Monumento y pol¨¦mica
Sobre la intervenci¨®n en el Teatro Romano de Sagunto que proyectaron Grassi y Portaceli existe un equ¨ªvoco: no es que deviniera discutible por su resultado, como pasa con tantas obras de arquitectura, sino que naci¨® del debate mismo, de una actitud cr¨ªtica y reflexiva sobre el papel cultural y social que cabe asignar a la intervenci¨®n sobre el patrimonio hist¨®rico. Por coherencia con sus or¨ªgenes, propici¨® el debate: la maqueta, dibujos y exposiciones en foros especializados y no especializados, adem¨¢s de explicar los principios te¨®ricos y program¨¢ticos, las bases hist¨®ricas y el proyecto concreto, expon¨ªa una filosof¨ªa, una actitud y un compromiso en la recuperaci¨®n y puesta en valor de arquitecturas del pasado. Lo hac¨ªa en contraste con otras pr¨¢cticas de apariencia menos intervencionistas, sin espejo contempor¨¢neo en que reflejarse, m¨¢s adocenadas, no siempre acompa?adas de rigor, pero no discutidas por alimentar la complacencia est¨¦tica de un historicismo formal convertido en t¨®pico.
En definitiva, el proyecto naci¨® del debate y para el debate. Su ingenuidad -para los discrepantes arrogancia- radic¨® en creer que la honestidad y la transparencia te¨®rica de sus planteamientos har¨ªan que fuera aceptada la contundencia material con que iba a llenar algo m¨¢s que un vac¨ªo arqueol¨®gico: la substituci¨®n de una postal de la memoria y la remoci¨®n de confortables o ignorantes conciencias.
El proyecto, desde la primera explicaci¨®n a su expresi¨®n dibujada, requer¨ªa del observador esfuerzo intelectual y despojamiento de prevenciones. Un reto que, como en toda obra de arte, justifica el empe?o creativo y da raz¨®n a su existencia. Unos pasos previos para todo juicio consciente, no s¨®lo el de la discrepancia, el respeto o la adhesi¨®n, sino incluso para el goce. Tambi¨¦n nosotros, que nos encuadramos en los ¨²ltimos grupos, hubimos de trabajar activamente nuestra posici¨®n. As¨ª, donde nos hab¨ªan ense?ado a admirar venerables ruinas de un supuesto teatro descubrimos alteraciones e impostaciones m¨¢s pintoresquistas que historicistas; o sentimos con angustia la ausencia de sus partes m¨¢s esenciales (el frente esc¨¦nico, el espacio interior) y percibimos con desconcierto la ilegibilidad de su condici¨®n romana. En cualquier caso era muy claro que en las condiciones del teatro el acceso a las gradas constitu¨ªa un peligro f¨ªsico para los espectadores y su ac¨²stica funcionaba p¨¦simamente.
El proyecto no se limitaba a apartar el velo del t¨®pico. Era una alternativa capaz de retornarnos el edificio como teatro cabal sin negarnos la presencia de la ruina (la percepci¨®n de la herencia), de ofrecernos un monumento hist¨®rico en la integridad de sus valores factibles, quiz¨¢ el m¨¢s decisivo el de la continuidad milenaria de su funci¨®n social y cultural. Mediante la analog¨ªa se restitu¨ªa el teatro con su potente y acertada presencia en el paisaje de Sagunto. Adem¨¢s, inclu¨ªa un museo, a¨²n por culminar, cuya mejor pieza iba a ser ¨¦l mismo, honestamente expuesto en contraste con las huellas visibles de sus or¨ªgenes. Se trataba de una manera de valorizar el patrimonio cultural, promovida desde las instancias responsables de protegerlo y difundirlo, como santo y se?a de una filosof¨ªa de servicio p¨²blico. El detalle, el lenguaje, la expresi¨®n constructiva de la obra realizada tiene, l¨®gicamente, su particular acento est¨¦tico. Puede resultarnos m¨¢s o menos grato, pero es suficientemente discreto, abstracto y evocador para permitir que cada cual construya su particular teatro romano. Y quien no tenga esa facilidad imaginativa siempre podr¨¢ usar una obra de arquitectura de su tiempo, internacionalmente reconocida, un espacio al aire libre donde disfrutar la val¨ªa de unos espect¨¢culos y un museo inmerso en el lugar mismo del conocimiento que nos trasmite.
Que esta obra concreta de arquitectura no haya agradado a todos es normal y comprensible; que esta forma de entender el inter¨¦s p¨²blico no se comparta parece menos justificado; y que una y otra vean su futuro comprometido por la judicializaci¨®n, parece ya fuera de toda mesura. D¨ªgase, y justif¨ªquese, que se quieren otras pol¨ªticas y que se propugnan otras est¨¦ticas, pero no se juegue hip¨®critamente a que los jueces sean instrumento de intrigas sectarias. Tras su victoria legal, el empecinamiento de Marco Molines s¨®lo se comprende en clave de escaramuza pol¨ªtica. No es una fatalidad insuperable, los poderes p¨²blicos tienen instrumentos sobrados, entre ellos la capacidad legislativa, para descriminalizar lo realizado (amnist¨ªa, legalizaci¨®n, reconocimiento cultural expreso...) y dar carpetazo definitivo al asunto. Ning¨²n convicto cumple condena por un delito ya prescrito o por causas que nuevas leyes hayan despenalizado. La funci¨®n social m¨¢s que acreditada de esta costosa inversi¨®n p¨²blica, la posici¨®n cultural m¨¢s que respetable que representa y la obra arquitect¨®nica que se estudia en universidades de todo el mundo, ?no bastan para que los responsables p¨²blicos muevan ficha a su favor?
Quiz¨¢ lo peor de todo es que se ha escrito un cap¨ªtulo m¨¢s de esa mezquindad activa, insana tradici¨®n local, entre intolerante y autosatisfecha en la ignorancia, c¨®moda en su menosprecio a los criterios cultos y al legado de los adversarios pol¨ªticos. La valenciana es una sociedad sin puentes entre derecha e izquierda, un corte profundo marca sus relaciones y ¨¢mbitos, cuando el n¨²cleo de una actitud civilizada supone respeto y ¨®smosis, la b¨²squeda de r¨¦ditos compartibles m¨¢s all¨¢ de legislaturas y generaciones, sin que ello niegue las discrepancias leg¨ªtimas. El proyecto naci¨® por y para el debate, la obra, del todo consecuente, a¨²n con sus defectos ha devenido en monumento para la pol¨¦mica. ?No se dan cuentan de que hasta los discrepantes precisan de su subsistencia para aquilatar sus tesis? Aparte del dinero y esfuerzos que se dilapidar¨ªan, ?qu¨¦ valores recuperar¨ªamos con la demolici¨®n de los que no podamos disfrutar ya? Tal vez el de la emoci¨®n de arriesgarse a romperse la crisma al escalar por inciertas gradas reconstituidas cada vez que vayamos a ver una funci¨®n. Gracias, pero preferimos la obra de Portaceli y Grassi: nos permite enso?ar nuestro particular teatro romano mientras disfrutamos en condiciones de la arquitectura y del espect¨¢culo sin nuevos sonrojos culturales.
Los autores defienden la rehabilitaci¨®n de Portaceli y
Grassi, nacida del debate, y la funci¨®n social y
cultural que ha alcanzado el teatro, frente a una costosa
demolici¨®n que la Administraci¨®n puede impedir
Carles Dol? y Josep Sancho son arquitectos.
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