Poeta a pie de asfalto
Casi de puntillas, como el chico t¨ªmido que va contando baldosines por las aceras, Quique Gonz¨¢lez se ha granjeado un p¨²blico c¨®mplice y entusiasta, que conecta con su visi¨®n bohemia del mundo y es capaz de corear no menos de la mitad de su poemario. Se trata de una parroquia minoritaria pero creciente, gente urbanita de veintimuchos y treintaytantos que, hastiada de esos ripios vergonzantes que a menudo escupe la frecuencia modulada, ha encontrado en Quique al honesto contador de historias que siempre debe ser aquel que osa empu?ar voz y guitarra sobre un escenario.
El cantante y autor madrile?o se ha convertido en un notable cronista del amor y sus vicisitudes en la gran ciudad, un trovador noct¨ªvago muy cualificado para desentra?ar los fragmentos de poes¨ªa que esconde la vida a pie de asfalto. Gonz¨¢lez apura sus cigarrillos en un universo de calles vac¨ªas, hoteles desvencijados, chicas a menudo inalcanzables y nost¨¢lgicas escenas de infancia, siempre la mejor de las patrias.
Quique Gonz¨¢lez
Quique Gonz¨¢lez (voz, guitarra ac¨²stica, arm¨®nica, piano), Eduardo Ortega (viol¨ªn, mandolina, guitarra, voz), Pipo Garc¨¦s (clarinete), Jacob Reguil¨®n (bajo ac¨²stico), Rebeca Jim¨¦nez (voz). Sala Galileo Galilei. Madrid, 26 de septiembre
El resultado es un pu?ado de estribillos muy meritorios, a veces hasta memorables (Cuando ¨¦ramos reyes, Salitre, Torres de Manhattan, 39 grados...) y perfectamente aptos para canturrear en voz alta sin atragantarnos con los rescoldos del bochorno. Todo ello sirve para comprender el lleno apote¨®sico del pasado viernes en la madrile?a sala Galileo, con alg¨²n rezagado implorando entradas en la puerta y una audiencia entregada a la causa. Tanto, que alg¨²n conato de conversaci¨®n junto a la barra fue acallado con frases que no se escuchaban desde tiempo atr¨¢s: "Silencio, hombre, que ah¨ª enfrente hay un m¨²sico".
Tres acordes
A Quique Gonz¨¢lez se le ha presentado a menudo como la intersecci¨®n entre Antonio Vega y Enrique Urquijo, pero es evidente que tambi¨¦n ha contenido la respiraci¨®n con los discos de Ron Sexsmith, el mejor country-rock de la Costa Oeste, o Tom Petty, el rockero que reivindic¨® la sencillez con una definici¨®n lapidaria: "Para una buena canci¨®n, tres acordes deben ser suficientes". Tambi¨¦n se deja notar, claro, la huella del genio norirland¨¦s. P¨¢jaros mojados es ahora menos vanmorrisoniana que en su versi¨®n discogr¨¢fica, pero a cambio Y los conserjes de noche se cerr¨® con permanentes gui?os de arm¨®nica a In the afternoon. El propio Quique ya ejerce tambi¨¦n de referente, como pudo comprobarse en la voz de Jordi Gasi¨®n, el joven de Lleida que ejerci¨® de telonero.
La extensa velada -28 canciones, dos horas largas- sirvi¨®, adem¨¢s, para desvelar los primeros contenidos de Kamikazes enamorados, el cuarto disco de Gonz¨¢lez, que ma?ana llega a las tiendas (aunque en la sala ya se despacharon unas cuantas docenas de ejemplares). Sin duda, su obra m¨¢s ¨ªntima, personal y caprichosa -en el mejor sentido de la palabra-, Kamikazes... materializa el divorcio definitivo con la industria multinacional del disco, que hasta ahora le hab¨ªa cobijado sin llegar nunca a comprenderle del todo. El t¨ªtulo define muy bien el estado de ¨¢nimo actual de este poeta urbano, que ha encontrado su musa particular en la persona de Rebeca Jim¨¦nez y reformulado su ideario profesional a partir de los criterios de la autofinanciaci¨®n y la artesan¨ªa.
Kamikazes... tal vez no est¨¦ llamado a grandes ventas, pese a que el p¨²blico del Galileo no tardar¨¢ en aprenderse nuevas joyas como Palomas en la Quinta o Piedras y flores. Pero que un personaje del talento de Quique Gonz¨¢lez no encuentre acomodo en los canales convencionales de la producci¨®n discogr¨¢fica corrobora que s¨ª, que la tan mentada esclerosis del sector se extiende ya con pasos de gigante.
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