Felon¨ªas pol¨ªticas
Los ciudadanos de la Comunidad de Madrid han sido convocados a las urnas nuevamente, despu¨¦s de la serie de desaguisados a los que la clase pol¨ªtica les ha sometido durante el verano. Conviene se?alar que no se trata de repetir las elecciones de mayo, sino de realizar unas nuevas, habida cuenta de que del resultado de las primeras no ha surgido un gobierno con mayor¨ªa suficiente para desempe?arse en el cargo. No estamos, pues, ante una segunda vuelta de los comicios, sino ante otra consulta que permita -ojal¨¢- salir del callej¨®n en el que les hab¨ªan metido la espantada de los diputados traidores al PSOE y las subsiguientes reacciones a su actitud. La escapada tragic¨®mica del se?or Tamayo y la se?ora S¨¢ez, como la defecci¨®n desleal de un pu?ado de concejales marbell¨ªes, han servido para poner de relieve severas carencias de la pol¨ªtica municipal en nuestro pa¨ªs, al tiempo que lograron enfatizar la falta de cultura democr¨¢tica de los dirigentes de los partidos. La democracia, en palabras de Norberto Bobbio, adem¨¢s de buenas leyes, necesita buenas costumbres, y me temo que andamos m¨¢s bien escasos de ambas cosas.
La Comunidad de Madrid alberga cerca de seis millones de habitantes -m¨¢s que algunos estados de la Uni¨®n Europea o de los candidatos a su ampliaci¨®n- con un nivel de renta per c¨¢pita superior a la mayor¨ªa de los pa¨ªses de la Tierra, tiene un PIB m¨¢s grande que el de muchas naciones y un presupuesto p¨²blico de 12.500 millones de euros anuales -el doble del de la Comunidad Aut¨®noma Vasca y tres cuartas partes del de Catalu?a-. O sea, que ni la composici¨®n de su gobierno ni el funcionamiento de su Parlamento o Asamblea resultan cosa menor. Pero el tratamiento de la actual crisis y las m¨²ltiples reacciones que ha sugerido ponen de relieve que para algunos l¨ªderes, y quiz¨¢s tambi¨¦n para no pocos electores, los aspectos saineteros de la cuesti¨®n priman frente a cualquier reflexi¨®n honesta sobre la forma de obtener y ejercer el poder y la de administrar el dinero de los contribuyentes.
Confieso mi perplejidad y mi desasosiego, coincidentes con los de muchos ciudadanos, por las abundad¨ªsimas declaraciones que se han hecho, incluidas las que se vertieron en la comisi¨®n investigadora del Parlamento madrile?o, en torno a lo sucedido y a los remedios adecuados para corregir la situaci¨®n. Conviene, primero, puntualizar que los esc¨¢ndalos urban¨ªsticos no son patrimonio o s¨ªmbolo de la ideolog¨ªa de nadie. Desde hace d¨¦cadas, los ayuntamientos espa?oles vienen cubriendo su d¨¦ficit presupuestario mediante la recalificaci¨®n de suelo r¨²stico o industrial en urbano. Les ha resultado una manera f¨¢cil y r¨¢pida de allegar recursos sin necesidad de establecer tasas o impuestos impopulares. El problema no es tanto que existan especuladores como que el sistema en s¨ª mismo se basa en la especulaci¨®n, de la que se lucran lo mismo individuos particulares que organismos p¨²blicos. El boom econ¨®mico ha favorecido la r¨¢pida acumulaci¨®n de riquezas mediante un m¨¦todo definitivamente perverso que, inevitablemente, ha generado no pocas corrupciones. Negar la inexistencia de tramas inmobiliarias -como hace el PP- o proclamar que dichas tramas s¨®lo se nutren de conspiradores de la derecha -seg¨²n insisten PSOE e IU- es tan rid¨ªculo como incre¨ªble. Por lo dem¨¢s, cualquier espa?ol que haya adquirido o enajenado una vivienda en las ¨²ltimas d¨¦cadas conoce de primera mano el andamiaje de dinero negro, plusval¨ªas inconfesadas y defraudaci¨®n fiscal que subyacen a muchas transacciones inmobiliarias: un entramado del que el ciudadano de a pie es, con frecuencia, a la vez v¨ªctima y c¨®mplice. Esto no ha de exonerar a quienes sean pillados in fraganti por la comisi¨®n de tales hechos, ni justifica para nada las peculiares actividades del se?or Romero de Tejada y sus amigos, pero debe servir para enmarcar la cuesti¨®n que nos ocupa en un panorama de sinceridad pol¨ªtica que, desde luego, se echa de menos.
Al margen de las trifulcas inmobiliarias, y por mucho que ¨¦stas se hallen en la base del problema, llama la atenci¨®n que los partidos pol¨ªticos no hayan querido aprovechar el envite para reflexionar sobre las serias interrogantes que el actual m¨¦todo de representaci¨®n electoral comporta y las necesidades objetivas de la democracia, cualquiera que sea quien ostente finalmente el poder. Porque los ciudadanos se escandalizan no tanto de que existan diputados corruptos, sino de las dificultades del sistema para expulsarlos de su seno, y de las peripecias m¨¢s que surrealistas de sus representantes a la hora de afrontar situaciones como ¨¦sta. Comisiones de investigaci¨®n que no investigan, fiscales que no acusan, pol¨ªticos m¨¢s preocupados por insultar al oponente que por explicar sus propuestas, hubieran sido ocasi¨®n suficiente para cuestionarse -siquiera desde el punto de vista te¨®rico- por un sistema electoral de listas cerradas y bloqueadas que facilita la inclusi¨®n en ellas de personajes pat¨¦ticos, al hilo del clientelismo de los partidos y la facundia de sus dirigentes, hurtando a los electores la posibilidad de discriminar en su elecci¨®n los tontos de los listos, los justos de los pecadores, los capaces de los est¨²pidos, independientemente de su ideolog¨ªa, sexo, religi¨®n o raza. Salvo en los territorios que albergan formaciones independentistas, es tan grande el distanciamiento de quienes se acercan a las urnas respecto a aquellos que salen elegidos que el sufragio se ejerce por mor de supuestas afinidades ideol¨®gicas o en un inconmensurable acto de fe respecto a las c¨²pulas partidarias que, tal y como est¨¢n los tiempos, no resulta nada recomendable. De modo que los electores madrile?os han visto depositado democr¨¢ticamente su futuro en las manos de un par de p¨ªcaros que nadie conoc¨ªa hasta su desplante, mientras que asist¨ªan at¨®nitos a un debate en el que se hablaba de todo -desde con qui¨¦n cena el se?or Zapatero hasta el recuerdo impertinente de la checa de Fomento- menos de lo que a los madrile?os interesa: qui¨¦n y c¨®mo les va a gobernar, en defensa de sus leg¨ªtimos intereses. (Por cierto, conviene aclararles a las nuevas generaciones que una checa, en este caso, no es una ciudadana de Chequia, sino un lugar de interrogatorio bajo tortura que recibi¨® el nombre de la antigua polic¨ªa secreta sovi¨¦tica).
Los sucesos municipales de este verano, v¨ªsperas del veinticinco aniversario de la Constituci¨®n, pod¨ªan haber servido para una meditaci¨®n sobre lo que algunos llaman la "calidad de nuestra democracia" y que no se refiere sino a la pervivencia o no entre nosotros de una cultura aut¨¦nticamente democr¨¢tica, o sea, ese elenco de costumbres que son necesarias para que la cosa funcione. La falta de tradici¨®n a este respecto, y la obsesi¨®n de que s¨®lo las leyes bastan para garantizar su ejercicio, sinnecesidad de que esas leyes se sustenten sobre un consenso social amplio, compuesto por valores muy distintos que algunos definen vagamente como las virtudes c¨ªvicas, terminar¨¢n por provocar una lejan¨ªa creciente entre el cuerpo electoral y sus representantes, si no lo han hecho ya. Se ha escrito mucho sobre el desprestigio y el da?o que los sucesos de la Asamblea madrile?a han generado a la clase pol¨ªtica, pero se ha dicho muy poco sobre las soluciones de fondo que existen para evitar que se repitan situaciones similares. Y cuando alguna se sugiri¨®, parec¨ªa peor el remedio que la enfermedad. Reconozco que me escandalizaron las propuestas, avaladas por algunos estudiosos de la ciencia pol¨ªtica, en el sentido de que en un sistema electoral como el nuestro el esca?o deb¨ªa pertenecer al partido, y no al diputado. El fortalecimiento de las c¨²pulas partidarias, en un ambiente que prima la autoridad suprema de los l¨ªderes frente a la democracia interna de las organizaciones, s¨®lo lograr¨ªa distanciar a¨²n m¨¢s y m¨¢s a los ciudadanos de sus elegidos. Resolver las cuestiones concretas mediante pactos contra el transfuguismo, funcionen o no, tampoco ayudar¨¢ a dirimir la cuesti¨®n de fondo, consistente en por qu¨¦ los electores tienen que votar a concejales y diputados de los que no saben ni su nombre, pero que han de acabar represent¨¢ndoles en las instituciones y administrando el dinero de sus impuestos.
?stos son, me parece a m¨ª, los dos asuntos fundamentales que subyacen en los acontecimientos pol¨ªticos del verano: qu¨¦ hacemos para financiar a las comunidades locales sin que los alcaldes se vean presas de un sistema b¨¢sicamente corrupto, como el que ahora existe, y hasta qu¨¦ punto los dirigentes pol¨ªticos est¨¢n dispuestos a abrir un di¨¢logo serio para reformar el m¨¦todo de representaci¨®n electoral. Naturalmente, un cambio de ese g¨¦nero acabar¨ªa con algunas fortunas r¨¢pidas y desalojar¨ªa del poder a un pu?ado de paniaguados sin m¨¢s m¨¦ritos que la obediencia a su partido y el cabezazo ante el que manda. Pero servir¨ªa para que los j¨®venes que no conocieron la dictadura, y no comprenden bien la pasi¨®n por el voto que padecemos los espa?oles de m¨¢s de cincuenta a?os, se vieran menos empujados a la abstenci¨®n de lo que son ahora, en un remedo indeseable de esa frase surrealista con que la diputada felona rubric¨® sus declaraciones ante los representantes del pueblo: "No a todo".
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