Edouard Vuillard, el Proust de los pinceles
Edouard Vuillard (1868-1940) figura en la historia de la pintura como un artista que conoci¨® una d¨¦cada de glorioso vanguardismo -su periodo nabi (profeta en hebreo) entre 1889 y 1900- para luego convertirse en retratista burgu¨¦s o en funcionario de un nuevo academicismo que acaba por pintar alegor¨ªas en la sede ginebrina de la Sociedad de Naciones. La descripci¨®n es tan exacta como la que presenta a Marcel Proust como el m¨¢s preciso cronista de la inanidad.
La exposici¨®n que ahora puede verse en el Grand Palais de Par¨ªs corrige esa imagen. Es la m¨¢s completa dedicada a su trayectoria desde la que el Louvre le consagr¨® en 1938. Las dos incluyen unas cuatrocientas obras pero s¨®lo un 10% de las mismas figura en el cat¨¢logo de las dos muestras. Para el comisario de la exposici¨®n, Guy Cogeval, hab¨ªa que empezar por analizar, uno a uno y detalladamente, esa serie de retratos mal comprendidos, trivializados por un pensamiento dominante que ve el progreso del arte del siglo XX como una liberaci¨®n de la esclavitud respecto al tema y la figuraci¨®n.
EDOUARD VUILLARD (1868-1949)
Grand Palais
3, avenue du G¨¦n¨¦ral Eisenhower. Par¨ªs
Hasta el 5 de enero de 2004
Hombre de pocas palabras, Vuillard dec¨ªa de s¨ª mismo que "no hago retratos sino que pinto a la gente en su casa". Y eso es lo que explica el presentar a Jeanne Lanvin sentada tras la mesa de su despacho, rodeada de un mobiliario creado por Eug¨¨ne Printz, y rodeada de detalles que nos explican que, detr¨¢s de la empresaria, est¨¢ la creadora, la mujer que tiene siempre a su alcance los elementos de los que se nutre su imaginaci¨®n. O decidir que el gesto satisfecho del dentista Louis Viau (1937) puede resultar rid¨ªculo cuando la figura del m¨¦dico aparece empeque?ecida junto a la gigantesca butaca en la que tortura legalmente a sus pacientes. Ya en 1897, su famoso Le grand int¨¦rieur pudo ser visto como una variaci¨®n impresionista de una tranquila reuni¨®n familiar. Basta con observar la sorprendente organizaci¨®n del espacio -el ¨¢ngulo de una mesa ocupa el centro de la tela, las alfombras est¨¢n presentadas como un collage que distorsiona toda perspectiva, la tensi¨®n entre los personajes es visible- para interrogarse. Y Cogeval nos descubre que, tras el malestar que transmite el encuadre y la disposici¨®n de los colores, est¨¢ un momento de psicodrama, la crisis del matrimonio de su hermana con su amigo Kerr-Xavier Roussel.
La madre del artista aparece
tambi¨¦n en varias de sus composiciones y lo hace a menudo como el personaje que domina la composici¨®n, que obliga a los dem¨¢s a fundirse con los motivos floreados de las paredes, a dejarse asfixiar por su dominio moral. En L'Aiguill¨¦e, el pintor hermana a Vermeer -la luz y el tema remiten a La encajera-, las figuras a la manera de Toulouse-Lautrec y la reci¨¦n descubierta t¨¦cnica de disposici¨®n del color propia de la estampa japonesa.
En definitiva, tras la superficie coloreada y aparentemente tranquila de decenas de escenas de interior o de ni?os jugando en el jard¨ªn, no s¨®lo est¨¢ la maestr¨ªa profesional sino tambi¨¦n una corriente subterr¨¢nea de malestar psicol¨®gico, muy propia de un artista que, en 1890, ayuda a poner en marcha compa?¨ªas de teatro experimental y se siente muy atra¨ªdo por el universo sombr¨ªo del simbolista Maeterlink o por la rebeli¨®n social y moral de los personajes de un visen o un strindberg.
Nacido en el seno de una familia modesta -padre militar, madre costurera-, Edouard Vuillard tiene como profesores de instituto al fil¨®sofo Bergson o al poeta Mallarm¨¦, entra muy pronto en relaci¨®n con un grupo de intelectuales y artistas a los que admira -Pierre Bonnard ser¨¢ siempre un gran amigo y referente- y ante los cuales adopta siempre una actitud de modestia. Durante la guerra de 1914-1918, demasiado mayor para ir a luchar al frente pero no para visitarlo como observador, es reclutado para que renueve el g¨¦nero de los "cuadros de historia". El resultado es un impresionante y s¨®rdido Interrogatoire du prisioner (1917), con un espacio deshumanizado, los rostros reducidos a una vaga condici¨®n de m¨¢scaras y una dominante gris azulada que confiere al conjunto una tonalidad glacial e inh¨®spita.
La exposici¨®n nos descubre tambi¨¦n una serie de dibujos preparatorios y la evidencia de hasta qu¨¦ punto la apariencia de improvisaci¨®n era trabajada as¨ª como un buen n¨²mero de fotograf¨ªas que luego sirvieron a Vuillard para darle una ins¨®lita modernidad a sus encuadres pict¨®ricos. Todo eso al servicio de una preocupaci¨®n que le convierte en el Proust de los pinceles, la de saber captar "el admirable tembleque del tiempo", convertir la luz y el color en m¨²sica. En ese sentido, su muerte, cinco d¨ªas despu¨¦s de la ca¨ªda de Par¨ªs en manos alemanas, es un signo m¨¢s de que, a partir de entonces, el tiempo dejaba de estremecerse levemente para dejarse llevar por un hurac¨¢n que precisaba de pintores y escritores de otra naturaleza.
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