El origen de la Constituci¨®n
Tanto criticar a Felipe Gonz¨¢lez porque se enteraba de todo por la prensa y ahora resulta que Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar sab¨ªa de la existencia de armas ocultas en Irak por una simple hojeada a los peri¨®dicos
Estatutos
De entrada, Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar escribi¨® en su tiempo contra la Constituci¨®n Espa?ola: nada m¨¢s l¨®gico que ahora se niegue en redondo a modificarla. Para seguir, que ciertas reformas constitucionales no figuren en los primeros puestos de salida de las inquietudes ciudadanas que aparecen en las encuestas no es raz¨®n de peso para obviarlas as¨ª como as¨ª. Sobre todo cuando el actual orden constitucional debe su origen a un apresurado cambalache de extrema urgencia a fin de enterrar pasados todav¨ªa insepultos y cuando el proceso de descentralizaci¨®n auton¨®mica ha sido todo lo que se quiera excepto consecuente con la evoluci¨®n y el desarrollo de las necesidades comunitarias. Al margen de que el Senado requiere de una reforma seria a fin de que sirva para algo, nadie puede aventurar que al ciudadano no le inquieten asuntos que dependen, acaso de manera un tanto oblicua, de una reorientaci¨®n pol¨ªtica del Estado de las Autonom¨ªas.
Los poetas muertos
En una de sus brillantes maldades, en las que era un aut¨¦ntico florentino, el fallecido Ricardo Mu?oz Suay dec¨ªa que menos mal que a Garc¨ªa Lorca lo mataron en la Guerra Civil, pues de lo contrario habr¨ªamos asistido al espect¨¢culo de una decrepitud muy paseada, a lo Rafael Alberti. Bromas macabras al margen, s¨®lo en un pa¨ªs que incluy¨® el olvido deliberado del alzamiento contra la Rep¨²blica en el paquete de ausencias pactadas de la Transici¨®n puede suceder que uno de sus poetas mayores siga criando malvas en una triste fosa com¨²n, como si de nadie se tratara. Pero no s¨®lo eso. Parece que la irrefrenable pasi¨®n por el ladrillo que pudre tanta conciencia c¨ªvica no llega todav¨ªa para rehabilitar como merece la casa de Velintonia donde vivi¨® Vicente Aleixandre, a punto de desplomarse a pedazos. Ah¨ª tienen el se?or Romero de Tejada y sus fotocopistas una excelente ocasi¨®n de obsequiar a los espa?oles con un espl¨¦ndido regalo.
Tirando de ombligo
Una desconcertante moda, al menos para varones mayores de 45 tacos, se ha impuesto este verano entre adolescentes femeninas de cualquier edad y condici¨®n en sus paseos urbanos. La brevedad del tejido que ci?e la cintura desciende hasta las ingles y no se observa mayor reparo en mostrar como un tercio de ropa interior, caso de usarla, con un desenfado que parece prolongar en las calles las alegr¨ªas de playa. Esa reivindicaci¨®n callejera de un cuerpo que ense?a m¨¢s de lo que sugiere debe tanto a los tr¨¢nsitos de la moda como a un deseo m¨¢s ¨ªntimo y antiguo, que es el de manifestar que as¨ª es aproximadamente como somos y no vamos a ocultarlo. Ni siquiera es perverso en su desde?osa ingenuidad. Esa perspectiva reiterada de desnudez p¨²bica que no se cumple -salvo en algunas protestas convencionales contra la globalizaci¨®n- deber¨ªa bastar para que la tristeza que aflige a los columnistas adictos a la permanencia del franquismo sociol¨®gico se lo pensaran dos veces antes de eternizar sus ocurrencias de nostalgia.
Suelo por bombarderos
Se ve que, cuando Espa?a era un erial esencialmente cuartelero, los militares que nos salvaron a todos de la democracia ocuparon su tiempo libre en hacerse con vastos territorios donde establecer sus cuarteles de invierno, primavera, oto?o y verano. Gran parte de ese patrimonio usurpado ocupa el centro mismo de algunas grandes ciudades, y al ministerio correspondiente de ahora no se le ocurre cosa mejor que venderlo a trocitos para comprar montones de armas de destrucci¨®n masiva, que siempre se utilizar¨¢n contra el pobre desgraciado que carezca de ellas. As¨ª las cosas, parece urgente crear una plataforma, movimiento c¨ªvico, asociaci¨®n o lo que sea menester, a fin de impedir que los cuarteles de La Alameda, en Valencia, se conviertan en un complejo de adosados de treinta alturas a cambio de quince tanquetas antidisturbios adosados a un par de bombarderos de ¨²ltima generaci¨®n.
Protesta de actores
Nadie en su sano juicio pedir¨ªa a la delegaci¨®n del Partido Popular en esta Comunidad que condene la intervenci¨®n en Irak o los asesinatos selectivos ordenados por Ariel Sharon, ni siquiera a la luz del talento de Paco Camps para hacer como que cambia de talante mientras bendice la destrucci¨®n de El Cabanyal. Pero tampoco nadie sensato llevar¨ªa adelante una denuncia de do?a Marcela Mir¨® contra un grupito de personas que se manifestaron desde las ventanillas de invitados de las Cortes Valencianas contra la ocupaci¨®n de Irak. A fin de cuentas, en el ruedo ib¨¦rico de esca?os de esas Cortes asientan personajes de mayor peligro potencial que personas tan inofensivas y bien dispuestas como Toni Canet, Isabel Requena o Josep-Vicent Marqu¨¦s, por as¨ª decir.
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