Novedades y normalidad de un compromiso
En las disposiciones constitucionales y en la tradici¨®n hist¨®rica, incluso reciente, de la monarqu¨ªa espa?ola los herederos de la l¨ªnea din¨¢stica se han casado con personas de estirpe real y de inequ¨ªvoca ortodoxia cat¨®lica. Don Alfonso XIII cuando se decidi¨® al enlace con Do?a Victoria Eugenia parti¨® de la base de su conversi¨®n al catolicismo que parece haberse llevado a cabo en condiciones particularmente desagradables para la contrayente. De sus hijos, los dos primeros renunciaron a la sucesi¨®n por sus deficiencias f¨ªsicas (el primog¨¦nito, Alfonso, era hemof¨ªlico; el segundo, Jaime, tartamudo) pero en ocasiones, cuando el segundo reivindic¨® sus derechos, algunos mencionaron, para la negativa a reconocerlos, su enlace con persona no perteneciente a la realeza europea.
Los espa?oles se dicen republicanos y se proclaman juancarlistas
El matrimonio de Don Juan Carlos de Borb¨®n, en una ¨¦poca en que ¨¦l utilizaba el t¨ªtulo de Pr¨ªncipe de Asturias pero el r¨¦gimen del general Franco no se lo atribu¨ªa, siempre se pens¨® que fuera con persona de estirpe real. As¨ª lo prueba la condici¨®n de otra candidata (una Saboya), pero tambi¨¦n el hecho de que Don Juan considerara la boda como una cuesti¨®n din¨¢stica, incluso como de Estado, aunque ¨¦l no reinaba. Por ello evit¨® cuidadosamente que Franco interviniera, de modo que s¨®lo fue informado a posteriori. Do?a Sof¨ªa se convirti¨® al catolicismo sin que existieran las asperezas que hubo de sufrir la anterior reina de Espa?a; alg¨²n futuro ministro de Franco la adjetiv¨® de "hereje" antes de que as¨ª sucediera y ya se puede calcular que la pareja real lo record¨® durante mucho tiempo. La boda se llev¨® a cabo de modo sucesivo de acuerdo con la religi¨®n ortodoxa griega y la cat¨®lica.
La Constituci¨®n espa?ola de 1978 no hace referencia a ninguno de esos requisitos y con ello no hace otra cosa que traducir en texto legal lo que es una realidad social. La pertenencia a la estirpe real carece de sentido a estas altura en cualquier monarqu¨ªa, pero tambi¨¦n en un Estado aconfesional la sujeci¨®n a las pautas marcadas por una religi¨®n.
En cuanto a los comportamientos en el sentido estricto cabe a?adir algo m¨¢s. Se suele decir que en los a?os treinta el duque de Windsor renunci¨® a la sucesi¨®n de la corona brit¨¢nica por su amor hacia una divorciada. En realidad, el factor determinante fue que el divorcio era a¨²n una realidad infrecuente en la Gran Breta?a de la ¨¦poca: apenas un millar antes de la primera Guerra Mundial y s¨®lo el triple despu¨¦s de ella. Los matrimonios rotos forman parte de la realidad cotidiana espa?ola tanto como la formaci¨®n universitaria (don Felipe ser¨¢ el primer Rey de Espa?a con ella).
La futura Reina de Espa?a ofrece, pues, en sus rasgos personales, novedades pero que se insertan dentro de una evidente normalidad. Eso parece apropiado y viene avalado tambi¨¦n por una formaci¨®n y dedicaci¨®n profesional respetables. Quiz¨¢ lo que se descubre como m¨¢s sorprendente en este momento es que hay un aspecto de nuestra Constituci¨®n que ya no se adec¨²a a la realidad. Ahora que el Pr¨ªncipe de Asturias puede tener sucesi¨®n parece insostenible la preferencia por la l¨ªnea masculina sobre la femenina que prescribe nuestro texto de 1978.
En una Espa?a en que tantos esfuerzos ha tenido que hacer la mujer durante tanto tiempo para igualarse con el hombre, no parece aceptable que se establezca esa prioridad. Cuando, por otros motivos, se plantea la posibilidad de cambios constitucionales he aqu¨ª un motivo inevitable para hacerlos.
Una reflexi¨®n m¨¢s que se refiere a la propia monarqu¨ªa. Los espa?oles se dicen republicanos, se proclaman juancarlistas y eluden, con pudor, manifestarse mon¨¢rquicos. A mi modo de ver, la instituci¨®n ha prestado grandes servicios a Espa?a y funciona razonablemente bien. Tiene un peligro que azota a todas las monarqu¨ªas del tercer milenio, la sobrexposici¨®n medi¨¢tica, agravado por la existencia de una especie de mon¨¢rquicos profesionales dispuestos a administrarla, recomendar sobre ella y atribuirse derechos exclusivos de interpretaci¨®n. Lo hemos visto ya y lo podemos seguir viendo a continuaci¨®n; ¨¦stas son realidades que habr¨¢ que tener en cuenta.
De momento, la sorpresa ha producido un resultado parad¨®jico. Tras una especie de reflejo corporativo la futura Reina de Espa?a, porque es periodista, re¨²ne todas las cualidades pero tambi¨¦n son posibles todos los nubarrones. De ah¨ª pueden derivar posteriores cr¨ªticas. Pero, como don Juan Carlos suele decir a su sucesor, la monarqu¨ªa hay que gan¨¢rsela d¨ªa a d¨ªa. Seguro que la futura Reina lo sabe tambi¨¦n.
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