Princesas
"Enamorados, comprometidos, convencidos e ilusionados" son cuatro adjetivos de moda que definen muy bien el estado de ¨¢nimo de una pareja que se ha descubierto (rec¨ªprocamente, se entiende) no hace mucho y que se profesa tal admiraci¨®n que se atreve a dibujar un futuro en com¨²n sin miedo a nada. Quien no haya pasado por tal experiencia se ha perdido, sin duda, uno de los momentos m¨¢s sublimes de la vida. Una fase as¨ª te empapa de optimismo, te eleva varios palmos del suelo y hasta te proporciona una escara de protecci¨®n contra la misma mediocridad. Luego vendr¨¢ la costumbre, de acuerdo, el desfile de esos d¨ªas infinitamente iguales, pero ese tiempo de fascinaci¨®n lo justifica todo. El enamoramiento tiene esas cosas, aunque tambi¨¦n responde a una l¨®gica interna que se explica sin demasiado esfuerzo. El caso del Pr¨ªncipe de Asturias, por citar uno de actualidad, ilustra bastante bien la teor¨ªa. ?l, consciente de sus cualidades, su posici¨®n y sus gustos, tras un amplio abanico de aspirantes, se ha decidido por una muchacha capaz de despertar en ¨¦l una admiraci¨®n s¨®lida, por una mujer que rebasa en varios grados su metro noventa y ocho de Pr¨ªncipe y ha dejado m¨¢s que patente su inteligencia, soltura, profesionalidad y, c¨®mo no, su belleza; ingrediente que aglutina y remata el prodigio. La ¨®ptica contraria, la de ella, coincide en lo esencial: el muchacho no tiene desperdicio y ofrece sobrados argumentos para la admiraci¨®n casi absoluta. Pero la prueba definitiva llega cuando el asunto se hace p¨²blico y ambos, lejos de amedrentarse, se crecen de placer, sienten que su orgullo se ensancha ante la suerte de llevar de la mano a la criatura m¨¢s valiosa de este mundo.
Pese a todo, una experiencia as¨ª no es privilegio real. Cualquier plebeyo puede correr la misma suerte. El d¨ªa en que salimos a la calle abrazados a la mujer que nos genera orgullo, admiraci¨®n, ternura y tantas cosas, nuestra sangre es m¨¢s azul que nunca. Llamarla princesa de vez en cuando es lo de menos, ella sabe que lo es cada vez que la cogemos de la mano y siente en lo m¨¢s ¨ªntimo que el prodigio se prolonga, que sus pies a¨²n permanecen a diez cent¨ªmetros del suelo.
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