Equilibristas
Lleg¨® Jesuli quemando la hierba por el corredor del 9, peg¨® tres bandazos, y la empalizada del Valencia salt¨® por los aires.
Tres segundos antes hac¨ªa su ronda entre l¨ªneas, es decir, merodeaba por tierra de nadie, y hab¨ªa recibido uno de esos pases de mantenimiento que forman parte de la rutina; un pase cualquiera de un compa?ero cualquiera en un momento cualquiera. Fiel a su estilo de guerrillero, actu¨® con la m¨¢xima diligencia: se deshizo de su disfraz de fontanero, alarg¨® el perfil, envolvi¨® el bal¨®n con el canto de las botas, y cuando quisimos darnos cuenta la jugada se hab¨ªa convertido en l¨ªquido inflamable.
Despu¨¦s saltaron las alarmas, Ben¨ªtez sali¨® de la marquesina y lanz¨® sobre ¨¦l a sus mastines m¨¢s fieros: Albelda apret¨® las fauces, Ayala se afil¨® el colmillo en los galones de la camiseta y a Marchena le sali¨® una v¨ªbora en el entrecejo.
De repente, todos cayeron sobre su presa, pero algo imprevisto ocurri¨® en los callejones de Mestalla. Mientras el caos se apoderaba del escenario, el dibujo del Valencia comenz¨® a deformarse sospechosamente.
En vez de apurarse, Jesuli se carg¨® de energ¨ªa nuclear: llen¨® los pulmones, tens¨® la musculatura, amag¨® un viraje, dio tres bandazos, se dispar¨® como un resorte, y misteriosamente, en el largo instante de una explosi¨®n, los restos de la jaur¨ªa se dispersaron por los alrededores. S¨®lo faltaba firmar la demolici¨®n de la barraca: entr¨® en el ¨¢rea como un rayo y tir¨® al flanco del portero.
A la misma hora, los otros equilibristas de la Liga mostraban sus habilidades. En Barcelona, Javier Saviola se deslizaba por las cornisas del Camp Nou con su conocida predisposici¨®n de conejo: encogi¨® el labio, ense?¨® los dientes, olfate¨® el punto de penalti, estir¨® el cuerpo en una violenta sacudida lateral, se escabull¨® por la galer¨ªa m¨¢s pr¨®xima y reapareci¨® en la boca de gol con su maliciosa sonrisa de roedor, su velocidad terminal y su pie blindado. En Pamplona, Joaqu¨ªn buscaba una salida hacia el bander¨ªn de c¨®rner por el viejo procedimiento de enga?ar al defensa con su pupila met¨¢lica y su doble zapateado, y en Sevilla, Reyes, el mu?eco el¨¢stico, ensayaba todas las formas posibles de caminar sobre el pasamanos de una escalera de caracol: brace¨® para estabilizar la figura, gir¨® sobre s¨ª mismo y convirti¨® la maniobra en un torbellino.
Convencidos de que un buen recorte es todo lo que separa un fracaso de un ¨¦xito, nuestros equilibristas, ganadores o perdedores, volvieron a jugar con una exquisita mezcla de intuici¨®n, rapidez y tacto.
S¨®lo due?os de su propia fragilidad, deber¨ªan ser declarados especie protegida.
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