La Constituci¨®n de un tiempo inmemorial
Cuando diciembre acabe el a?o, la Constituci¨®n cumplir¨¢ 25, cifra redonda que pone a prueba su fuerza simb¨®lica.
El franquismo tuvo gran inter¨¦s en celebrar sus primeros 25 a?os, y organiz¨® una descomunal campa?a publicitaria. P. Aguilar la ha contado en Memoria y olvido de la Guerra Civil espa?ola, anotando a pie de p¨¢gina que su organizador (Fraga Iribarne, ministro de Franco, luego ponente constitucional y fundador del partido que hoy gobierna con mayor¨ªa absoluta) se olvid¨® de ella en sus memorias.
El origen de aquel r¨¦gimen fue una sublevaci¨®n militar que abri¨® una guerra bendecida como Cruzada. El lema elegido fue "25 a?os de paz", aunque la mayor parte de ¨¦stos -si no la totalidad- lo hab¨ªan sido de una posguerra cruel sembrada por la dictadura con semillas de odio que en la transici¨®n no fructificaron.
Aquel lema publicitario persigui¨® sin ¨¦xito un doble objetivo: legitimador (Franco hacedor de paz) y coactivo (?ay de quien se meta en pol¨ªtica!). No gan¨® legitimidad, aunque despolitiz¨® a capas sociales, acomodaticias, propensas a dar al olvido de d¨®nde ven¨ªamos, a no interrogarse hacia d¨®nde ¨ªbamos y, en consecuencia, a dejarse llevar. En cambio apareci¨® una nueva generaci¨®n antifascista que pens¨® no ya en resistir, sino en derrocar al r¨¦gimen, y que crey¨® en la pol¨ªtica, quiz¨¢ incluso m¨¢s de lo debido.
Al cumplirse los 25 a?os del reinado de Juan Carlos, se present¨® ese periodo como un continuum, estableciendo un paralelismo entre su Monarqu¨ªa y la democracia, a pesar de que su origen era ileg¨ªtimo incluso para un mon¨¢rquico simplemente legitimista; su compatibilizaci¨®n con la democracia exig¨ªa una soluci¨®n de continuidad que pudo expresarse en la Constituci¨®n. As¨ª, tal origen pudo ser dado al olvido, al tiempo que se silenciaba la historia de la lucha por la democracia ahogada por la narraci¨®n del Rey como su motor.
No se necesit¨® una espec¨ªfica campa?a publicitaria para lograr el objetivo: durante 25 a?os se ven¨ªa propagando como s¨ªmbolo esa idea identificatoria entre democracia y Monarqu¨ªa.
Rememorar la Constituci¨®n con af¨¢n democratizador no ser¨¢ f¨¢cil.
Por una parte, el pueblo espa?ol -protagonista obligado- ya no es el mismo que era; tampoco lo son los partidos que expresaron entonces su voluntad pol¨ªtica, y los que se mantienen han experimentado cortes generacionales que revelan fallas en su propia memoria, lesivas para el prop¨®sito.
Por otra, la Constituci¨®n como acto fundacional de la democracia qued¨® diluida por m¨²ltiples factores: a) La ocupaci¨®n de ese papel, en el imaginario colectivo fabricado, por la proclamaci¨®n mon¨¢rquica; b) la importancia de algunos hechos iniciativos en la consecuci¨®n de la democracia, entre ellos la legalizaci¨®n del PCE, la celebraci¨®n y resultados de las elecciones de 1977, el golpe del 23-F y las posteriores manifestaciones masivas de apoyo a la Constituci¨®n, que la hicieron "nacer de nuevo"; c) su especial proceso constituyente, al que le falt¨® "rapidez, concentraci¨®n y publicidad", seg¨²n advirti¨® Tom¨¢s y Valiente, que previ¨® su mal comienzo: "La Constituci¨®n se promulgar¨¢ entre la indiferencia de la mayor¨ªa y el entusiasmo de nadie..." (O. C., tomo VI, p¨¢gina 5.249).
El refer¨¦ndum constitucional poco pudo hacer para solemnizar la unidad de cuantos la aceptaron: primero, que el ¨²nico principio de legitimidad en que pod¨ªa basarse el Estado y la convivencia entre espa?oles de todas las nacionalidades e ideolog¨ªas era el principio democr¨¢tico, "derogando" el franquismo; segundo, que la violencia quedaba desterrada como v¨ªa para resolver los conflictos pol¨ªticos, precisamente la ¨²nica mediante la cual los franquistas contumaces pod¨ªan intentar hundir el proceso constituyente o la Constituci¨®n, en colaboraci¨®n objetiva con el terrorismo etarra.
?Sucedi¨® as¨ª porque hubo entonces un "pacto del olvido"? Las contrarias respuestas son m¨¢s contundentes que claro el contenido del debate. Lo cierto es que se transit¨® a un nuevo r¨¦gimen como si el anterior no hubiera existido, y como si los franquistas contumaces hubieran renunciado a imponer su voluntad por la provocaci¨®n y la fuerza. As¨ª lo demuestra el car¨¢cter sorpresivo que tuvo el golpe del 23-F para el Gobierno de UCD, para el Congreso asaltado y para el desinformado pueblo. La justificaci¨®n de aquella actitud hab¨ªa sido "no despertar al le¨®n", aunque ¨¦ste rug¨ªa estent¨®reamente, y no s¨®lo en sus cuarteles.
La concordia de la Constituci¨®n parec¨ªa no tener entra?as.
En el plano de la formaci¨®n de la cultura pol¨ªtica de los espa?oles aquel modo de actuar romp¨ªa el enlace objetivo del principio democr¨¢tico albergado en la Constituci¨®n con su tradici¨®n espa?ola, cuyo antecedente m¨¢s inmediato era la Segunda Rep¨²blica, proclamada tambi¨¦n pac¨ªficamente.
Esa ruptura implicaba obviar la importancia de reparaci¨®n moral a las v¨ªctimas del franquismo; y desmerec¨ªa la influencia de la lucha contra el r¨¦gimen (y sus intentos de reforma) en la consecuci¨®n de las libertades, echando en el otro lado de la balanza la mitificaci¨®n de todas las intrigas y su man¨¢.
El ascenso del PSOE al Gobierno en 1982 no produjo alteraci¨®n significativa en el modo en que se enlazaba pasado, presente y futuro en la incipiente cultura pol¨ªtica democr¨¢tica de los espa?oles de aquel tiempo; hubo un trascendental cambio en la opini¨®n p¨²blica manifestado en los 10 millones de votos y en el hundimiento de UCD en provecho del partido de Fraga. M¨¢s bien se acentu¨® la l¨ªnea de la primac¨ªa del olvido respecto al enlace con la tradici¨®n democr¨¢tica espa?ola: lo m¨¢s importante era, al parecer, que con la Monarqu¨ªa gobernaban los socialistas, y no que gobiernan aquellos a quienes el pueblo soberano da la mayor¨ªa, mientras que el PP reconciliaba a su electorado con su pasado.
En 1978, Monarqu¨ªa, Constituci¨®n y Democracia confluyeron positivamente, aunque cada una ten¨ªa su propia historia y su propio futuro.
La Constituci¨®n a conmemorar fue el resultado de la transici¨®n, cuya historia someten ahora a revisi¨®n los historiadores. La versi¨®n rosa, la m¨¢s publicitada, la que fue convertida en "historia oficial", disminuy¨® al m¨¢ximo el protagonismo de la acci¨®n y de la voluntad popular, precisamente el factor m¨¢s explicativo de los cambios de criterio de los protagonistas con renombre, y sin el cual no es posible comprender la historia de nuestra democracia ni asegurar su futuro.
Probablemente esa revisi¨®n, que se har¨¢ presente este diciembre, implique abrir una "guerra de la historia" (recuerden la contienda por el juicio que hizo F. Gonz¨¢lez sobre Su¨¢rez y la Constituci¨®n), y quiz¨¢ descubramos que los espa?oles de hoy, que guardan a¨²n en sus ba¨²les recuerdos de aquel tiempo, tenemos "una historia y dos memorias". No s¨®lo desde la izquierda, sino tambi¨¦n desde la derecha se piensa que nuestra memoria colectiva es hemipl¨¦jica: ?por qu¨¦ habr¨ªa de asustarnos tal descubrimiento si, al intentar fraguarla en debate p¨²blico, hoy no se van a "echar los sables en la balanza" para resolver la controversia?
"Aunque el pasado no cambia la historia debe escribirse de nuevo en cada generaci¨®n para que el pasado siga siendo inteligible en un presente cambiante", escribi¨® P. Burke.
Nuestro pasado reciente est¨¢ lleno de paradojas que necesitan ser explicadas y comprendidas para que resulte inteligible a nuevas generaciones. La Constituci¨®n necesita nuevo aliento democr¨¢tico -si fuera preciso, escribiendo de nuevo en ella-, pues su m¨¦rito no estar¨¢ ya, como antes estuvo, s¨®lo en durar: el tiempo no es alquimia que transforme la hojalata en plata.
Jos¨¦ Sanroma es abogado
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