La herencia de Francia
No, no se trata de la naci¨®n que los Pirineos separan de Espa?a, sino del vetusto dictador latinoamericano Gaspar Rodr¨ªguez de Francia (1766-1840), redivivo ahora merced a las declaraciones que hiciera Fidel Castro calific¨¢ndolo de "hacedor del Paraguay y de la nacionalidad paraguaya" durante la toma del actual presidente de ese pa¨ªs, Nicanor Duarte Frutos, a cuya investidura fue invitado y cuyo hipopot¨¢mico bostezo en la misma captaron las c¨¢maras fotogr¨¢ficas. Igualmente brota el fantasma de Francia porque el autor de la mejor novela escrita sobre los dictadores hispanoamericanos, Yo, el Supremo -inspirada precisamente en su vida-, el paraguayo Augusto Roa Bastos, acompa?ara al dictador cubano volando en su mismo avi¨®n a Cuba para ser atendido de cierta enfermedad por m¨¦dicos cubanos y en rueda de prensa en La Habana hiciera afirmaciones como ¨¦sta: "Castro y Cuba son para nuestros mundos ejemplos de los que hay que estar m¨¢s cerca".
Cierta historiograf¨ªa extremista hispanoamericana ha tratado de reivindicar al doctor Francia (por supuesto, con el af¨¢n de justificar tiran¨ªas m¨¢s inmediatas). Olvidando que Jos¨¦ Mart¨ª (1853-1895), el ap¨®stol de la independencia cubana, hab¨ªa hablado ya de "el Paraguay sombr¨ªo de Francia", alegan que durante su regencia -se prolong¨® nada menos que 26 a?os, de 1814 a 1840, y s¨®lo la interrumpi¨® su muerte-, Paraguay experiment¨® un fuerte avance econ¨®mico: eliminaci¨®n del latifundio y laboreo de la tierra en una suerte de cooperativas agr¨ªcolas, ense?anza primaria gratuita para todos, desarrollo de una flota fluvial -Paraguay, como Bolivia, no tiene salida al mar-, atisbos de una incipiente industria y, muy especialmente, una provechosa paz interna mientras el resto de Am¨¦rica se desangraba en el caos que sucedi¨® a su separaci¨®n de Espa?a.
?sta es la cara de la luna, digo del Paraguay, que ofertan; pero la que se oculta es que Francia lleg¨® al poder liquidando a todos sus adversarios, l¨ªderes independentistas como Yegros y Caballero; que se hizo nombrar por el Congreso Dictador Supremo, primero por cinco a?os y luego a perpetuidad, en 1816; que cuando ya no lo necesit¨® m¨¢s aboli¨® el poder legislativo (1824) y en su lugar organiz¨® un disciplinado ej¨¦rcito adicto; que suprimi¨® la ense?anza superior y mantuvo a Paraguay en el enclaustramiento m¨¢s absoluto que haya conocido pa¨ªs alguno: nadie pod¨ªa cruzar sus fronteras, ni para salir ni para entrar.
Dado que gobernaba el antiguo dominio de los jesuitas como si se tratase de una hacienda privada, sus extravagancias de gamonal rayaban en la carcajada. Por ejemplo, prohibi¨® el casamiento de espa?oles con mujeres blancas -s¨®lo pod¨ªan matrimoniarse con indias guaran¨ªes o mestizas-, contabilizaba los botones de las casacas de sus oficiales, ten¨ªa por consejero pol¨ªtico a su barbero y, cosa ya menos risible, cuando se decid¨ªa a salir de su cubil nadie pod¨ªa toparlo en las r¨²as; la voz de ?Chaque cara¨ª! (?Ah¨ª viene el jefe!) las vaciaba, y si alguien ten¨ªa la desgracia de no haber o¨ªdo la estent¨®rea advertencia, sobre su espalda doblada al paso del Supremo ca¨ªa el rebenque.
Durante once a?os retuvo prisionero al naturalista franc¨¦s Bompland por el solo delito de haberse interesado en la bot¨¢nica de Misiones; Bol¨ªvar lo amenaz¨® con invadir su territorio y Sucre estuvo a punto de hacerlo cuando libert¨® a la actual Bolivia; Artigas, el padre de la patria uruguaya, prometi¨® pasear su cabeza en una pica.
La pregonada paz, seguridad interior, provoc¨® la funesta secuela de que el Paraguay fuera secularmente mandado como un campamento militar o como una estancia de ganado. El caos americano -nada deseable, desde luego, y madre del fatal caudillismo-, penosamente superado hasta el d¨ªa de hoy, trajo las actuales y sin duda precarias democracias, que, pese a todo, se extienden y con altibajos se consolidan. En cambio, el "sosiego" de Francia tiene como herederos a Trujillo, Stroessner, Castro y alguna comparsa que no consigue por la oposici¨®n popular su legado: Hugo Ch¨¢vez, verbigracia.
C¨¦sar Leante es escritor cubano.
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