Se?ales de vida
No saber nada
Cuando traduje el diario de Gombrowicz encontr¨¦ un fragmento que me interes¨® mucho y que sent¨ª casi como propio: "Todo lo que sabemos del mundo es incompleto, es inexacto. Cada d¨ªa se nos presentan mayores datos que anulan un conocimiento previo, lo mutilan o lo ensanchan. Al ser incompleto ese conocimiento es como si no supi¨¦ramos nada".
En actitud contemplativa
Algunos cuadros que me producen un placer inmediato, como tambi¨¦n ciertos barrios de algunas ciudades, los primeros y los ¨²ltimos cuartetos de Beethoven, Venecia entera, todo Matisse, las ¨®peras de Mozart; tambi¨¦n esas pel¨ªculas que una vez y otra, no importa cuanto las vea, me retrotraen a un placer adolescente inenarrable. ?Mil noches pasar¨ªa ante El abanico de lady Windermere, de Lubitsch, por el mero placer de presenciar la escena final! La enumeraci¨®n de todo aquello capaz de suscitar placer ser¨ªa abrumadora. Pero con las relaciones humanas siempre me ha ocurrido lo contrario: han sido s¨®lo el presentimiento o la memoria de algo, lo que est¨¢ por venir, lo que ya ha pasado. Hace ya muchos a?os una amiga italiana me dijo que los instantes de placer m¨¢s intensos no pueden despojarse de un grano de desesperaci¨®n porque contienen ya un pregusto de la muerte. Por eso, en el fondo, nadie llegar¨¢ a comprender el Don Giovanni. Don Juan carece de pasado y no intuye ni le interesa el futuro. Todo en ¨¦l es presente. Lo mismo Cherubino, ese Don Juan en ciernes. Mi diferencia con Don Juan y Cherubino estriba en la capacidad de ambos para actuar, mientras que yo, si acaso sent¨ªa el presente, me manten¨ªa ante ¨¦l en actitud contemplativa.
Breve tratado de erotismo
En una ocasi¨®n Juan Manuel Torres me hizo leer un texto de Jan Kott: Breve tratado de erotismo. Lo busco en mi estanter¨ªa de literatura polaca y encuentro en la edici¨®n inglesa la cita en que pensaba al d¨ªa siguiente de un recorrido nocturno por Bujara cuando nos prepar¨¢bamos a volar a Samarcanda. Recordaba con Kyrim y Dolores las ceremonias de la boda. Intento traducir: "En la oscuridad el cuerpo estalla en fragmentos que se convierten en objetos separados. Existen por s¨ª mismos. S¨®lo el tacto logra que existan para m¨ª. El tacto es limitado. A diferencia de la vista, no abarca la persona completa. El tacto es invariablemente fragmentario: divide las cosas. Un cuerpo conocido a trav¨¦s del tacto no es nunca una entidad; es, si acaso, un suma de fragmentos".
Perder estilo
Un buen d¨ªa advert¨ª que mi tiempo y mi espacio se hab¨ªan saturado y contaminado por el mundo exterior y que el estr¨¦pito reduc¨ªa de modo lamentable dos de mis placeres mayores: la lectura y el sue?o. Era, me parece, el primer anuncio de un disgusto radical, de una angustia difusa; en realidad, de un aut¨¦ntico p¨¢nico. Porque hab¨ªa empezado a advertir que esa absorbente mundanidad, en la que mis amigos y yo aspir¨¢bamos a comportarnos como los j¨®venes protagonistas del primer Evelyn Waugh, en la que cualquier situaci¨®n pod¨ªa desorbitarse y convertirse en un inmenso disparate y la risa constitu¨ªa el m¨¢s eficaz cauterio para sanear los pozos de engreimiento y solemnidad que uno pudiera almacenar inadvertidamente, comenzaba a convertirse en algo muy distinto al modelo que nos hab¨ªamos propuesto. Entre los participantes de ese regocijante modo de vida comenzaron a presentarse actitudes que poco antes nos hubieran resultado inimaginables. A veces, al practicar el socorrido juego de la verdad, ¨¦se donde en el centro de un c¨ªrculo de amigos sentados en el suelo se hace girar una botella para que alguien pudiese preguntar a la persona apuntada cualquier intimidad, secreta proclividad de que se hab¨ªa hecho sospechosa, en lugar de resultar una experiencia divertida, se volv¨ªa repugnantemente s¨®rdida. En vez de frases ingeniosas comenzaron a producirse imprecaciones, reclamos, llantos, obscenidades. Una carga intolerable se nos hab¨ªa impuesto: pas¨¢bamos del juego a la masacre, del carnaval al aullido. Un muchacho reci¨¦n casado abofeteaba de repente a su mujer, una hermana insultaba soezmente a su hermano y a la novia de ¨¦ste, un par de amigos ¨ªntimos romp¨ªan con escandalosa truculencia esa intimidad de muchos a?os. De d¨ªa en d¨ªa crec¨ªan las histerias, las suspicacias, los rencores. Todo el mundo parec¨ªa haberse enamorado de todo el mundo y los celos se volv¨ªan una pasi¨®n colectiva. Nuestra compa?¨ªa parec¨ªa alimentarse s¨®lo de toxinas repelentes. Comenz¨¢bamos a perder el estilo.
Soltar amarras
Soltar amarras, enfrentarme sin temor al amplio mundo y quemar mis naves fueron operaciones que en sucesivas ocasiones modificaron mi vida y, por ende, mi labor literaria. En esos a?os de errancia se conform¨® el cuerpo de mi obra. Si obtuve beneficios, uno de ellos fue la posibilidad de contemplar mi pa¨ªs desde la distancia, y, por lo mismo, parad¨®jicamente, sentirlo m¨¢s pr¨®ximo. Un sentimiento encontrado de aproximaci¨®n y fuga me permiti¨® disfrutar de una envidiable libertad, que de seguro no hubiera conocido de haber permanecido en casa. Mi obra habr¨ªa sido otra. El viaje como actividad continua, las frecuentes sorpresas, la coexistencia con lenguas, costumbres, imaginarios y mitolog¨ªas diferentes, las diversas opciones de lectura, la ignorancia de las modas, la indiferencia ante las metr¨®polis, sus reclamos y presiones, los buenos y malos encuentros; todo eso afirm¨® mi visi¨®n.
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