La naci¨®n y las naciones
Casi centenario, el historiador Pierre Vilar se fue de puntillas un d¨ªa del pasado mes de agosto. Esta circunstancia limit¨® indudablemente el eco de su desaparici¨®n e hizo posible incluso que se publicaran extra?os art¨ªculos necrol¨®gicos donde eran criticados trabajos suyos como Historia de Espa?a o La Guerra Civil espa?ola, de 1960 y 1986, respectivamente, ignorando incluso el tiempo de su publicaci¨®n, fechada por el improvisado censor en los a?os setenta. En realidad, ambos libros ofrec¨ªan dos de las facetas m¨¢s significativas de la obra de Vilar: su capacidad de s¨ªntesis, puesta en Historia de Espa?a al servicio de la necesidad de ofrecer a fines de los cincuenta una visi¨®n alternativa a la de la historiograf¨ªa franquista, y en La Guerra Civil espa?ola, la voluntad de rehuir las interpretaciones cerradas, sustituy¨¦ndolas por un relato abierto, sembrado de intuiciones e interrogantes. Ello encajaba muy bien con la mezcla de rigor y de apertura que siempre caracteriz¨® al talante intelectual de Pierre Vilar. Su condici¨®n de marxista, aristada en ocasiones por la fervorosa admiraci¨®n hacia Stalin, no fue obst¨¢culo para que percibiera la importancia de la escuela de los Annales, con la necesidad consiguiente de articular elementos procedentes del an¨¢lisis pol¨ªtico, de la demograf¨ªa, de la psicolog¨ªa social, e incluso de la literatura, en la explicaci¨®n del proceso hist¨®rico. Y tampoco impidi¨® que en el orden de las relaciones personales fuese un liberal en sentido pleno, con un trato cordial y entra?able del que tantos pudimos disfrutar.
La sensibilidad intelectual, unida al hecho de haber vivido el ambiente pol¨ªtico de la Segunda Rep¨²blica, le llev¨® a percibir la importancia del tema de la naci¨®n tanto en Catalu?a como en Espa?a. Como todos saben, su obra magna estuvo consagrada a estudiar la g¨¦nesis de esa integraci¨®n conflictiva, pero el tema fue asimismo abordado con menor extensi¨®n en otros escritos. El problema de fondo arrancaba para ¨¦l de las limitaciones que afectaron a la formaci¨®n del Estado liberal en la Espa?a de principios del siglo XIX, con los costosos traumas de la guerra de Independencia y de la consiguiente p¨¦rdida del Imperio en la Am¨¦rica continental. De este modo, la modernizaci¨®n pol¨ªtica tuvo lugar al mismo tiempo que se desmoronaban los pilares sobre los cuales deb¨ªa asentarse su construcci¨®n. Tal y como m¨¢s tarde explicara Peter Sahlins en su libro sobre las identidades en la Cerda?a, Espa?a no cont¨® con recursos materiales comparables a los de Francia a la hora de integrar a los componentes minoritarios en el Estado-naci¨®n. El propio Pierre Vilar examin¨® esa disparidad al comparar los rasgos del nacionalismo en Espa?a y en Francia entre 1870 y 1914. El desastre del 98 habr¨ªa sido el punto de partida de una profunda crisis en la conciencia patri¨®tica: "Fue en su estructura de Estado-naci¨®n donde Espa?a result¨® puesta en tela de juicio". De ah¨ª arrancan las tensiones que llevaron al "drama del fracaso republicano y de la Guerra Civil". Tambi¨¦n "la transferencia de las sensibilidades patri¨®ticas a las viejas entidades hist¨®ricas catalana y vasca".
El art¨ªculo fue redactado coincidiendo con la puesta en marcha del Estado de las autonom¨ªas, y tal vez por eso la visi¨®n hist¨®rica pesimista sirve de pr¨®logo a un augurio mucho m¨¢s propicio, al haber tenido que afrontar con el tr¨¢nsito a la democracia la respuesta a las demandas de las naciones ¨¦tnicas: "La Espa?a de los a?os ochenta, en busca de un nuevo equilibrio entre sus autonom¨ªas, prefigura sin duda lo que puede ocurrir un d¨ªa a Canad¨¢, a B¨¦lgica, quiz¨¢s tambi¨¦n a Francia y a la Gran Breta?a", sirviendo de modelo ante el nuevo siglo para la reorganizaci¨®n de Estados con base plurinacional. No era una estimaci¨®n carente de fundamento, ni de alcance limitado a Europa. Hacia 1990 el entonces presidente turco Turg¨¹t Ozal mostr¨® su inter¨¦s por el tratamiento en Espa?a de la cuesti¨®n vasca a efectos de su eventual aplicaci¨®n al caso kurdo. Pa¨ªses como Argelia y Marruecos tienen sin resolver el problema bereber, y hoy mismo contemplamos las dificultades para conjuntar los tres componentes ¨¦tnicos y religiosos del Estado iraqu¨ª. La profunda descentralizaci¨®n administrativa y el alto grado de autogobierno logrados, sin quebrar la cohesi¨®n econ¨®mica, constitu¨ªan en principio un aval suficiente para esa ejemplaridad.
Es preciso reconocer que en el terreno pr¨¢ctico marcharon bien las cosas a lo largo de este cuarto de siglo. De entrada, se vieron desmentidas las previsiones desfavorables en cuanto al coste de establecer un nuevo nivel administrativo entre la provincia y el Estado central: cuando se inici¨® el proceso quedaba todav¨ªa un amplio margen para incrementar la presi¨®n fiscal y al transferir las competencias pudo tener lugar un trasvase correspondiente de recursos. Las personalidades regionales o de comunidad se han consolidado y los procesos de normalizaci¨®n ling¨¹¨ªstica hicieron olvidar los a?os en que estuvo vigente el monopolio para la lengua del imperio. En las comunidades con fuerte presencia nacionalista qued¨® estabilizada una identidad dual, con la mayoritaria de comunidad asociada a la espa?ola, y tampoco la vocaci¨®n independentista super¨® la condici¨®n de minor¨ªa, ni en Catalu?a ni, lo que suele olvidarse, en Euskadi. Paralelamente, la reacci¨®n centralista al pluralismo emergente fue m¨ªnima, por mucho que la nostalgia y las profesiones de fe heredadas siguieran impregnando al discurso conservador en el PP. As¨ª, las previsiones de Pierre Vilar parecieron cumplirse.
No ha sucedido lo mismo en el plano simb¨®lico, en parte por deficiencias del ordenamiento constitucional y en parte por la espada de Damocles que en todo momento represent¨® el terrorismo de ETA, incidiendo eficazmente sobre la trayectoria del nacionalismo vasco democr¨¢tico. En cuanto a lo primero, el temor de los constituyentes de orden ante el federalismo se tradujo en la ausencia de ¨®rganos que hicieran posible un debate horizontal de los problemas intercomunitarios. Como consecuencia, desde el ordenamiento financiero al trasvase del Ebro, todo conflicto de cierta gravedad revirti¨® en una sucesi¨®n de tensiones verticales entre cada comunidad y el Gobierno central, reflejadas en la multiplicaci¨®n de recursos ante el Tribunal Constitucional y en la conciencia de v¨ªctima cada vez que una reclamaci¨®n era desatendida. Los tres nacionalismos hist¨®ricos, y en especial el catal¨¢n y el vasco, rivalizaron a la hora de presentar la situaci¨®n propia como un para¨ªso posible sometido a los excesos de la centralizaci¨®n, lo cual por otra parte result¨® compatible con prolongadas etapas de colaboraci¨®n gubernamental con Madrid.
Sin el impacto del terror, directo sobre la actitud del PNV, indirecto sobre el catalanismo, tales roces hubieran cedido paso ante la necesidad de aunar fuerzas de cara a la participaci¨®n en Europa. Con ETA aislada pol¨ªticamente y una creciente cooperaci¨®n policial entre Espa?a y Francia, hoy nos encontrar¨ªamos en el escenario descrito err¨®neamente por Maragall, de una presencia del terrorismo acotada a las p¨¢ginas de sucesos. Ahora bien, por obra y gracia del viraje pol¨ªtico dado por el PNV en la pasada d¨¦cada, tal previsi¨®n se ha vuelto imposible. La deriva soberanista, apuntada en 1995 y acentuada sorprendentemente despu¨¦s del asesinato de Miguel ?ngel Blanco, dio lugar al retorno a los or¨ªgenes sabinianos y al reencuentro con ETA que supuso el Pacto de Lizarra. Luego el regreso del terror no alter¨® ni las coordenadas ideol¨®gicas ni la voluntad de acuerdo con el brazo pol¨ªtico de los terroristas, a pesar de la ret¨®rica desplegada a partir del ?ETA kanpora! El nacionalismo vasco hab¨ªa visto la luz a fines del siglo XIX para imponer la tradicional voluntad de exclusi¨®n de un pueblo escogido y romper con el Estado espa?ol. Cien a?os m¨¢s tarde, con el plan Ibarretxe, esa proyectada fractura cobra forma de secesi¨®n escalonada, a efectos de mantener la presencia de Euskadi en la Uni¨®n Europea gracias a la ficci¨®n de un nexo confederal con Espa?a, destinado a durar una generaci¨®n, tal y como sucediera en la Irlanda de los a?os veinte. Una vinculaci¨®n de ocho siglos corre as¨ª el riesgo de romperse y con semejante quiebra puede llegar la del Estado de las autonom¨ªas, y l¨®gicamente la del propio orden constitucional. El tema ser¨¢ todo lo aburrido que se quiera, dado que va asumiendo el aspecto de una partida de ajedrez en cuyo curso se repiten una y otra vez las mismas jugadas, pero su relevancia es innegable. Mayor sin duda que la victoria de uno u otro partido en las elecciones legislativas de la pr¨®xima primavera: aunque tarde, PP y PSOE deben entenderlo.
Tampoco ha de menospreciarse el posible efecto domin¨®. Sin la "propuesta de convivencia" del lehendakari ser¨ªa dif¨ªcilmente explicable la radicalizaci¨®n del catalanismo, aun cuando los signos de la misma fueran asimismo apreciables en el curso de los a?os noventa. El componente mayoritario del nacionalismo catal¨¢n apost¨® desde sus primeros tiempos por conjugar la afirmaci¨®n de los propios intereses y personalidad pol¨ªtico-cultural con el prop¨®sito de contribuir a la modernizaci¨®n de Espa?a. Fue consciente tanto del desfase entre la propia evoluci¨®n y la del resto del Estado, como de los beneficios que tal situaci¨®n aportaba al desarrollo econ¨®mico regional. A partir de esos supuestos, y por encima de inevitables roces y conflictos, en la era democr¨¢tica Catalu?a logr¨® restaurar y fortalecer su identidad nacional, alcanzar la normalizaci¨®n ling¨¹¨ªstica y consolidar un progreso econ¨®mico inserto en el eje mediterr¨¢neo. El protagonismo aparente de ese ¨¦xito corresponde a Pujol, pero no hay que olvidar la contribuci¨®n de una izquierda que gan¨® en votos las ¨²ltimas elecciones auton¨®micas y gobierna hoy en el nivel local a la mayor¨ªa de los catalanes. As¨ª que en buena medida la acentuaci¨®n del sentimiento nacional, visible ante todo entre los intelectuales y la clase pol¨ªtica, responde a ese balance hist¨®rico tan favorable, pensando, por una parte, en la integraci¨®n en Europa sin intermediarios, y por otra, en la posibilidad de constituirse en los grupos dirigentes de un pa¨ªs a la vez viejo y nuevo. Para buen n¨²mero de intelectuales antes aglutinados en torno al PSUC, la identidad catalana, a veces disfrazada de un federalismo sui g¨¦neris, se convierte en la receta para mantener la sombra de una contestaci¨®n. El antiespa?olismo brot¨®, y con ¨¦l renaci¨® una Esquerra populista que adem¨¢s se apoya en la puja por la naci¨®n que ha venido a establecerse entre CiU y PSC de cara a las elecciones. La pregunta es clara: ?por qu¨¦ no seguir, si bien de forma m¨¢s mesurada, la senda abierta por Ibarretxe?
Sin la bomba de relojer¨ªa anticonstitucional del lehendakari, tales actitudes carecer¨ªan de importancia. Pero con el reto lanzado por el Gobierno vasco contra la Constituci¨®n y la incapacidad de PP y PSOE para percibir cuanto est¨¢ ocurriendo, la perspectiva de una doble crisis no puede excluirse. Madrid puede perder el norte, advirti¨® Maragall en estas mismas p¨¢ginas. Frente a tal amenaza, m¨¢s vale que los constitucionalistas se pongan a pensar, y a pensar en positivo, sin recetas a lo Merl¨ªn de "constitucionalismo ¨²til", vinculando en todo momento las eventuales reformas con la defensa de la ley fundamental. El Diguem no! estuvo bien para otros tiempos. "Lo que todos previeron mal -escribi¨® Pierre Vilar pensando en el post-98- fue la fuerza que pueden adquirir r¨¢pidamente, en ciertas circunstancias, conciencias de grupo largo tiempo dormidas".
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense de Madrid.
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