Caleidoscopio Lepage
El lugar real. Festival de Oto?o. Un hangar en los estudios El ?lamo, cerca de Navalcarnero. Bofetadas para conseguir una localidad: s¨®lo cuatro noches. Vamos a ver una gran novela dram¨¢tica: La Trilogie des Dragons, la deslumbrante y ambicios¨ªsima saga que dio a conocer a Lepage (y a su grupo, el Th¨¦?tre Rep¨¨re) en el mundo entero. En el Mercat, julio de 1989, se vio la primera versi¨®n, de hora y media. La actual dura seis horas. No miras el reloj ni una sola vez: no tienes tiempo, porque el tiempo ha quedado abolido.
El lugar sagrado. Un rect¨¢ngulo de arena. A un lado, un vetusto poste de luz. Al otro, una cabina de madera. En ese jard¨ªn zen de senderos que se bifurcan viajaremos en el tiempo y el espacio. La historia dura 75 a?os, entre dos apariciones del cometa Halley.
Or¨ªgenes. Rep¨¨re quiere decir se?al de territorio, referencia, punto de partida. La madre de Lepage le cont¨® a su hijo la historia de un comerciante chino que gan¨® en el juego a la hija embarazada de un barbero. Pero eso fue s¨®lo el principio. Los miembros del grupo bucearon en recuerdos, asociaciones, ensue?os. As¨ª escribieron La Trilogie des Dragons.
La voz m¨ªtica. Una voz femenina en la oscuridad: "Cuando era una ni?a, todo esto era Chinatown. Ahora es un inmenso aparcamiento. Con el tiempo quiz¨¢s se convierta en un parque, una estaci¨®n de tren o un cementerio. Si rascas con las u?as encontrar¨¢s agua y aceite de motor. Si sigues cavando aparecer¨¢n restos de porcelana y jade. Y los cimientos de las casas donde viv¨ªan las familias chinas. Si sigues cavando, encontrar¨¢s la China que nunca conociste".
Dos, tres, cuatro. Dos protagonistas: Jeanne y su prima, Fran?oise Morin, desde los 12 a?os hasta el fin de sus d¨ªas. Tres dragones del Mahjong, tres guardianes, tres demonios interiores que hay que vencer. Tres ciudades, tres partes. El drag¨®n verde: Quebec, a?os treinta. El drag¨®n rojo: Toronto, 1940. El drag¨®n blanco: Vancouver, 1980. Cuatro lenguajes: franc¨¦s, ingl¨¦s, chino y japon¨¦s. Con sobret¨ªtulos, por supuesto.
Los objetos. El guardi¨¢n del aparcamiento rastrea la explanada con una linterna y descubre una esfera de vidrio con una peque?a rosa iluminada en su interior: el exvoto central del relato. Y tambi¨¦n: las cajas de zapatos con las que Jeanne y Fran?oise juegan a reconstruir las tiendas de su calle arrasada, la Rue St. Joseph. La cabina de madera: la antesala de la lavander¨ªa china del se?or Wong, y un aparato de rayos X, y una tienda de souvenirs de aeropuerto, y mil cosas m¨¢s. La guerra: un pu?ado de zapatos desparejados por el avance de las tropas; zapatos que el hijo de Wong intenta volver a juntar, in¨²til, desesperadamente.
El sonido. El padre de Fran?oise es barbero, y se gana un sobresueldo afeitando cad¨¢veres. Le llaman a medianoche, para que corte los cabellos enlazados de dos hermanas que acaban de sacar del r¨ªo. El chasquido de sus tijeras, n¨ªtido, implacable, mientras la tiniebla vuelve a adue?arse de todo.
La luz. Al principio flota una luz m¨ªtica: la luz que envolvi¨® a los pioneros, a los fundadores. Luz de quinqu¨¦ y barro, precaria, tr¨¦mula; en la morgue, en la Rue St. Joseph bajo la lluvia de invierno; en el laberinto subterr¨¢neo de la lavander¨ªa. Luz de western crepuscular, la luz de Monty Walsh o McCabe & Mrs. Miller. Luz ocre, de oro sucio, de daguerrotipo perdido.
Estrategias narrativas. Jeanne aprende a escribir a m¨¢quina al dictado, con una voz grabada. Los textos, aparentemente inocuos, que teclea en Quebec, viajan hasta Toronto y se convierten en la pauta paranoica de los peores temores de Lee Wong, obsesionado por el primer amor de Fran?oise, su esposa comprada. Historias paralelas, v¨ªnculos on¨ªricos. Ecos posibles: El asesino ciego, de Margaret Atwood, otra canadiense visionaria. Ragtime, de Doctorow. Cr¨®nica del p¨¢jaro que da cuerda al mundo, de Murakami.
Un secundario. Crawford, el ingl¨¦s que llega a Canad¨¢ con una maleta llena de zapatos para descubrir el opio en el centro del laberinto. Su muerte, cuarenta a?os despu¨¦s, autoinmolado con gasolina y una cerilla en su silla de ruedas. Cruza la escena un rickshaw vac¨ªo, envuelto en llamas. Un ni?o alza un globo rojo: el ingl¨¦s ha vuelto a su Hong Kong natal.
Un lirio roto. Otra muerte imborrable: Stella, la hija subnormal de Fran?oise y Lee Wong. Asesinada a golpes por el enfermero del manicomio porque se resist¨ªa a separarse de su juguete, la esfera de cristal con una rosa iluminada. El silencio oce¨¢nico de su padre, al depositar en la tumba un barquito incendiado, para su ¨²ltimo viaje.
Una canci¨®n. Youkali Tango, de Kurt Weill y Roger Fernay. Himno recurrente, emblema de la China perdida, inalcanzable. "C'est le pays de nos d¨¦sirs / c'est le bonheur, c'est le plaisir / mais c'est un r¨ºve, une folie / il n'y a pas de Youkali". Al acabar la Trilogie, Lepage march¨® a Oriente, como Pierre, el hijo de Jeanne. En 1996 volvi¨® con una nueva saga, una nueva visi¨®n: Les sept rivages de la rivi¨¨re Ota.
El regalo del mago. La maravillosa sensaci¨®n de que en el teatro de Lepage todo es posible y todo es narrable. Juguemos a los v¨ªnculos imposibles: Rambal + Brook = Lepage. El gran mago que ha integrado todos los lenguajes: la literatura, la danza, el cine, el drama. De la m¨¢xima pureza a la m¨¢s alta tecnolog¨ªa.
Actores. El definitivo juego de magia. Al acabar, salen a saludar ocho actores. Sylvie Cantin. Jean Antoine Charest. Simone Chartrand. Hugues Frenette. Tony Guilfoyle. V¨¦ronika Makdisi-Warren. Emily Shelton. Nos preguntamos: "?Y d¨®nde est¨¢n los otros cien?".
Una frase (despu¨¦s de la lluvia). Rosana Torres, en el contestador: "Nunca hab¨ªa visto a tanta gente llorando junta en un teatro".
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