Gal¨¢cticos bajo sospecha
El festejo de ayer estaba programado para servir el triunfo en bandeja al cartel de los gal¨¢cticos de la tauromaquia. En este caso, los habitantes del firmamento taurino se apuntaron a una corrida de Juan Pedro Domecq, bien entrada en carnes y sin aparato alguno en sus cabezas. Se dir¨ªa que todo lo contrario, ya que el primer toro del lote de El Juli sali¨® astillado de un pit¨®n y tras los continuos derrotes en los burladeros y el peto, las astillas se fueron alcachofando hasta componer una imagen de plaza de talanqueras, impropia de una feria que anhela ser importante y demasiado habitual en los bureles que sortean la estrella madrile?a y sus compa?eros de constelaci¨®n. Quiz¨¢s se trate de la ley del m¨ªnimo riesgo y del m¨¢ximo beneficio.
Domecq / Ponce, Juli, Jim¨¦nez
Toros de Juan Pedro Domecq, desiguales de presencia y algunos con indicios de manipulaci¨®n fraudulenta en las astas. Nobles y de pocas fuerzas. Enrique Ponce: oreja y silencio. El Juli: saludos tras aviso y silencio. C¨¦sar Jim¨¦nez: silencio y oreja. Plaza de toros de La Ribera. 22 de septiembre. Segunda corrida de feria. Lleno de no hay billetes.
Con el primer toro de la tarde, Enrique Ponce dibuj¨® una faena muy templada basada en la mano derecha. Como al animal no le sobraban las fuerzas, el coletudo bas¨® su labor en los pases sueltos, sin romperse ni una sola vez por abajo y abusando un tanto del pico de una muleta tan tersa como despegada. Al cuarto, una mole con alma de buey charol¨¦s que se par¨® de salida, le recet¨® una faena de ali?o y punto.
El Juli se encontr¨® en primer lugar con el toro de los pitones alcachofados. La res desarroll¨® una nobleza extraordinaria, casi supina, a pesar de la farragosa lidia que sufri¨®. Fue obligado por el peonaje a derrotar a diestro y siniestro cuando le ofrec¨ªan los enga?os de forma traicionera por la bocana de los burladeros. A pesar de todo, la res tuvo un fondo de excelente nobleza que hizo que se entregara de una manera casi enternecedora, lo que le permiti¨® a El Juli disfrutar en la plaza con cada una de sus embestidas.
El toro, coloradito, grand¨®n y acochinado, fue exprimido como un lim¨®n por su matador, que lo bord¨® por momentos con la mano izquierda, con quietud y sutil parsimonia. Sin embargo, aquellos pitones desmerec¨ªan cualquier cosa que se hiciera con el toro. En el quinto, El Juli realiz¨® otra faena medida, de menor calidad que la anterior porque al ensayar los naturales, la mayor¨ªa le sal¨ªan tropezados. Lo m¨¢s notable fue una tanda ligada en redondo con la mano derecha, en la que se gust¨® como pocas veces.
C¨¦sar Jim¨¦nez, que vive una verdadera historia de amor con Logro?o, lidi¨® a un astado de reacciones extra?as con el que apenas se pudo dejar ver en su primera comparecencia; algunos dec¨ªan que estaba reparado de la vista, pero lo cierto es que fue un manso de libro. Despu¨¦s, en el sexto y cuando la tarde agonizaba, surgi¨® el alboroto y la insumisi¨®n con un palco que decidi¨® no darle la segunda oreja. Jim¨¦nez plante¨® una faena larga y efectista, con muchos muletazos de rodillas y demasiadas recolocaciones entre tanda y tanda.
S¨®lo al final, antes de la coda y del arrim¨®n definitivo, tore¨® como mandan los c¨¢nones, ofreciendo la muleta al toro con claridad y sometiendo la embestida en dos tandas de naturales excelentes, en las que predomin¨® la quietud y el gusto. Despu¨¦s, la estocada cay¨® demasiado baja y el toro se desplom¨® como una catedral, con v¨®mitos incluidos.Afloraron los pa?uelos, el presidente sac¨® el suyo una sola vez. El pe¨®n estuvo m¨¢s de un minuto desorejando a la res y como el habitante del palco se neg¨® a dar la segunda oreja, la pitada result¨® ensordecedora y la bronca tan monumental como el bajonazo del matador.
Babelia
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