La arrogancia neoliberal
La Organizaci¨®n Mundial del Comercio alcanz¨® por fin en Ginebra, el d¨ªa 30 de agosto, un acuerdo sobre medicamentos gen¨¦ricos que permitir¨¢ a los pa¨ªses m¨¢s pobres acceder a ellos, siempre que declaren emergencia sanitaria y pidan a los pa¨ªses suministradores que supriman los derechos de patente del f¨¢rmaco correspondiente.
Una noticia semejante, aun con todas las reservas del caso, es una buena noticia. Pero tan buena como el voto de las mujeres o la abolici¨®n de la esclavitud, conquistas ambas que no merecen una felicitaci¨®n calurosa a quienes por fin cedieron para que fueran posibles, sino un "?ya era hora!", o m¨¢s bien: "?hace siglos que ya era hora!". Bastante tonto es el refr¨¢n "nunca es tarde si la dicha es buena", porque puede ser tard¨ªsimo, cuando se han perdido muchas vidas y generado sufrimiento evitable. M¨¢s inteligente es, en todo caso, el "m¨¢s vale tarde que nunca", s¨®lo que muchas veces despuntan esos "peque?os agradecimientos" de que habla Sen, ese saltar de alegr¨ªa por concesiones min¨²sculas por parte de quienes est¨¢n en la m¨¢s pura miseria.
La industria farmac¨¦utica, una de las m¨¢s poderosas de nuestro planeta, se cerraba en banda hasta el momento ante la posibilidad de renunciar al derecho de patente aun en casos de emergencia, un derecho que alcanza en ocasiones los 20 a?os, por miedo, entre otras cosas, a que se beneficien de los f¨¢rmacos liberados pa¨ªses que s¨ª tienen posibilidad de pagar. De ah¨ª la doble exigencia de declarar la situaci¨®n de emergencia y de envasar los medicamentos correspondientes con un etiquetado especial, que disminuya la posibilidad de fraude.
A?os han llevado las discusiones. Menos que los que necesitaron para resolverse el voto de las mujeres y la abolici¨®n de la esclavitud, pero demasiados, aunque s¨®lo cont¨¢ramos desde la Conferencia Ministerial de Doha de 2001. Demasiados en una civilizaci¨®n como la nuestra, que dice tener por entra?a ¨¦tica la defensa de los derechos humanos, el m¨¢s b¨¢sico de los cuales es el derecho a la vida. Que millones de personas est¨¦n amenazadas de muerte en los pa¨ªses en desarrollo, por sida, tuberculosis o malaria; que existan los f¨¢rmacos adecuados para el tratamiento, y que el derecho de patente haga absolutamente imposible para esas gentes acceder a ellos, es un crimen contra la humanidad. Y justamente contra la humanidad m¨¢s inerme y, por lo mismo, m¨¢s vulnerable.
Evidentemente, las cosas no son simples. Ante la pregunta "?para qu¨¦ hacen falta las patentes?", recuerdo que un colega contest¨® con todo acierto: "Porque, si no, la industria farmac¨¦utica no invertir¨ªa ingentes cantidades de dinero en investigaci¨®n, y ni siquiera existir¨ªan los f¨¢rmacos de los que estamos hablando". La propuesta de miseria para todos no es la mejor alternativa a la desigualdad.
Sin duda, una empresa que invierte quiere amortizar sus gastos y obtener beneficio, cosas ambas para las que exige un derecho de patente. Y con ello no hace sino cumplir con lo que Milton Friedman llam¨® en 1970 su "responsabilidad social". Estaba de actualidad entonces esta expresi¨®n, nacida en los a?os veinte, y para evitar confusiones Friedman aclar¨® que la responsabilidad social de una empresa consiste en aumentar el beneficio econ¨®mico, porque la empresa no es sino un instrumento del accionista, que es su propietario. Afirmaci¨®n a la que se sumaba hace poco Peter Drucker, convencido de que la misi¨®n de la empresa consiste en aumentar el beneficio para el accionista, siempre dentro del cumplimiento de la ley.
Si las cosas son as¨ª, si las empresas no tienen que responder de nada m¨¢s, si, a fin de cuentas, nadie es guardi¨¢n de su hermano, entonces es in¨²til insistir en que la industria farmac¨¦utica de Estados Unidos gan¨® 37.000 millones de d¨®lares en 2002, mientras que la muerte segura acecha a millones de gentes que podr¨ªan sobrevivir con los f¨¢rmacos. Quien no tiene la capacidad adquisitiva requerida para costearse la satisfacci¨®n de una necesidad, no tiene esa necesidad, seg¨²n el sistema. ?sa es la divisa de un asilvestrado liberalismo econ¨®mico, ¨¦sa es su fatal arrogancia.
Acusaba Hayek al socialismo de incurrir en una "fatal arrogancia", la de creer que la econom¨ªa puede dirigirse desde la raz¨®n, desde una raz¨®n ut¨®pica que dise?a el futuro. Tal arrogancia -insisten los hayekianos- se ha pagado hist¨®ricamente con l¨¢grimas de sangre, desde el momento en que los proyectos ut¨®picos que han intentado tomar carne hist¨®rica no han producido sino muerte, dictaduras, humillaci¨®n. Y alguno de ellos, de los hayekianos, hace pie en el t¨ªtulo de la ¨²ltima novela de ese excepcional escritor que es Mario Vargas Llosa, El para¨ªso en la otra esquina, para aplicarlo a la arrogancia socialista. El t¨ªtulo de Vargas se refiere a un juego infantil, en que los ni?os se van remitiendo unos a otros preguntando si est¨¢ all¨ª el para¨ªso, y el interperlado contesta: "El para¨ªso, en la otra esquina". Y parece a los hayekianos que el socialismo siempre desplaza el para¨ªso a la otra esquina, dejando en ¨¦sta sufrimiento y miseria.
Pero sucede -se me ocurre pensar- que en nuestro momento hist¨®rico tal vez le conviniera al neoliberalismo econ¨®mico, en vez de criticar a los socialistas, darse cuenta de que jugamos a otro juego, muy com¨²n en mi infancia: jugamos al "t¨² la llevas". Juego simpl¨®n si los hay, que no consiste sino en dar el relevo a otro, que es al que le toca ver c¨®mo se las agencia. Tal vez el para¨ªso no sea de este mundo, pero como parece que quien la lleva ahora es el neoliberalismo, y su n¨²cleo ¨¦tico es tambi¨¦n el de los derechos humanos, tendr¨¢ que ingeni¨¢rselas para respetarlos, y no escudarse en legitimar lo que hay, pretendiendo que no existe alternativa. En principio, hay una: otra forma de entender la responsabilidad social de las empresas.
El Libro Verde de la Uni¨®n Europea, propuesto en 2001 y que lleva por t¨ªtulo Fomentar un marco europeo para la responsabilidad social de las empresas, entiende la expresi¨®n de un modo diferente al de Friedman. Una empresa asume su responsabilidad social cuando integra voluntariamente preocupaciones sociales y medioambientales en sus operaciones comerciales y en sus relaciones con los interlocutores; cuando -por decirlo de forma sint¨¦tica- se compromete a llevar un triple balance: econ¨®mico, social y medioambiental.
No se trata s¨®lo de cumplir las leyes, de "rendir cuentas", en el sentido de la accountability, sino tambi¨¦n, yendo m¨¢s all¨¢, de tomar medidas sociales y medioambientales que las leyes no exigen, en el sentido de la responsibility. Tampoco apuestan por la filantrop¨ªa, t¨¦rmino muy extendido en el discurso empresarial, porque la filantrop¨ªa trata de promover el desinter¨¦s, mientras que la responsabilidad social se dirige a lo que los actuales kantianos llamar¨ªamos el inter¨¦s universalizable; la empresa no puede optar por una ¨¦tica desinteresada, pero s¨ª puede y debe hacerlo por una ¨¦tica del inter¨¦s de todos los afectados por ella: clientes, trabajadores, accionistas, proveedores, organizaciones c¨ªvicas, lugar de implantaci¨®n, Administraci¨®n.
Por ¨²ltimo, la empresa socialmente responsable no busca el suicidio econ¨®mico, sino todo lo contrario. La Cumbre de Lisboa de 2000 se propon¨ªa convertir a la Uni¨®n Europea en 2010 en "la econom¨ªa del conocimiento m¨¢s competitiva y din¨¢mica del mundo", pero hacerlo intentando que sea "capaz de crecer econ¨®micamente de manera sostenible, con m¨¢s y mejores empleos y con mayor cohesi¨®n social". La estrategia europea de lograr un desarrollo sostenible, acordada en Gotemburgo en 2001, consistir¨ªa en tratar de conseguir que, a largo plazo, crecimiento econ¨®mico, cohesi¨®n social y protecci¨®n medioambiental caminen en paralelo. ?stos ser¨ªan los tres pilares de una empresa humana, por justa y eficiente.
Desde una opci¨®n semejante los acuerdos de la OMC sobre gen¨¦ricos ser¨ªan ya leyenda, no un hecho reciente, y no existir¨ªan complicidades entre promotores de la construcci¨®n y pol¨ªticos, ni tantos otros sucesos nefastos que m¨¢s perjudican a los m¨¢s d¨¦biles. El problema, como siempre, es si este nuevo -y antiguo- concepto de responsabilidad social no ser¨¢ una operaci¨®n de cosm¨¦tica, m¨¢s que de ¨¦tica.
Hace poco me dec¨ªa mi amigo y excelente soci¨®logo Jos¨¦ Mar¨ªa Tortosa, hablando de una organizaci¨®n humanitaria: son gentes normales, quieren palabras, no hechos. Ten¨ªa raz¨®n en aquel caso, tal vez ser¨¢ verdad tambi¨¦n en ¨¦ste. Pero entonces estar¨¢n siempre en otra esquina no s¨®lo los para¨ªsos, sino tambi¨¦n la m¨¢s elemental humanidad.
Adela Cortina es catedr¨¢tica de ?tica y Filosof¨ªa Pol¨ªtica de la Universidad de Valencia y directora de la Fundaci¨®n ?TNOR.
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