Del escepticismo ir¨®nico
El autor se pregunta si la pol¨ªtica de arrinconamiento del Estatuto vasco por parte de los nacionalistas democr¨¢ticos no acabar¨¢ volvi¨¦ndose contra ellos y liberando fuerzas incontrolables.
Desde los preparativos del Pacto de Estella, el Estatuto de Autonom¨ªa es objeto de las mayores descalificaciones por una parte relevante del nacionalismo democr¨¢tico y se ha convertido en el fundamento sobre el que se asienta el plan Ibarretxe. Es tal la descalificaci¨®n del Estatuto, que el PNV y el propio lehendakari le niegan validez como alternativa de organizaci¨®n pol¨ªtica; en una muestra insuperable de prestidigitaci¨®n, pretenden dejar desarmados pol¨ªticamente a quienes se oponen a su plan, oblig¨¢ndoles a aceptar que cualquier alternativa a su propuesta debe asumir necesariamente sus fundamentos.
La hegemon¨ªa pol¨ªtica nacionalista se construye, ya desde la Rep¨²blica, sobre la reivindicaci¨®n estatutaria, primero, y el usufructo del poder estatutario, despu¨¦s. Y con la descalificaci¨®n del Estatuto se pretende eludir que la construcci¨®n pol¨ªtica del Pa¨ªs Vasco se realiza, en torno al Estatuto, sobre el ideario nacionalista. Ahora se nos dice que el nacionalismo vasco realiz¨® grandes renuncias en la aprobaci¨®n del Estatuto. Es posible. Pero, aunque as¨ª fuese, y hubiese pol¨ªticos nacionalistas que persiguiesen, en el terreno de la pol¨ªtica pr¨¢ctica, la realizaci¨®n de su ideario ideol¨®gico -lo que desdicen numerosos testimonios-, el Estatuto es, sobre todo, el resultado de la aceptaci¨®n de la concepci¨®n nacionalista de la sociedad vasca por parte de los no nacionalistas y por la pr¨¢ctica totalidad de las fuerzas pol¨ªticas espa?olas: la concepci¨®n nacionalista de la nacionalidad vasca (art¨ªculo 1), su concepci¨®n de la territorialidad (art¨ªculo 2), su simbolog¨ªa (art¨ªculo 5), su concepci¨®n de la estructura interna del pa¨ªs (art¨ªculos 2, 26.1 y 37), su concepci¨®n de los derechos hist¨®ricos, de la foralidad y del derecho a su actualizaci¨®n (art¨ªculos 3, 37, 39 y disposici¨®n adicional), su concepci¨®n de la centralidad de la lengua vasca (art¨ªculo 6), la existencia de una polic¨ªa propia (art¨ªculo 17) y su concepci¨®n del Concierto Econ¨®mico (art¨ªculos 41 y siguientes), cuando menos. Todo ello a cambio de una cuesti¨®n tan b¨¢sica como trascendental: la aceptaci¨®n, aunque fuese s¨®lo impl¨ªcita, del r¨¦gimen constitucional y de lo que ello significaba (art¨ªculo 1).
El PNV no es capaz de controlar el conjunto del nacionalismo, sobre todo el radical
Es sencillo abrir la caja de Pandora, pero cerrarla puede resultar una tarea tit¨¢nica
Si el nacionalismo vasco ha llegado a ser lo que es y si el Pa¨ªs Vasco ha llegado a nacionalizarse como lo ha hecho, es por efecto del Estatuto. Jam¨¢s el vascuence ha tenido el estatus jur¨ªdico de oficialidad de que goza en la actualidad, ni ha recibido una inyecci¨®n tan ingente de recursos econ¨®micos y apoyos institucionales, convirti¨¦ndose en una lengua realmente existente, con gran presencia social e institucional; jam¨¢s ha sido la lengua de ense?anza como lo es mayoritariamente en la actualidad; jam¨¢s han dispuesto las autoridades del pa¨ªs de una polic¨ªa con la extensi¨®n y las funciones de la Ertzaintza; jam¨¢s, hasta ahora, ha dispuesto el pa¨ªs de un entramado institucional tan desarrollado al servicio de sus propios intereses; en fin, gracias al Concierto Econ¨®mico el pa¨ªs dispone de recursos en una magnitud desconocida hist¨®ricamente, muy superior a las dem¨¢s comunidades aut¨®nomas, y con una autonom¨ªa financiera que, materialmente, es excepcional en el Derecho Comparado.
Esto no significa negar que el sistema auton¨®mico carezca de problemas. Por su propia naturaleza, todo sistema de distribuci¨®n territorial del poder provoca tensiones e insatisfacciones. Todos los sistemas federales de nuestro entorno jur¨ªdico-cultural son un ejemplo de ello. Pero estos problemas, aun cuando en ocasiones puedan tener una gran importancia pr¨¢ctica, son, conceptualmente, problemas de matiz, como se pone de manifiesto al analizar el sistema auton¨®mico actual en el marco de los dos par¨¢metros ineludibles en cualquier an¨¢lisis de estas caracter¨ªsticas: nuestros antecedentes hist¨®ricos y los sistemas vigentes en otros pa¨ªses con caracter¨ªsticas asimilables a las del nuestro.
La insistencia en la paralizaci¨®n de las transferencias competenciales y la consiguiente acusaci¨®n del incumplimiento estatutario y, sobre todo, el radicalismo y virulencia con que se hace, no resiste un an¨¢lisis material. Muy pocas reclamaciones son realmente sustanciosas y, en la mayor parte de los casos, se trata de discrepancias -nada descabelladas- sobre la interpretaci¨®n de disposiciones constitucionales o estatutarias delimitadoras de la competencia, o de falta de acuerdo en las condiciones de la transferencia, que han llevado al Gobierno vasco a rechazar lo que s¨ª ha sido aceptado por otras Comunidades. El problema existe, pero la discrepancia competencial se presenta de forma tan sobredimensionada que es puramente autojustificativa. Y para ello no es necesario referirse a la afirmaci¨®n que se atribuye a Juan Mar¨ªa Ollora de que, salvo la Seguridad Social, lo dem¨¢s es humo; basta analizar el contenido del desaf¨ªo competencial que se contiene en la primera entrega parlamentaria del plan Ibarretxe en el debate de pol¨ªtica general de septiembre del a?o pasado.
El sistema de distribuci¨®n de competencias sobre la base del esquema bases-desarrollo y la capacidad de delimitaci¨®n expansiva de aqu¨¦llas por parte del Estado han tenido efectos nocivos en el sistema auton¨®mico. Igualmente, la integraci¨®n comunitaria hace necesario articular formas de incidencia de las comunidades aut¨®nomas en los ¨¢mbitos de su competencia que son objeto de intervenci¨®n comunitaria. Pero el planteamiento de estos problemas y de sus soluciones s¨®lo es posible dentro del sistema. Desde el momento en que las soluciones que se proponen se salen del sistema, se hacen imposibles por s¨ª mismas. Como dice mi buen amigo Emiliano L¨®pez Atxurra, en el contexto europeo, dentro del sistema todo es posible, pero nada lo es fuera de ¨¦l. Casi todo, precisar¨ªa yo.
La estrategia descalificadora de la validez del Estatuto, en la que se ha aventurado el nacionalismo democr¨¢tico, va a tener -est¨¢ teniendo ya- efectos muy nocivos para nuestra sociedad. Joseph Roth, el gran narrador jud¨ªo que tan bien nos ha descrito el desmoronamiento del Imperio Austro-H¨²ngaro y sus efectos, sentencia en El busto del emperador que la vieja monarqu¨ªa "no muri¨® por culpa del patetismo hueco de los revolucionarios, sino por culpa del escepticismo ir¨®nico de quienes deber¨ªan haber constituido su fiel apoyo". La ruptura de aquel mundo de seguridad, que, como tan bien refleja Stefan Zweig en sus memorias, parec¨ªa indestructible, provoc¨® una inestabilidad de efectos extremadamente dram¨¢ticos que, todav¨ªa hoy, casi ya un siglo despu¨¦s, no ha sido superada. Porque, como ha demostrado sobradamente la historia, es relativamente sencillo abrir la caja de Pandora, pero cerrarla, volviendo a encerrar en ella todas las calamidades, resulta una tarea tit¨¢nica.
Nada m¨¢s lejos de mi pretensi¨®n que comparar el Pa¨ªs Vasco actual con el Imperio Austro-H¨²ngaro, ni el plan Ibarretxe con el estallido de la Primera Guerra Mundial; pero no por ello la advertencia de Roth debe ser desde?ada. Tampoco en nuestro caso ha sido el patetismo de los revolucionarios -ETA y HB- ni sus cr¨ªmenes los que han logrado desestabilizar nuestra sociedad. El Estado ha demostrado su capacidad para aguantar la embestida de ETA, incluso en sus a?os m¨¢s mort¨ªferos y en los que el sistema democr¨¢tico estaba menos consolidado; y la sociedad vasca, tambi¨¦n. La opci¨®n soberanista del nacionalismo, por el contrario, puede ser capaz de lograr lo que no ha logrado ETA. No tanto, quiz¨¢s, porque pueda provocar la desestabilizaci¨®n del Estado y del sistema democr¨¢tico, poni¨¦ndolo en peligro, cuanto porque parece capaz de romper la cohesi¨®n de la sociedad vasca.
El gran drama de la estrategia soberanista quiz¨¢ sea que su triunfo s¨®lo es posible si logra desestabilizar al Estado, en cuyo caso las consecuencias ser¨ªan imprevisibles. Hoy por hoy, y a¨²n m¨¢s en el marco de la UE, esta hip¨®tesis no parece muy probable. En todo caso, sus efectos no ser¨ªan necesariamente buenos para la sociedad vasca ni para las propias pretensiones soberanistas como nuestra propia historia pone de manifiesto.
Pero los efectos del fracaso de la estrategia soberanista pueden ser igualmente dram¨¢ticos. En primer lugar, por el grave riesgo, ya presente, de provocar la desafecci¨®n de la parte no nacionalista de la sociedad hacia lo que han constituido los fundamentos de la integraci¨®n social en torno al Estatuto. Da la impresi¨®n de que muchos nacionalistas, como no son conscientes de la entidad real de las asunciones de los no nacionalistas, tampoco lo son de los efectos tan corrosivos que puede provocar este proceso en cuestiones fundamentales para ellos. Pero, en segundo lugar, por la gran frustraci¨®n colectiva que puede provocar en el nacionalismo. No s¨¦ hasta qu¨¦ punto la militancia del PNV ser¨¢ capaz de asumir con tranquilidad el fracaso de esta estrategia y su necesaria readecuaci¨®n; hay sobrados ejemplos en su historia como para pensar que sus dirigentes puedan ser capaces de convencer a su militancia. Pero el PNV no es capaz de controlar los procesos del conjunto del nacionalismo, especialmente del radical. Ya no lo era en la transici¨®n, pero mucho menos lo es ahora, tras 40 a?os de progresiva autonomizaci¨®n del mundo abertzale.
Y la historia es generosa en mostrarnos los efectos mediatos o remotos tan nocivos que las acciones y omisiones del nacionalismo democr¨¢tico provocan en una juventud nacionalista radicalizada. Si bastaba la lectura de unos panfletos para convertir en "potenciales carniceros" a aquellos "j¨®venes pueblerinos" que observa Isaac Bashevis Singer en el tren que le traslada a Varsovia desde el shtetl jud¨ªo, ?de qu¨¦ no ser¨¢n capaces nuestros j¨®venes abertzales ante la incapacidad de los gobernantes nacionalistas de llevar a buen t¨¦rmino la estrategia soberanista, tras haberles encendido los corazones? Quien ha conocido de cerca la barbarie abertzale lo sabe sobradamente; y no es perdonable que nuestros gobernantes act¨²en como si lo ignorasen.
Alberto L¨®pez Basaguren es profesor titular de Derecho Constitucional en la Universidad del Pa¨ªs Vasco.
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