªa Wordsworth, y en ese sentido (sobre todos) debemos interpretar la dimensi¨®n pensativa -fundamental, hemos dicho- de la poes¨ªa de Stevens. Por eso debemos insistir en que Stevens es el poeta de los modernos en lengua inglesa m¨¢s profundamente dependiente de los descubrimientos rom¨¢nticos (?cu¨¢l, si no, es el origen de su omnipresente teor¨ªa de la imaginaci¨®n?) y en ese sentido un poeta ¨¦l mismo profundamente rom¨¢ntico. Versos enteros que son calcos de Keats, emociones enteras que son plenamente wordsworthianas y a veces whitmanianas; Shelley presente aqu¨ª y all¨¢, Browning -el raro posrom¨¢ntico- tambi¨¦n lo visita asombrosamente (v¨¦ase El hombre de la guitarra azul), pero, eso s¨ª, todo ello tocado y trocado por el aura del esp¨ªritu singular¨ªsimo que era el poeta Wallace Stevens (el hombre Stevens era -record¨¦moslo- un abogado vicepresidente de una gran compa?¨ªa de seguros, en general muy solitario, bastante apartado de los medios literarios y al final de su vida ampliamente premiado y reconocido). En ning¨²n caso debemos olvidar esa genealog¨ªa stevensiana, lo cual nos devuelve a otra lectura de Stevens, la que no insiste exclusivamente en su abstracto intelectualismo dependiente del ¨²ltimo Mallarm¨¦ o del Val¨¦ry de La joven parca (que no el Val¨¦ry de El cementerio marino). Stevens es un poeta de sensaciones profundas cuajadas en palabras deslumbrantes que regeneran la realidad hasta dotarle del aura de una nueva creaci¨®n. Y esta empresa s¨®lo est¨¢ al alcance de los grandes poetas.
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