Ep¨ªstola de San Ant¨®nio Lobo Antunes a los lectores
La expresi¨®n lucha contra el tiempo, ese lugar com¨²n horrible, define, con toda su vulgaridad, lo que ha llegado a ser mi vida. Escribo esto y me acuerdo de la pregunta que le hizo a J¨²lio Pomar su criada, al ver c¨®mo se afanaba en su taller:
-?Por qu¨¦ trabaja tanto, se?or Pomar, si ya tiene a sus hijos criados?
A m¨ª me preguntan, con igual incomprensi¨®n, por qu¨¦ no salgo, no me divierto, no vivo. La frase es exactamente ¨¦sta:
-?No te gusta vivir?
y sigue dej¨¢ndome pasmado. Despu¨¦s me doy cuenta de que no hay nada m¨¢s aburrido para los dem¨¢s que un hombre que no se aburre. Las personas que se aburren necesitan, como ellas mismas dicen, distraerse, vivir: cines, viajes, cenas, salidas de fin de semana. Y se r¨ªen, son lo que se llama buenas compa?¨ªas, conversan. Yo detesto distraerme, tener que ser simp¨¢tico, escuchar cosas que no me interesan. No suelo ir a presentaciones, ni a fiestas, ni a bares. Casi no doy entrevistas. No hablo. No aparezco. No me ven. No promuevo mis libros. No tengo tiempo. Para m¨ª est¨¢ muy claro que tengo los d¨ªas contados y que los d¨ªas son demasiado pocos para lo que tengo que escribir. Los dem¨¢s sentencian
Me preguntan por qu¨¦ no salgo, no me divierto, no vivo
-En el fondo haces lo que te gusta
y tampoco es verdad. Escribir es una ocupaci¨®n que asocio muy raras veces con el placer. No se trata de eso. Es dif¨ªcil explicarlo y siempre me han agobiado las explicaciones. Y eso me ha acercado a personas con el mismo designio, aunque no hay designio alguno. Eduardo Louren?o, que entiende de estas cosas, iluminaba el problema con unos versos de Pessoa, que a ¨¦l le gustan y a m¨ª no: "Emisario de un rey desconocido / cumplo informes instrucciones del M¨¢s All¨¢". Esto en ?vora, juntos los dos: con ¨¦l s¨ª que me divierto. Porque hablamos la misma lengua, una lengua diferente. Tal como me ocurre con Jos¨¦ Cardoso Pires, Marianne Eyre, Christian Bourgeois, J¨²lio, el que mencion¨¦ arriba, y algunos m¨¢s. Los Emisarios. Esos que, por no aburrirse, son considerados aburrid¨ªsimos por los aburridos. Qu¨¦ curioso que sean esos tan aburridos los que inundan los estantes, a los que vamos a escuchar a los conciertos, a quienes se visita en los museos. Hace meses invit¨¦ a una de mis hijas a conocer a un escritor extranjero que le gusta mucho. Y su respuesta me alegr¨®, por sentir que era francamente saludable:
-?Para qu¨¦? Despu¨¦s de confesarle que me gustan sus libros ya no tengo nada m¨¢s que decirle
y pens¨¦ enseguida
-Has ganado el cielo.
No obstante, es curioso, s¨®lo con estos aburrid¨ªsimos me siento bien. Nunca nos quedamos juntos mucho tiempo porque estamos llenos de imperiosas voces interiores que inapelablemente nos convocan, de informes instrucciones que nos llaman sin cesar. Hace pocas semanas me invitaron para clausurar
(qu¨¦ espanto de palabra)
un congreso de m¨¦dicos. Claro que no prepar¨¦ nada. No ten¨ªa tiempo. As¨ª que me puse a enhebrar rezongos al azar. Me acuerdo de lo que dije al principio:
-Me pedisteis que viniese porque dabais por supuesto que un escritor dice cosas interesantes. Esperar que un escritor diga cosas interesantes es lo mismo que esperar de un acr¨®bata que d¨¦ saltos mortales en la calle.
En rigor, s¨®lo los artistas mediocres dicen cosas interesantes y tengo una desconfianza instintiva frente a los verbosos, los de habla fluida, los graciosos, los que disertan, sin pudor, acerca de su trabajo. Nunca le cuento a nadie lo que estoy haciendo. Mi hija una vez m¨¢s
-Pap¨¢ nunca habla de lo que escribe
y no s¨¦ si ella comprende que no es posible hacerlo. Hablar de qu¨¦, si trabajo en la oscuridad y no veo. Y, si me fuese posible hablar de un libro, no ser¨ªa necesario escribirlo. Trabajo en la oscuridad, tanteando, llegan sombras y se van, llegan frases y se van, llegan arquitecturas fragmentarias que confluyen, se unen. Hace unos d¨ªas, en la primera versi¨®n de un cap¨ªtulo, comenc¨¦ a llorar mientras escrib¨ªa. Le¨ª que Dickens
(otro aburrid¨ªsimo)
re¨ªa y lloraba durante la composici¨®n de sus libros. No pude creerlo. Ahora lo creo: nunca me hab¨ªa ocurrido antes y dudo que me vuelva a ocurrir. Pero fue un momento ¨²nico, de felicidad total, la sensaci¨®n de haber alcanzado y de estar viviendo en el centro del mundo, en el que todo me resultaba claro, de una belleza indescriptible, de una armon¨ªa absoluta. Son momentos as¨ª los que persigo desde que hacia los doce o los trece a?os
(para qu¨¦ estoy haci¨¦ndome el tonto, s¨¦ perfectamente la fecha exacta)
me vino la certeza fulminante de mi destino: fue el d¨ªa 22 de diciembre de 1955; a las cinco de la tarde iba yo, peque?o a¨²n, en un autob¨²s a casa, y de repente
-Soy escritor
y palabra de honor que esta evidencia me dio miedo: yo no sab¨ªa qu¨¦ era un escritor. Despu¨¦s me di cuenta de que en la palabra escritor cab¨ªan, sin serlo, casi todas las personas que hacen libros y lo comprend¨ª mejor. Pero me hace falta tiempo, m¨¢s tiempo. Dios m¨ªo, dame tiempo. Dame dos, tres, cuatro novelas m¨¢s, dame esta gracia de Tu bondad
(Daniel Sampaio:
-El otro d¨ªa me dijeron "usted que es ateo" y me puse furioso)
dame el poder de ser como T¨² cuando trabajo mucho, la capacidad de ver nacer un mundo de esta nada, de ver levantarse, entero, el milagro de mi condici¨®n. Y, sobre todo, de seguir siendo como el pintor Bonnard
(creo que ya he contado esta historia)
que visitaba los museos con una peque?a cartera y, cuando pillaba al guardi¨¢n distra¨ªdo, sacaba un pincel de la cartera y retocaba sus cuadros. Esta prosa me ha salido descosida, la pobre: es que estoy en un brete con una novela que se escurre por todos lados, y soy el perro de aquel reba?o de palabras que siempre huyen del papel mientras yo intento atraerlas otra vez. No se les puede ladrar a las palabras: hay que correr a su alrededor. Llevo ocho versiones de los primeros cap¨ªtulos de este libro y son ellas las que me advierten
-No es eso, algo falta todav¨ªa, vuelve a empezar.
Corro el riesgo, en todo lo que he afirmado aqu¨ª, de dar la impresi¨®n de que mi vida es un tormento y una carga, cuando se trata, precisamente, de todo lo contrario: me siento como frente a una mujer desnuda, con el fervor que precede al primer beso y unas ganas locas de arrodillarme de ternura, padeciendo, como una alarma feliz, la vehemencia del cuerpo.
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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