?Lo que podemos aprender de los animales!
Aunque gran parte de los comentarios sobre la gran ciencia este ¨²ltimo a?o se han centrado en los nuevos avances en biotecnolog¨ªa, nanotecnolog¨ªa, ordenadores y cuestiones m¨¢s esot¨¦ricas como la edad de nuestro universo, en los laboratorios de todo el mundo se ha ido desarrollando entre bastidores una historia m¨¢s discreta, que tendr¨¢ un impacto m¨¢s profundo en la percepci¨®n humana y en la comprensi¨®n del mundo que nos rodea. Y, curiosamente, las empresas patrocinadoras del estudio son McDonald's, Burger King, KFC y otros proveedores de comida r¨¢pida. Presionados por los activistas que trabajan a favor de los derechos de los animales y por el creciente apoyo de la opini¨®n p¨²blica a las campa?as por un tratamiento m¨¢s humano de los animales, estas empresas han financiado la investigaci¨®n, entre otras cosas, sobre los estados emocionales, mentales y de comportamiento de las dem¨¢s criaturas. Lo que los investigadores est¨¢n descubriendo resulta inquietante. Parece que muchas de estas criaturas son mucho m¨¢s parecidas a nosotros de lo que hab¨ªamos imaginado. Sienten dolor, sufrimiento, y experimentan tensi¨®n, afecto, emoci¨®n e incluso amor. Por ejemplo, en los estudios sobre el comportamiento social de los cerdos realizados por la Universidad Purdue, de Estados Unidos, se ha descubierto que les encanta el cari?o y se deprimen f¨¢cilmente si se les a¨ªsla o se les niega tiempo para jugar con los dem¨¢s. La falta de est¨ªmulos mentales y f¨ªsicos puede tener como consecuencia el deterioro de la salud y una mayor incidencia de diversas enfermedades. La Uni¨®n Europea se ha tomado estos estudios al pie de la letra y ha ilegalizado el uso de pocilgas que a¨ªslan a los cerdos para 2012, ordenando que se sustituyan por pocilgas al aire libre. En Alemania, el Gobierno anima a los criadores de cerdos a dar a cada animal 20 segundos de contacto humano al d¨ªa y a facilitarles dos o tres juguetes para evitar que luchen entre s¨ª.
El estudio sobre los cerdos s¨®lo toca superficialmente lo que est¨¢ ocurriendo en este nuevo y extenso campo de investigaci¨®n sobre las emociones y habilidades cognitivas de los animales. Hace poco, los investigadores quedaron asombrados por la publicaci¨®n de un art¨ªculo en la prestigiosa revista Science donde se informaba de las aptitudes conceptuales de los cuervos de Nueva Caledonia. En experimentos controlados, los cient¨ªficos de la Universidad de Oxford informaban de que se hab¨ªa dado a dos p¨¢jaros, de nombre Betty y Abel, la opci¨®n de utilizar dos herramientas, un alambre recto y otro en forma de gancho, para sacar un trozo de carne del interior de un tubo. Ambos eligieron el alambre en forma de gancho. Pero despu¨¦s, de repente, Abel, el macho dominante, rob¨® el gancho de Betty, dej¨¢ndola ¨²nicamente con el alambre recto. Sin inmutarse, Betty us¨® el pico para meter el alambre en una grieta y despu¨¦s doblarlo con el pico para hacer un gancho como el que le hab¨ªan robado. A continuaci¨®n sac¨® la comida del interior del tubo. Los investigadores repitieron el experimento 10 veces m¨¢s, d¨¢ndole s¨®lo alambres rectos, y ella hizo el gancho nueve de las 10 veces, demostrando una compleja habilidad para crear herramientas.
Y luego est¨¢ la historia de Alex, el loro gris africano que era capaz de realizar a la perfecci¨®n tareas que antes se pensaba que eran coto exclusivo de los humanos. Alex es capaz de identificar m¨¢s de 40 objetos y siete colores, y puede juntar y separar objetos en categor¨ªas. Incluso es capaz de aprender conceptos abstractos como "mismo" o "distinto", y resolver problemas utilizando la informaci¨®n que se le facilita. Igualmente sorprendente es Koko, un gorila de 136 kilos al que se ense?¨® el lenguaje de los signos y que ha aprendido a la perfecci¨®n m¨¢s de mil signos y entiende varios miles de palabras en ingl¨¦s. En los ex¨¢menes del cociente de inteligencia humano punt¨²a entre 70 y 95, con lo que se encuentra en la categor¨ªa de aprendizaje lento, pero no de retraso.
La fabricaci¨®n de herramientas y el desarrollo de complejas aptitudes ling¨¹¨ªsticas no son m¨¢s que dos de los muchos atributos que cre¨ªamos que eran exclusivos de nuestra especie. La conciencia del propio ser es otro de ellos. Desde hace mucho tiempo, los fil¨®sofos y los expertos en el comportamiento animal dec¨ªan que otros animales no son capaces de tener conciencia de s¨ª mismos porque carecen del sentido del individualismo. Pero no es as¨ª, seg¨²n toda una serie de estudios nuevos. En el Zoo Nacional de Washington, los orangutanes a los que se dan espejos exploran partes de su cuerpo que de otra forma no pueden ver, lo que demuestra que son conscientes de s¨ª mismos. Un orangut¨¢n llamado Chantek, que vive en el Zoo de Atlanta, lo demostr¨® de forma extraordinaria utilizando un espejo para escarbarse los dientes y ajustarse las gafas de sol, seg¨²n su cuidador.
Naturalmente, cuando llegamos a la prueba definitiva de lo que distingue a los humanos de otras criaturas, los cient¨ªficos creen desde hace mucho que el duelo por los muertos representa la verdadera l¨ªnea divisoria. Otros animales no tienen sentido de su mortalidad y son incapaces de comprender el concepto de su propia muerte. Pero no es as¨ª necesariamente. Al parecer, los animales experimentan dolor. Muchas veces los elefantes se quedan varios d¨ªas junto a sus parientes muertos, en silencio, toc¨¢ndoles de vez en cuando el cuerpo con la trompa. El bi¨®logo keniata Joyce Poole, que lleva 25 a?os estudiando al elefante africano, dice que el comportamiento de los elefantes hacia los muertos "me deja pocas dudas de que experimentan unas emociones y tienen un cierto entendimiento de la muerte".
Tambi¨¦n sabemos que pr¨¢cticamente todos los animales juegan, especialmente de peque?os. Todo el que haya observado las cucamonas de cachorros, gatitos, oseznos y dem¨¢s no habr¨¢ podido evitar percibir las similitudes que hay entre su forma de jugar y la de nuestros hijos. Estudios recientes de la qu¨ªmica cerebral de las ratas demuestran que, al jugar, sus cerebros liberan grandes cantidades de dopamina, una sustancia neuroqu¨ªmica asociada con el placer y la emoci¨®n en los seres humanos. Al percatarse de las sorprendentes similitudes en la anatom¨ªa del cerebro y la qu¨ªmica de los humanos y otros animales, Steven Siviy, cient¨ªfico experto en el comportamiento de Gettysburg College, Pensilvania, se plante¨® una pregunta que cada vez m¨¢s investigadores se plantean: "Si creemos en la evoluci¨®n por selecci¨®n natural, ?c¨®mo vamos a creer que los sentimientos aparecieron de repente, de la nada, con los seres humanos?".Los nuevos descubrimientos de los investigadores distan mucho de los conceptos abrazados por la ciencia ortodoxa. Recuerden que fue Ren¨¦ Descartes, el gran cient¨ªfico y fil¨®sofo de la Ilustraci¨®n, quien describi¨® a los animales como "aut¨®matas sin alma", cuyos movimientos poco se diferenciaban de los de las marionetas automatizadas que bailaban sobre el reloj de Estrasburgo. Hasta hace muy poco, los cient¨ªficos a¨²n fomentaban la idea de que la mayor¨ªa de las criaturas se comportaban exclusivamente por instinto y de que lo que parec¨ªa ser comportamiento aprendido no era m¨¢s que actividad impulsada gen¨¦ticamente. Ahora sabemos que los gansos tienen que ense?ar a sus hijos las rutas de emigraci¨®n. De hecho, estamos descubriendo que en la mayor¨ªa de los casos el aprendizaje pasa de padre a v¨¢stago, y que la mayor¨ªa de los animales utilizan todo tipo de experiencia aprendida por la experimentaci¨®n continua y la soluci¨®n de problemas mediante la t¨¦cnica de prueba y error.
?Qu¨¦ repercusiones tiene todo esto sobre la forma en que tratamos a otras criaturas? ?Qu¨¦ pasa con los millares de animales que cada a?o son sometidos a dolorosos experimentos de laboratorio? ?O con los millones de animales dom¨¦sticos criados en las condiciones m¨¢s inhumanas y destinados para el matadero y el consumo humano? ?Deber¨ªamos prohibir las trampas para patas y boicotear la compraventa de abrigos de piel? ?Y qu¨¦ pasa cuando se mata a los animales por deporte, como la caza del zorro en la campi?a inglesa, las corridas de toros en Espa?a o las peleas de gallos en M¨¦xico? ?Qu¨¦ pasa con el entretenimiento? ?Deber¨ªamos enjaular a los leones salvajes en los zoos y dejar que los elefantes act¨²en en los circos? Estas preguntas est¨¢n empezando a plantearse en los juzgados y en la legislaci¨®n de todo el mundo. Actualmente, Harvard y otras 25 facultades de Derecho s¨®lo de Estados Unidos han introducido cursos sobre los derechos de los animales, y cada vez entran en el sistema de tribunales m¨¢s casos representando los derechos de los animales. Alemania se convirti¨® hace poco en el primer Gobierno del mundo en garantizar los derechos de los animales en su Constituci¨®n.
Lo que queda claro a lo largo de la historia humana es que la trayectoria del hombre ha consistido, en esencia, en la extensi¨®n de la empat¨ªa a dominios m¨¢s amplios e incluyentes. Al principio, la empat¨ªa s¨®lo se extend¨ªa a los parientes y la tribu. Con el tiempo se ampli¨® a personas de valores similares, que compart¨ªan una religi¨®n, una nacionalidad o una ideolog¨ªa com¨²n. En el siglo XIX se establecieron las primeras sociedades humanitarias, en las que la empat¨ªa se extendi¨® hasta incluir a las dem¨¢s criaturas. Hoy hay millones de personas en todo el mundo que se identifican con el movimiento a favor de los derechos humanos y siguen profundizando y ampliando la preocupaci¨®n y empat¨ªa humana por las dem¨¢s criaturas. Los estudios actuales sobre las emociones, cognici¨®n y comportamiento animal abren una nueva fase en la trayectoria humana, permiti¨¦ndonos ampliar y profundizar nuestra empat¨ªa, esta vez para incluir la comunidad m¨¢s amplia de criaturas que viven junto a nosotros.
Jeremy Rifkin es autor de El siglo de la biotecnolog¨ªa y presidente de la Fundaci¨®n sobre Tendencias Econ¨®micas de Washington. Traducci¨®n de News Clips. ? Jeremy Rifkin, 2003.
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