El maltrato de la vejez
La acumulaci¨®n en las morgues parisinas de cad¨¢veres de ancianos abrasados por la can¨ªcula, sin que en muchos casos se hallasen familiares dispuestos a velar sus restos, ha despertado una oleada de mala conciencia por la forma de tratar a los mayores que estamos adquiriendo. Y esa forma s¨®lo puede calificarse de maltrato. Maltrato no s¨®lo material sino sobre todo moral, lo que quiz¨¢ resulte todav¨ªa peor. Por eso, mientras le¨ªa este agosto en la prensa c¨®mo se iban calcinando los ancianos, no pude menos que recordar las piras funerarias de hace cuatro siglos, cuando la caza de brujas envi¨® a la hoguera a decenas de miles. Hoy ya somos modernos y por eso cuidamos las formas, renunciando a maltratarlos en p¨²blico. As¨ª que nuestro maltrato es solapado e hip¨®crita, pues mantenemos vivos a nuestros mayores hasta edades muy tard¨ªas, pero d¨¢ndoles al mismo tiempo una vida indigna.
Lo peor no es la soledad, sino la p¨¦rdida progresiva de su autonom¨ªa personal
El apag¨®n estad¨ªstico del Gobierno impide saber cu¨¢ntos an-cianos espa?oles han muerto de calor este verano. Pero esa pol¨ªtica del avestruz no debe hacernos creer que aqu¨ª tratamos mejor a nuestros mayores. El gasto p¨²blico en protecci¨®n de la vejez -pensiones, plazas hospitalarias y servicios sociales- es el m¨¢s bajo de Europa. Y los d¨ªas 18 y 19 de este mes acaban de celebrarse en Valencia unas jornadas sobre violencia contra personas mayores cuyas estimaciones ponen los pelos de punta. Esto demuestra que lo peor de la vejez no es la soledad, pues resulta peor el maltrato material y moral que sufren muchos ancianos a manos de sus familias o de sus cuidadores. Es verdad que se trata de una excepci¨®n, que si ahora se denuncia es porque empieza a parecer intolerable. Pero si bien el maltrato directo parece en v¨ªas de control, el maltrato indirecto, involuntario e inconsciente podr¨ªa estar creciendo como colateral efecto perverso de la protecci¨®n a los mayores.
El envejecimiento se convertir¨¢ en un problema social de primera magnitud a partir de 2025, cuando envejezcan las superpobladas cohortes del baby boom que sobrevivir¨¢n hasta edades muy tard¨ªas pero aquejadas de m¨²ltiples discapacidades cr¨®nico-degenerativas. Entonces se plantear¨¢ en toda su crudeza la gran cuesti¨®n del tratamiento de la vejez. ?Qu¨¦ hacer cuando su proporci¨®n se acerque al tercio del total? Para entonces habr¨ªa que desarrollar el cuarto pilar del Estado de bienestar, formado por los servicios sociales, hoy casi inexistentes en Espa?a. Pues como usuarios de tales servicios, necesarios para atender su creciente discapacidad, los ancianos ser¨¢n competidores naturales de los dem¨¢s usuarios, que son los menores, las mujeres y los inmigrantes. Y aqu¨ª se da la paradoja de que son estas dos ¨²ltimas categor¨ªas las que hoy est¨¢n supliendo por defecto la carencia de servicios sociales, pues asumen la atenci¨®n domiciliaria que los mayores reciben de las mujeres de su familia -en detrimento de su trabajo profesional- o de asistentas inmigrantes a sueldo.
Pero la protecci¨®n de sus necesidades materiales -salud p¨²blica, servicios geri¨¢tricos y atenci¨®n domiciliaria- es una condici¨®n necesaria pero no suficiente, pues adem¨¢s se precisa la protecci¨®n de sus derechos civiles, entre los que destaca el derecho a no ser excluidos ni discriminados. El peor problema planteado por el envejecimiento no es la soledad de los mayores sino la p¨¦rdida progresiva de su autonom¨ªa personal. Hay d¨¦ficit de autonom¨ªa material tanto por razones econ¨®micas -dado el ostracismo excluyente que implica la jubilaci¨®n y la p¨¦rdida del poder adquisitivo de las pensiones de vejez, cuya futura financiaci¨®n es muy problem¨¢tica- como por razones corporales, pues la creciente discapacidad f¨ªsica y sobre todo mental coloca a los mayores en situaci¨®n de dependencia de sus cuidadores. ?sta es la m¨¢s insidiosa condena que amenaza al envejecimiento: la p¨¦rdida de autonom¨ªa moral e independencia civil de los mayores, que les somete al dominio de aquellos poderes p¨²blicos y privados -la familia, los m¨¦dicos, las autoridades- de los que dependen.
Lo m¨¢s triste del trato que damos a los ancianos no es que les abandonemos a su suerte -lo que al menos les obliga a valerse por s¨ª mismos-, sino que les tratemos como a menores de edad necesitados de protecci¨®n y tutela, lo que les coloca bajo nuestro poder discrecional y arbitrario. Pues al sentirnos magn¨¢nimos y aceptar protegerles, lo hacemos priv¨¢ndoles de sus derechos, tras expropiarles su propia responsabilidad personal como sujetos agentes. Por eso les enga?amos con mentiras piadosas -para que no sufran, los pobrecitos-, les impedimos que elijan por s¨ª mismos -no vayan a hacerse da?o sin querer- y tomamos decisiones por ellos, llegando en la pr¨¢ctica a incapacitarlos aunque s¨®lo sea informalmente. Y esto lo hacen tanto las familias como las autoridades civiles y m¨¦dicas, en cuyas manos delegamos su tutela para procesarlos como objeto pasivo de tratamiento tecnocr¨¢tico. Por supuesto con las mejores intenciones, de las que est¨¢ empedrado el infierno a cuyo limbo les condenamos. As¨ª acabamos por tratarles como a mascotas dom¨¦sticas o ejemplares de zoo geri¨¢trico, reducidos al entra?able papel de animales de compa?¨ªa merecedores de simpat¨ªa y cuidado. Todo con tal de no reconocer su aut¨¦ntica dignidad de personas due?as de s¨ª, enfrentadas al periodo m¨¢s tr¨¢gico de su vida, lo que nos obligar¨ªa a tratarlos no con paternalismo sino de igual a igual, respetando su libre albedr¨ªo para bien y para mal, lo que tambi¨¦n exige reconocer su leg¨ªtimo derecho a disponer de su vida.
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.