En las entra?as del deseo
En tiempos de Franco y antes de emigrar a Par¨ªs, todav¨ªa muy joven, los libros de Lawrence me apasionaban. Sobre todo sus diarios, en los que se sent¨ªa vivir a un hombre de letras, una vida de todos los d¨ªas; pero en los que se descubr¨ªa muy bien la naturaleza orgi¨¢stica de Lawrence, sublimada o "distra¨ªda" en cosas de mayor trascendencia conceptual. Esa disposici¨®n orgi¨¢stica, mal ocultada por un puritanismo de base, mostraba una naturaleza sexual muy compleja. Pienso que, a veces, Lawrence lamentaba ser "tan macho", depender tanto de la mujer, y que tal naturaleza orgi¨¢stica le exigiera todav¨ªa llegar a m¨¢s, para gozar y gozarse a s¨ª mismo en el acto homosexual. La "bisexualidad" de Lawrence se comprende cuando se lee El amante de lady Chatterley. As¨ª lo entend¨ª yo perfectamente cuando la le¨ª en el a?o 47 del pasado siglo. Creo que simultaneaba estas lecturas con la de las obras de Freud, y puede que ¨¦stas me procurasen una base inductiva para comprender a su autor.
El amante... fue una obra escandalosa entre la sociedad brit¨¢nica. Y, en gran parte, fuera tambi¨¦n. Porque interesaba a hombres y mujeres, interesaba de un modo especial, "andr¨®ginamente". La mujer se sent¨ªa m¨¢s mujer y el hombre, m¨¢s hombre, m¨¢s "necesitado" de ella para cumplirse enteramente en ella, inmolarse, ser incluso tragado.
Que los homosexuales natos entiendan tanto a la mujer es una justificaci¨®n muy absurda, muy fuera de la realidad. Los homosexuales "se entienden" con las mujeres, pero s¨®lo las entiende quien las prueba a fondo y sufre de su necesidad, sufre de ser su v¨ªctima y su dominador a la vez. No hay como citar un caso paralelo -en su interior - a la obra de Lawrence, la Anna Karenina de Tolst¨®i. Otra naturaleza orgi¨¢stica, otro desatentado mental y sexual -servido, a veces, en sus m¨¢s perentorias necesidades, por j¨®venes campesinos de su propiedad- y que pod¨ªa decir con toda justificaci¨®n: "Anna Karenina soy yo". Como de hecho profiri¨® Flaubert sobre su Madame Bovary.
En la novela moderna, lo mismo Flaubert que Tolst¨®i y, m¨¢s tarde, Lawrence, afinan cuanto es posible en la relaci¨®n sexual, en su gloria y su frustraci¨®n, sin ning¨²n compromiso moral evidente, a pesar de su educaci¨®n, insoslayable, de signo burgu¨¦s. Pero despertaron expectaci¨®n por la densidad y veracidad psicol¨®gica, que atra¨ªa una identificaci¨®n del lector en varios planos.
No s¨¦ realmente qu¨¦ le pueda sugerir al moderno y espont¨¢neo lector, sin ninguna preparaci¨®n did¨¢ctica de la ¨¦poca y la sociedad, que respond¨ªan a muy espec¨ªficas costumbres y maneras, periclitadas ya. El origen humilde de Lawrence se toma una revancha social, de afirmaci¨®n del hombre elemental, sobre la convenci¨®n moral y burguesa de su entorno literario y social. Con entusiasmo y delectaci¨®n, con aut¨¦ntico conocimiento de s¨ª mismo y de todo aquello que reclama morfol¨®gicamente la mujer. Es un chapuz¨®n en las entra?as del deseo gen¨¦sico y su fatalidad.
Cuando un escritor me sorprende al extremo que Lawrence, como me sucedi¨® con Flaubert y Tolst¨®i, siempre me hubiera gustado indagar en las complejas caracter¨ªsticas de su sexualidad, cosa dif¨ªcil en narradores nacidos todav¨ªa en el siglo XIX -o sus aleda?os-. S¨®lo conozco una indagaci¨®n agud¨ªsima de parte de Jean-Paul Sartre en El idiota de la
familia, dedicado a Flaubert, texto deslumbrante y de una profusi¨®n absorbente, anal¨ªtico y revelador.
"El machismo ang¨¦lico" de Lawrence era un caso muy particular que un machista espa?ol de la ¨¦poca no pod¨ªa comprender enteramente. En sus inapreciables diarios confiesa, con entusiasta delectaci¨®n, cu¨¢nto le agradaba, como distracci¨®n y lenificaci¨®n de la mente, pelar patatas, fregar los platos y lavar la ropa. Probaba con curiosidad a sentir la alienaci¨®n de la mujer en el plano de lo cotidiano femenino, a ser como "ella", para adivinarla mejor, formar pareja un¨¢nime, llegar al ¨¦xtasis de la identificaci¨®n con el ser deseado, a la m¨¢s honda fusi¨®n f¨ªsica y moral. Y laboral. Como marido y "maridado" al extremo, se sent¨ªa soldado auxiliar de cocina y lavander¨ªa, bajo el mando de una generala, que era su desbordante y "pelirroja" sexualidad, que borraba l¨ªmites, h¨¢bitos, tab¨²es y costumbres con un entusiasmo... faunesco. En el ej¨¦rcito tambi¨¦n hay que lavar los platos y pelar patatas. Hasta ese punto el machista se feminiza sin complejos, por extensi¨®n de su propia virilidad. ?Qu¨¦ t¨ªo desbordante! Caso parad¨®jico, no muy habitual, y que puede por el contrario seducir muy plenamente a la mujer. -"Mi hombre no es igual"-.
Ciertamente, as¨ª es. Por no ser igual, fue capaz de escribir El amante de lady Chatterley y elaborar un texto adivinatorio y zahor¨ª de las fuentes m¨¢s hondas del instinto, en guerra abierta con la educaci¨®n y la propia convenci¨®n sexual. As¨ª, hombres y mujeres se sintieron "tocados" profundamente por el libro. Lo repetimos, una sociedad que no era la nuestra. Pero, aun as¨ª, el mecanismo de identificaci¨®n de los lectores bien pudiera seguir funcionando lo mismo.
Babelia
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