La lista negra de Orwell
Este a?o se cumple el centenario del nacimiento del escritor ingl¨¦s George Orwell (muerto en 1950), famoso sobre todo por sus novelas Rebeli¨®n en la granja (1945) y 1984 (1949), dos notables alegor¨ªas (una, sat¨ªrica; la otra, aterradora) del totalitarismo que dominar¨ªa buena parte del siglo XX. Por esas obras y otras como Homenaje a Catalu?a (1938), testimonio sobre su experiencia en la Guerra Civil espa?ola al lado de los republicanos y de su posterior desencanto por la represi¨®n de trotskistas y anarquistas que desat¨® el sector comunista, Orwell (su verdadero nombre era Eric Blair) es reconocido como uno de los narradores, ensayistas y periodistas pol¨ªticos de mayor importancia en su tiempo y m¨¢s influyente en el nuestro. Supo ver los peligros de la intolerancia ideol¨®gica, en los dos lados del espectro pol¨ªtico, y nos alert¨® sobre lo que pod¨ªa ser el mundo del futuro -el que hoy vivimos- si no defend¨ªamos la libertad y los valores democr¨¢ticos.
Pero, precisamente ahora, en medio de las celebraciones y homenajes que est¨¢ recibiendo en todo el mundo por su valor y su lucidez moral socialista, acaba de descubrirse un documento que abre una gran interrogante sobre su conducta intelectual. El documento no era desconocido (por lo menos en parte), pues hab¨ªa dado origen a una serie de comentarios y acusaciones que hab¨ªan pendido, por varias d¨¦cadas, sobre el nombre de Orwell. Hace algunos meses ha sido dado a conocer en su integridad, identificado con las siglas FO 1110/189, y puede ser consultado en el Archivo Nacional Brit¨¢nico.
El primero en revisarlo a fondo y escribir sobre ¨¦l es Timothy Garton Ash, director del Centro de Estudios Europeos, en Oxford, y miembro de la Hoover Institution, en Stanford, California. En un fascinante art¨ªculo publicado en la New Tirk Review of Books (25 de septiembre de 2003), que puede leerse casi como una historia detectivesca, hace una minuciosa descripci¨®n del documento, traza su historia y el complejo contexto personal e ideol¨®gico en el que se inserta la lista.
Hay 38 nombres de "criptomunistas" se?alados por Orwell como personas del campo intelectual, art¨ªstico o period¨ªstico que son simpatizantes o potenciales aliados del comunismo cuyas actividades deben ser observadas con atenci¨®n por los organismos del Estado empe?ados en la lucha contra el avance de la estrategia totalitaria en el tenso mundo de la segunda posguerra; esa "lista negra" es un extracto de otra, con m¨¢s de un centenar de nombres, que figuraba en un cuaderno de apuntes del escritor, hoy depositado en el Archivo Orwell del University College de Londres. La lista final contiene nombres de gente tan famosa como Charlie Chaplin, el dramaturgo J. B. Priestley, el actor Michael Redgrave, el historiador Isaac Deutscher (bi¨®grafo de Trotsky) y otros menos conocidos u olvidados hoy. La informaci¨®n que brinda sobre ellos es prolija y bien organizada para facilitar su consulta. Hay tres columnas: "Nombre", "Ocupaci¨®n" y "Observaciones"; junto a los nombres aparecen marcas privadas para se?alar matices: signos de interrogaci¨®n, subrayados en tinta roja, asteriscos, tachaduras, etc¨¦tera. Orwell hace sutiles distinciones entre "criptocomunistas", "simpatizantes" o "F. T." (fellow travelers); al historiador E. H. Carr lo descarta como simple "apaciguador" y a otro lo califica "demasiado deshonesto como para ser cripto o F. T.".
Orwell envi¨® la lista en mayo de 1949, desde el hospital donde morir¨ªa de tuberculosis menos de un a?o despu¨¦s, a las oficinas del Information Research Department (IRD), una secci¨®n semisecreta que la Foreign Office organiz¨® para cumplir tareas de propaganda anticomunista en la posguerra. La historia detr¨¢s del env¨ªo de esa lista es larga y llena de incidentes sutiles que no puedo pormenorizar aqu¨ª. Orwell ten¨ªa una estrecha amistad con Celia Kirwan, una hermosa mujer de tendencias izquierdistas de la que estaba enamorado y que trabajaba desde hac¨ªa un tiempo en el IRD. En marzo de 1949 Celia lo visit¨® en el hospital y le habl¨® sobre las actividades de la IRD, al que present¨® como un importante instrumento de lucha contra la propaganda estalinista lanzada por el Cominform sovi¨¦tico. Seguramente con la intenci¨®n de apoyar esa campa?a y, secretamente, ayudar a esa mujer de la que estaba enamorado (Celia, cort¨¦smente, rechaz¨® ese aspecto de su relaci¨®n), decidi¨® preparar para ella la "lista negra" sobre la base del cuaderno de apuntes que guardaba en casa. Orwell lo hizo sabiendo bien que la lista conten¨ªa informaci¨®n confidencial que pod¨ªa ser considerada "calumniosa"; las tachaduras y supresiones revelan los hondos dilemas que su preparaci¨®n le plante¨®.
Todo esto nos hace vivir otra vez el clima de la guerra fr¨ªa, con las estrategias geopol¨ªticas y operaciones propagand¨ªsticas que enfrentaban a Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica, las potencias antes aliadas, y sus respectivos sat¨¦lites y colaboradores. En esa guerra la informaci¨®n y la cultura misma cumplieron un papel decisivo para establecer la propia supremac¨ªa y frenar la del otro. Hubo tambi¨¦n una "guerra fr¨ªa cultural" que afect¨® la creaci¨®n y la vida intelectual de todo el mundo, sin excluir, por cierto, a Am¨¦rica Latina. Hoy es bien conocida la conexi¨®n de la CIA como auspiciadora, tras la fachada del llamado Congreso por la Libertad de la Cultura, de la revista Enconter y de su versi¨®n espa?ola Cuadernos para la Libertad de la Cultura, que en la d¨¦cada de los sesenta fue reemplazada por Mundo Nuevo, dirigida -al parecer, sin saber de esa conexi¨®n- por el cr¨ªtico uruguayo Emir Rodr¨ªguez Monegal. Esta guerra fr¨ªa cultural toc¨® tambi¨¦n, de otro modo, a Orwell: el IRD auspici¨® traducciones de Animal farm a varias lenguas orientales y una versi¨®n como historieta de la misma obra, que tuvo una difusi¨®n mundial.
La revelaci¨®n total de estos hechos plantea varias cuestiones graves y dif¨ªciles de resolver. ?Se convirti¨® Orwell, justo antes de morir, en un informante, en un delator, en un vulgar sopl¨®n manipulado por un organismo estatal? ?Estaba defendiendo la democracia al llamar la atenci¨®n sobre ciertos enemigos de ella, encubiertos o no? Garton Ash examina con cuidado estos puntos y presenta variados argumentos en cada caso.
Por ejemplo, en defensa de Orwell invoca el hecho de que se opuso a la idea de declarar ilegal al Partido Comunista brit¨¢nico. No intentar¨¦ comentar o enjuiciar la validez de su argumentaci¨®n, sino exponer mis propias conclusiones al respecto. Primero, un hecho al margen de la voluntad de Orwell, cualquiera que ella fuese: ninguno de los mencionados en la lista sufri¨® consecuencias serias en su vida o su carrera -salvo los problemas laborales de una figura menor- por la simple raz¨®n de que el IRD no sigui¨® sus pistas con demasiado entusiasmo. En realidad, no pas¨® nada y la lista qued¨® archivada entre los miles de documentos secretos de esa dependencia. El caso es moral, no policial, y tiene que ver con la psicolog¨ªa de los que, como Orwell, sufren una conversi¨®n ideol¨®gica bajo la presi¨®n de grandes acontecimientos hist¨®ricos, semejantes a los que vivi¨® en Espa?a, donde fue gravemente herido en un atentado comunista contra su vida. Es frecuente que el converso pol¨ªtico pase de un extremo al otro y convierta las ideas que antes defendi¨® en anatema mientras se aferra a sus nuevas convicciones con la tenacidad de un catec¨²meno. Eso ha pasado muchas veces y seguir¨¢ pasando en nuestro tiempo: la transici¨®n de un extremo al otro suele nublar la visi¨®n de los matices. As¨ª resulta que el nuevo defensor de los valores democr¨¢ticos combata la intolerancia totalitaria con m¨¦todos a su vez dogm¨¢ticos. Es significativo que Orwell -pese a detestar las "listas negras" del estalinismo- preparase una de criptos ¨¦l mismo y que el novelista que denunci¨® el Estado policial regido por la voluntad y la voz del Big Brother aparezca recomendando la vigilancia de ciertos sospechosos. M¨¢s penoso es que aceptase ser un peque?o elemento en los engranajes burocr¨¢ticos del Gobierno, despu¨¦s de haber hecho una aleccionante parodia de ese purgatorio estatal que contaba con un "Ministerio de la Verdad". Los seres extraordinarios suelen cometer errores tambi¨¦n extraordinarios, por debilidad o ceguera. A los que admiramos a Orwell nos habr¨ªa gustado que este episodio no existiese.
Jos¨¦ Miguel Oviedo es profesor de Literatura en la Universidad de Pensilvania.
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