Fanfarria y fantas¨ªa
Si la arquitectura es m¨²sica congelada, los auditorios deber¨ªan serlo doblemente. El de Tenerife se inaugur¨® el 26 de septiembre estrenando una obra menor del polaco Krysztof Penderecki, la Fanfarria real, y algo hay del estr¨¦pito de metal de la composici¨®n musical en las formas desafiantes y ruidosas de Santiago Calatrava. Cuatro semanas despu¨¦s, el 23 de octubre, fue el turno del Disney Hall, abierto en Los ?ngeles con un programa que culminaba en La consagraci¨®n de la primavera, la partitura de Stravinski que Walt Disney populariz¨® al incluirla en su pel¨ªcula de 1940 Fantas¨ªa, y tambi¨¦n la obra de Frank Gehry parece agitar sus vol¨²menes con una imaginaci¨®n extravagante que funde vanguardia y dibujos animados. Fanfarria o fantas¨ªa, los auditorios tienen en com¨²n -adem¨¢s de los tres lustros que han tardado en hacerse realidad- la vocaci¨®n escult¨®rica de sus autores, la ambici¨®n de convertirse en s¨ªmbolo de sus ciudades, y hasta el repertorio metaf¨®rico empleado por los medios para saludar su estreno: los dos han sido comparados con barcos y velas; los dos se han descrito usando el viento y las olas; y las dos salas, con sus c¨¢lidos revestimientos de madera y exigente ac¨²stica, han propiciado la menci¨®n de los instrumentos de Stradivarius o Guarneri.
Existe, desde luego, otro asunto que los hermana, y es el haber sido construidos como sede de orquestas ejemplares: la Sinf¨®nica de Tenerife, bajo V¨ªctor Pablo P¨¦rez, y la Filarm¨®nica de Los ?ngeles, dirigida desde 1992 por Esa-Pekka Salonen, son instituciones cuya consistente trayectoria augura un rigor en la programaci¨®n sin la cual la mejor arquitectura musical se descompone, porque estos edificios est¨¢n hechos para ser o¨ªdos tanto como para ser vistos. Por lo dem¨¢s, las obras no pueden ser m¨¢s diferentes, y si ambos arquitectos se complacen en citar a Giacometti o exhibir sus intereses biom¨®rficos, la imaginer¨ªa naturalista de Calatrava se alimenta, como Saarinen o Utzon, de las geometr¨ªas sim¨¦tricas org¨¢nicas y el movimiento quieto de la articulaci¨®n o el vuelo, mientras el manierismo expresionista de Gehry evoca, como Borromini o Scharoun, las convulsiones coreogr¨¢ficas y la escenograf¨ªa on¨ªrica de una fronda encantada. Tenerife, que para los m¨¢s esc¨¦pticos ser¨¢ s¨®lo un remake na¨ªf de Sidney, puede m¨¢s amablemente presentarse como un bodeg¨®n optimista de picos y alas de hormig¨®n; y Los ?ngeles, que los m¨¢s c¨ªnicos ver¨¢n como un Bilbao con esteroides, deber¨ªa m¨¢s generosamente describirse como un turbi¨®n tormentoso de p¨¦talos de acero.
El Auditorio de Tenerife, que inicialmente ten¨ªa otro emplazamiento y otro arquitecto, se encomend¨® a Calatrava en 1988 en su ubicaci¨®n final al borde del Atl¨¢ntico, y desde el primer proyecto hasta la obra definitiva -terminada con un coste de 72 millones de euros- ha mantenido su caracter¨ªstico perfil de logotipo, con la colosal onda plegada que se eleva ingr¨¢vida sobre la almendra de la sala de conciertos. Fabricada en acero con t¨¦cnicas de construcci¨®n naval por trabajadores de astillero, la onda met¨¢lica se presenta revestida para fingir continuidad con las superficies de hormig¨®n y trencad¨ªs blanco que otorgan homogeneidad visual al conjunto, y no tiene otra funci¨®n que la simb¨®lica, un poco a la manera del Arco de Saint Louis, la obra m¨¢s diagram¨¢tica de un Saarinen cuya muerte prematura dej¨® interrumpida una trayectoria que Calatrava curiosamente prolonga. Y si la pl¨¢stica de los vol¨²menes exteriores remite testarudamente a sus iniciales ensayos escult¨®ricos, tambi¨¦n la hermosa sala acomoda sus 1.660 plazas bajo las palmas convergentes y a¨¦reas de tantos proyectos anteriores, y frente a un dosel que se pliega con la misma articulaci¨®n musical de su obra primera, las puertas de los almacenes Ernsting, ilustrando reiteradamente la fidelidad del arquitecto a su universo formal.
Diferente es el caso del Walt Disney Concert Hall, promovido en el centro de Los ?ngeles tras la donaci¨®n en 1987 de 50 millones de d¨®lares por la viuda del dibujante y productor cinematogr¨¢fico, adjudicado en 1988 al californiano Frank Gehry tras un concurso que le enfrent¨® a tres premios Pritzker europeos, James Stirling, Hans Hollein y Gottfried B?hm, y terminado con un coste definitivo de 274 millones de d¨®lares seg¨²n un proyecto que en nada se asemeja al inicial, que conten¨ªa una sala muy similar a la Philharmonie berlinesa precedida por un colosal invernadero a modo de vest¨ªbulo. El auditorio finalmente construido utiliza para la sala la planta rectangular preferida por los especialistas en ac¨²stica, aunque aqu¨ª enmascarada por las curvas ubicuas, enriquecida espacialmente por la disposici¨®n de las 2.260 butacas con tapicer¨ªas de camuflaje en una barcaza hiperb¨®lica con terrazas ¨¤ la Scharoun, coronada por un techo de cintas de madera que dibujan un dosel de nubes sonoras, y presidida por un ¨®rgano explosivo que agavilla tallos aristados con violencia wagneriana. El conjunto aglutinado por la extraordinaria sala se despliega bajo una agitada envolvente de superficies alabeadas de acero inoxidable sobre un plinto de arenisca y travertino, con interiores teatrales que combinan ¨¢rboles geom¨¦tricos de sensibilidad pop y corredores serpenteantes a la manera de las Torqued Ellipses de Serra, y una sala de patronos en forma de cono atormentado que lleva a un ¨¦xtasis m¨¢s exhausto que borrominiano. Entre el primer proyecto y la versi¨®n definitiva, adem¨¢s de interrupciones causadas por dificultades varias -el declive econ¨®mico de los primeros noventa, los disturbios de 1992 o el terremoto de 1994-, se sit¨²an la obtenci¨®n del Pritzker por Gehry en 1989, con el consiguiente crecimiento de su estudio, el descubrimiento del programa Catia en 1991, que le permiti¨® construir formas previamente impensables, y la realizaci¨®n del Museo Guggenheim Bilbao entre 1992 y 1997, una obra sin la cual el Disney Hall resulta dif¨ªcilmente inteligible.
Pese a sus evidentes v¨ªnculos, la recepci¨®n cr¨ªtica de los dos auditorios no ha sido paralela. A sus 74 a?os, Gehry sigue siendo admirado, y los comentarios sobre el Disney Hall pasan de puntillas sobre su condici¨®n de Guggenheim bis (incluso el previsto revestimiento de piedra se transform¨® en met¨¢lico tras el ¨¦xito de Bilbao), disculpan su prop¨®sito espectacular por su proximidad a la f¨¢brica de sue?os de Hollywood y llegan al ditirambo en casos como el del norteamericano Martin Filler, que en The New York Review juzga esta obra superior al museo bilba¨ªno, considera al californiano el gran Gesamtkunstwerker de nuestros tiempos, y opina que a partir de ahora s¨®lo deber¨¢ medirse con los m¨¢s grandes del pasado, de Brunelleschi y Alberti en adelante, sin olvidar a los constructores de las catedrales g¨®ticas. En contraste, el 22 a?os m¨¢s joven Calatrava contin¨²a sin obtener el respaldo coral de sus colegas, que fruncen el ce?o cuando alg¨²n entusiasta lo compara con Miguel ?ngel o Gaud¨ª, no aceptan que sus obras puedan servir de logo para Valencia, Milwaukee o los Juegos Ol¨ªmpicos de Atenas, y alcanzan la descalificaci¨®n en ejemplos como el de Deyan Sudjic, que en el mismo n¨²mero de la revista italiana Domus donde se dedican portada y 24 p¨¢ginas al Disney Hall, eval¨²a la reputaci¨®n del "omnipresente Santiago Calatrava" en dos p¨¢ginas donde el valenciano aparece como un populista kitsch cuya ret¨®rica humildad se compadece mal con la escala megal¨®mana de sus obras. Empero, cr¨ªticos de uno y otro se toman prestados los t¨¦rminos: catedral o Stadtkrone, escult¨®rico o escenogr¨¢fico, populista o pop. Delante del Disney Hall va a instalarse un colosal cuello con pajarita de Oldenburg, un gui?o a Mickey Mouse que recuerda el Puppy de Jeff Koons frente al Guggenheim, y que al "pirot¨¦cnico y fallero" Calatrava dif¨ªcilmente le habr¨ªan perdonado. Pero no es sencillo eludir el espect¨¢culo infantiloide en unos tiempos que han visto al presidente americano disfrazado de Top Gun o a los obispos haciendo la ola al Papa, ni es f¨¢cil evitar la imagen medi¨¢tica cuando los superh¨¦roes de la pantalla se hacen gobernadores y los pr¨ªncipes se casan con los telediarios.
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