Un presidente a lo Joan Gaspar
El sexto de la tarde sali¨® de chiqueros con esa debilidad cong¨¦nita que asola la raza de lidia. Despu¨¦s del primer puyazo, la debilidad se tradujo en invalidez y comenz¨® una peque?a protesta, que iba creciendo cuando la res se trastabillaba. El segundo encuentro fue un picotazo y la protesta torn¨® en bronca, m¨¢s ruidosa a¨²n cuando el presidente -Jos¨¦ Manuel S¨¢nchez- cambi¨® el tercio. En banderillas la cosa no fue mejor y C¨¦sar Jim¨¦nez recet¨® dos tandas con la derecha entre gritos de una afici¨®n que se sent¨ªa estafada y, lo que es peor, desprotegida por mantener en el ruedo a una res que apenas se ten¨ªa en pie. Al final, cuando los toreros abandonaban la plaza, Jos¨¦ Manuel S¨¢nchez se levant¨®, salud¨® uno por uno a los coletudos y tuvo tiempo suficiente para aguantar imp¨¢vido en su palco -a lo Joan Gaspar- una pitada descomunal, de las que hacen ¨¦poca, para salir segundos despu¨¦s escoltado por la polic¨ªa para que el altercado p¨²blico no tuviera peores consecuencias.
Torero / Fandi, Roble?o, Jim¨¦nez
Toros de El Torero, de correcta presentaci¨®n pero pobres de cara; d¨¦biles, colaboradores, casi unos amigos. El Fandi: silencio y saludos. Fernando Roble?o: silencio; aviso y silencio. C¨¦sar Jim¨¦nez: oreja y saludos. Plaza de La Ribera, 24 de septiembre. 4? de feria. M¨¢s de tres cuartos de entrada.
C¨¦sar Jim¨¦nez hab¨ªa cuajado en el primero de su lote una faena importante, sobre todo en la parte central de su labor -prologada y cerrada con muletazos por ambas manos de rodillas- en la que se gust¨® con la mano izquierda, arrastrando la pa?osa por el albero y llevando al toro prendido por una magia que en la tauromaquia se denomina temple.
El Fandi lo intent¨® todo. Su primer astado era de esp¨ªritu amigable y le consinti¨® cualquier cosa hasta que dijo basta y se raj¨® de forma descarada. En el otro, con el que se luci¨® con el capote en un vistoso quite por lopecinas, s¨®lo pudo lamentar su endeblez y su ingenua candidez. Tanto es as¨ª que en mitad de la faena se ech¨® al suelo y renunci¨® a seguir embistiendo.
Lo peor vino de la mano de Fernando Roble?o, que se encontr¨® con dos ejemplares aptos para el toreo. El primero, que tuvo el defecto de calamochear, se ve¨ªa de lejos y en vez de encontrar una muleta poderosa se la ofrecieron acalambrada y el¨¦ctrica. Con el que termin¨® su actuaci¨®n tampoco disfrut¨® del acoplamiento deseado, aunque en un natural descubri¨® las positivas condiciones del burel.
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