Aclaraciones
En una columna anterior, al opinar sobre la pertinencia o impertinencia de abrir la fosa en la que descansaban los huesos de Federico Garc¨ªa Lorca, escrib¨ª que el poeta no fue asesinado, sino ejecutado, y que su muerte no fue un acto ilegal, sino legal. Con mejor o peor voluntad, algunos de mis lectores m¨¢s fieles han vuelto a escandalizarse, y yo quiero pedirles disculpas, incluso quiero darles una explicaci¨®n. No me gustar¨ªa parecer un defensor del franquismo, contra el que, por cierto, me despach¨¦ en la misma columna con un tono de inconfundible desprecio. No pretend¨ª suavizar la muerte de Garc¨ªa Lorca, ni la de los otros miles de granadinos que fueron ejecutados por los verdugos franquistas. Por el contrario, intentaba dejar clara la responsabilidad de un R¨¦gimen. A la hora de valorar moralmente las decisiones del poder, conviene distinguir entre legalidad y legitimidad. Hay decisiones que son ileg¨ªtimas, aunque sean legales. La pena de muerte sigue siendo legal en muchos pa¨ªses, pero resulta dif¨ªcil considerarla leg¨ªtima. Al escribir que Garc¨ªa Lorca fue ejecutado por la legalidad franquista quise insistir en la responsabilidad de un r¨¦gimen ileg¨ªtimo que fund¨® sus leyes sobre la represi¨®n y la muerte. Soy de los que opinan que el terrorismo de Estado, legal o ilegal, pero nunca leg¨ªtimo, es m¨¢s grave que el terror de los delincuentes particulares.
Las autoridades franquistas procuraron desde el principio ocultar su responsabilidad sobre la muerte del poeta. En 1937, el Caudillo declar¨® al diario mexicano La Prensa que fue un accidente, natural en las guerras, provocado por la locura de las autoridades republicanas. Tambi¨¦n se hizo correr la idea de que se hab¨ªa tratado de un ajuste de cuentas entre maricones. Por su parte, el escritor falangista Garc¨ªa Serrano quiso lavar el honor de su camisa azul, sugiriendo que la muerte fue asunto particular de la CEDA y que el poeta hab¨ªa escrito una oda a los muertos de la Falange. El hijo de un conocido fascista granadino salv¨® despu¨¦s la responsabilidad familiar, demostrando con pruebas que el d¨ªa de la ejecuci¨®n a su padre no le tocaba fusilar en V¨ªznar, sino en otra parte de la provincia, como si los otros 4.000 granadinos ejecutados careciesen de importancia. Por eso tuvo tanto valor la publicaci¨®n del libro de Ian Gibson, La represi¨®n nacionalista de Granada en 1936 y la muerte de Federico Garc¨ªa Lorca (1971), en el que se demostr¨®, justo en el momento oportuno, cuando el recuerdo de las v¨ªctimas del franquismo pod¨ªa ser m¨¢s ¨²til, que la muerte de Garc¨ªa Lorca no se debi¨® a una "fechor¨ªa" de la Escuadra Negra, sino a una "operaci¨®n montada oficialmente por el Gobierno Civil", que consult¨® y actu¨® seg¨²n la indicaci¨®n de sus superiores. El poeta fue ejecutado por el mismo r¨¦gimen que sigui¨® firmando sentencias de muerte, de forma legal, pero ileg¨ªtima, hasta poco antes de desaparecer legal y leg¨ªtimamente. Hoy el problema de la sociedad espa?ola no es Franco, sino los cachorros de Aznar. Por eso me gustar¨ªa que dej¨¢semos en paz a los muertos del franquismo y que pens¨¢semos en las apuestas de nuestro futuro. No confundamos la memoria hist¨®rica, encarnada de un modo inmejorable por el simbolismo del barranco de V¨ªznar, con la arqueolog¨ªa.
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