'Sexo y car¨¢cter' (en el centenario de Weininger)
El 4 de octubre de 1903, Otto Weininger se disparaba un tiro en el coraz¨®n en la habitaci¨®n que hab¨ªa ocupado Beethoven en Viena. Ten¨ªa 23 a?os y era un jud¨ªo vien¨¦s que acababa de publicar su tesis doctoral, Sexo y car¨¢cter, un libro aparentemente antifeminista y antisemita con 130 p¨¢ginas de notas. A su entierro asistieron, entre otros, el novelista Stefan Zweig y un joven de 14 a?os fascinado por Sexo y car¨¢cter que se convertir¨ªa en el fil¨®sofo m¨¢s importante del siglo XX, Ludwig Wittgenstein. El dramaturgo August Strindberg envi¨® una corona de flores desde Estocolmo y public¨® un elogio f¨²nebre el 17 de octubre en La Antorcha, la revista intelectual m¨¢s vanguardista de Viena. Y su editor, Karl Kraus, el enfant terrible de la intelligentsia vienesa, se sumaba a la lista de admiradores y se rend¨ªa ante sus argumentos mis¨®ginos, ¨¦l que alardeaba de feminista.
?Qu¨¦ fue lo que convirti¨® a Sexo y car¨¢cter en un best seller que alcanz¨® en Austria y Alemania seis ediciones en menos de un a?o y a Otto Weininger en un personaje de leyenda, en un h¨¦roe neorrom¨¢ntico, en un genio? Carl Dallago escrib¨ªa en 1912 que era un personaje nietzscheano que filosofaba desde las profundidades de su ser. Pero la veneraci¨®n que despert¨® no se debi¨® solamente a su integridad intelectual y a su erudici¨®n, sino a que la ¨¦lite intelectual austriaca encontr¨® reflejados en ¨¦l sus problemas, sus inquietudes, sus miedos y sus paranoias.
Weininger fue, en efecto, el exponente de una generaci¨®n carcomida por una terrible crisis de identidad en un mundo que zozobra, en el que todo cambia y en el que el individuo no encuentra apoyos s¨®lidos a los que asirse. La certeza de que la sociedad junto con todos sus valores se est¨¢ resquebrajando late, en efecto, en la obra de Robert Musil, en las novelas de Marie von EbnerEschenbach, la escritora austriaca m¨¢s relevante de su tiempo, en los escritos de Hofmannsthal o de Hermann Broch. La era de la seguridad que retrat¨® Stefan Zweig en El mundo de ayer se hab¨ªa extinguido y Karl Kraus certificaba su muerte: "Bienvenido sea el caos porque el orden ha fracasado".
Esa crisis de valores que recorri¨® Europa y que los franceses bautizaron como "le grand malaise", los ingleses como "the great unrest" y Freud como "el malestar de la cultura" ya hab¨ªa sido diagnosticada por Nietzsche en La Gaya Ciencia al augurar la muerte de Dios, el fin de los ideales del mundo moderno y el advenimiento del nihilismo. En ese clima de decadencia, mujeres y jud¨ªos jugaron el papel de chivos expiatorios.
Las mujeres se hab¨ªan beneficiado en el Siglo de las Luces de las teor¨ªas individualistas y de defensa de los derechos de la persona que propiciaban su realizaci¨®n como seres humanos y su liberaci¨®n de la tradici¨®n y las convenciones. Pero el XIX fue un siglo profundamente anti-ilustrado que sald¨® el conflicto de intereses entre individuo y sociedad con la derrota del individuo y su vuelta al redil de lo colectivo. Fue el siglo de las ideolog¨ªas colectivas que, para exorcizar los fantasmas de la inseguridad y el desarraigo, auspiciaron el anclaje del individuo a la etnia, al Volk, a la raza y a la naci¨®n y fomentaron el nacionalismo.
Fue tambi¨¦n un siglo radicalmente antifeminista que resucit¨® los antiguos valores femeninos del sacrificio, la renuncia, la abnegaci¨®n y el vivir para los dem¨¢s, frente al ideal ilustrado de la autorrealizaci¨®n. Si el siglo XVIII alumbr¨® a grandes defensores de la mujer como Diderot y Condorcet, los personajes m¨¢s eminentes del XIX fueron destacados mis¨®ginos. Basta recordar los vitri¨®licos comentarios sobre la mujer de Schopenhauer y Nietzsche, la correspondencia de Freud con su novia Martha Bernays en la que puntualiza sin rubor que quiere una mujer convencional que cuide de la casa y de los hijos, la intolerancia de Gustav Mahler con Alma, impidi¨¦ndole componer m¨²sica para dedicarse a ¨¦l en cuerpo y alma e, incluso, la relaci¨®n de Marx con su mujer-para-todo Jenny.
Pero tambi¨¦n las nuevas ciencias del siglo XIX fomentaron la misoginia. La anatom¨ªa y la fisiolog¨ªa diseccionaron el cuerpo femenino y subrayaron las diferencias con el var¨®n, la frenolog¨ªa y la craneolog¨ªa pesaron y midieron su cerebro y llegaron a la conclusi¨®n de que era m¨¢s peque?o y de menor peso. La psicolog¨ªa buce¨® en su mente y desvel¨® las llamadas enfermedades de los nervios -entre ellas, la histeria-, s¨ªntomas de su "sensibilidad desbordada" y de su "emotividad enfermiza". Todas estas investigaciones, que Moebius recogi¨® en su folleto-libro Sobre la imbecilidad fisiol¨®gica de las mujeres, reeditado sin cesar en las primeras d¨¦cadas del XX, fueron utilizadas para corroborar su inferioridad intelectual.
El antifeminismo de Sexo y car¨¢cter no es, pues, una excepci¨®n a comienzos del siglo XX sino una manifestaci¨®n m¨¢s de los problemas de identidad de una generaci¨®n que se sinti¨® amenazada por el surgimiento de un nuevo tipo de mujer que, al amparo de la decadencia reinante, reclamaba sus derechos y pon¨ªa en cuesti¨®n su masculinidad. Esa "nueva Eva" se convirti¨® en un arquetipo, la femme fatale cuya fuerza sexual demoniaca y cuyo poder tentador aparecen reflejados en las telas de Klimt, Egon Schiele o Kokoschka, en los personajes de Wedekind o de Hofmannsthal, en las historias de Musil o de Arthur Schnitzler as¨ª como en los escritos de autores no germ¨¢nicos como Poe, Flaubert o Zola y en las poes¨ªas de Swinburne y D'Annunzio. La femme fatale representa el submundo de la castrante sociedad victoriana, una sociedad caracterizada como hermafrodita donde los hombres han perdido su virilidad y las mujeres se han virilizado. Unas mujeres que, en su anhelo por liberarse de su enclaustrante esencia femenina, se cortan el pelo "a lo gar?on", se visten con trajes de hombres y adoptan seud¨®nimos masculinos siguiendo el ejemplo de George Sand. Mujeres estigmatizadas como anormales, lesbianas y mutiladas, tanto por el mundo cient¨ªfico como por los c¨ªrculos vanguardistas e incluso por "feministas" como la Lou Andreas-Salom¨¦ de la ¨¦poca vienesa que lamentaba su traici¨®n a la feminidad.
Una feminidad que, desde tiempos inmemoriales, encadena a la mujer a su funci¨®n reproductora que nadie pone en cuesti¨®n, ni siquiera las feministas m¨¢s relevantes de la ¨¦poca como la sueca Ellen Key, la alemana Clara Zetkin o las austriacas Marianne Hainish o Auguste Fickert, que rinden un aut¨¦ntico culto a la maternidad. S¨®lo Weininger la concibe como un obst¨¢culo para la liberaci¨®n de la mujer, como una cadena que la ata al g¨¦nero humano, a esa "vida inferior" que comparte con las hembras de las dem¨¢s especies. ?l, que se proclama el verdadero emancipador de la mujer, aspira a liberarla de esa mort¨ªfera esencia femenina, a rescatarla de su condici¨®n de objeto sexual, de mero recipiente creador de vida y convertirla en un fin en s¨ª mismo.
Aunque Sexo y car¨¢cter se enmarca en ese clima finisecular de desprecio hacia la mujer por sus ¨¢cidos comentarios que escandalizar¨ªan a las feministas de hoy, bajo la superficie se esconde una cr¨ªtica feroz del arquetipo de mujer tradicional y del ideal de feminidad de la ¨¦poca patriarcal. Pero tambi¨¦n encierra una denuncia implacable de la "cultura del coito", esa utilizaci¨®n de la mujer como fuerza vivificante y fecundadora de la creatividad del var¨®n que la ¨¦lite vienesa disfraza de liberaci¨®n sexual. Pero se trata de una falsa liberaci¨®n, tan enga?osa como la igualaci¨®n externa con el hombre, la simple equiparaci¨®n legal promovida por la mayor¨ªa de las feministas de la ¨¦poca. La verdadera liberaci¨®n exige, seg¨²n Weininger, que la mujer conquiste sus derechos pero tambi¨¦n que logre su perfeccionamiento intelectual y moral luchando contra todo lo que, en su propia alma, constituye una r¨¦mora. S¨®lo as¨ª podr¨¢ trascender las leyes naturales y los condicionantes biol¨®gicos y sociales para convertirse en un "ser moral" y acceder a la vida superior.
Esa alta meta que Otto Weininger so?¨® para todo ser humano y que ¨¦l fue incapaz de alcanzar, le condujo al suicidio. Su muerte -dispar¨¢ndose un tiro en el coraz¨®n y no en el cerebro- simboliza la derrota de la raz¨®n frente al sentimiento, pero tambi¨¦n el fracaso de una generaci¨®n que hab¨ªa perdido la fe en los valores ilustrados -raz¨®n, derechos del individuo, cosmopolitismo- y que no encontr¨® m¨¢s alternativa que la irracionalidad, el nacionalismo y el racismo que la encaminaron hacia el horror del nazismo.
Mar¨ªa Jos¨¦ Villaverde es profesora titular en la Facultad de Ciencias Pol¨ªticas y Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.