El vuelo excede el ala
En su sitio
No se trata de alegrarse de las desgracias ajenas sino de congratularse de que vayan desapareciendo situaciones estrafalarias que no ten¨ªan maldita la gracia. Con el tijeretazo presupuestario que recorta las alas de la secretaria de autopromoci¨®n cultural se termina con un rosario de irregularidades de toda clase, y de paso tal vez tambi¨¦n con las ¨ªnfulas injustificadas de una docena de artistas pl¨¢sticos que tienen en tanto su obra que no pod¨ªa por menos que ser expuesta en las afueras de Nueva York. Si se tiene en cuenta que ese recorte afecta tambi¨¦n al IVAM, donde su actual director se hab¨ªa hecho un saquito a su medida, habr¨¢ que concluir que estamos ante buenas noticias, siempre que, a cambio, se refuerce el ¨¢rea de Educaci¨®n, que tanta falta hace. Y si de paso Teatres de la Generalitat consigue remontar el vuelo, mejor que mejor.
Gaviotas en el alero
En las cubiertas de teja del colegio P¨ªo XII, no hay tarde de domingo, a lo que tengo observado, que dos o tres gaviotas de cierta envergadura no se zampen impunemente un par de palomas atontadas por el tr¨¢nsito de la luz en lo alto de un dep¨®sito de aguas que mejor si est¨¢ en desuso, por aquello de la contaminaci¨®n de los restos. Es posible que con sus picos lleguen directamente a las v¨ªsceras de las v¨ªctimas, ya que la depredaci¨®n apenas dura unos minutos, y que dejen para otros animales de pluma el disfrute de lo que el pajarraco desde?a. No se qu¨¦ pensar¨¢ el amigo Mart¨ª Dominguez, experto en diversas conductas animales, de una intromisi¨®n tan invasiva como, al parecer, nutritiva, pero lo cierto es que no he visto todav¨ªa ning¨²n buitre sobrevolando la zona. Y a saber en qu¨¦ queda tanta l¨ªrica de reposter¨ªa dedicada a las gaviotas. Emblema repetido, por otra parte, de cierta formaci¨®n pol¨ªtica. ?Alguien sabe si las gaviotas padecen de trastorno bipolar?
Tragedias y d¨ªas
La todav¨ªa guerra de Irak nos afecta a todos, no s¨®lo en nombre de un vago, o concreto, sentimiento humanitario: tambi¨¦n porque all¨ª se decide en buena medida el rumbo que occidente habr¨¢ de marcarse en los pr¨®ximos decenios. Hasta el temible Donald Rumsfeld (cuya apariencia f¨ªsica se ha deslizado en las ¨²ltimas semanas desde la fiereza del halc¨®n con lentes de titanio hasta las evidencias de un Pato Donald de luto riguroso cruzado con las descoyunturas de Pinocho) anuncia d¨ªas a¨²n m¨¢s tr¨¢gicos, en ese tono de cruzado de reposter¨ªa que no tendr¨ªa otro remedio que persistir en esa cadena de decisiones que llevan de derrota en derrota hasta la victoria final. El peligro de estos estalinistas de ultraderecha es que ni siquiera saben el horror que siembran a su paso. Lo cont¨® muy bien Graham Greene en El americano impasible. Est¨²pidos hasta las cejas en su criminal altaner¨ªa.
Peyr¨® Roggen, Guillermo
Pese a todo, Guillermo sigue igual, igual que siempre. Una eternidad hacia la que siempre ha tenido un gesto perpetuo de orgulloso desd¨¦n. Su pintura, que ahora puede verse en una galer¨ªa valenciana, se mueve a golpes de una intensidad interior que el origen noruego del artista se resiste a ofrecer al mir¨®n en toda la certidumbre de sus avances de apariencia min¨²scula pero que muda de piel, nunca de sustancia, en cada una de sus entregas anuales. La de litros de cerveza que habr¨¢ trasegado Guillermo, acodado en la barra de los baretos de post¨ªn, discutiendo de pintura con Julio Bosque, Xisco Mensua o Vicente Fuenmayor, en aras de un barroquismo conceptual resuelto en un minimalismo muy cargado de intenciones. Ahora pinta estanter¨ªas de libros improbables y estancias oscuras con escaleras ausentes que parecen puntos de llegada, cuando no son sino la p¨¦rtiga hacia otras indagaciones. Mayores.
Diez a?os sin Fellini
En el funeral de Ernst Lubitsch, un colaborador de Billy Wilder coment¨® que ya nunca m¨¢s ver¨ªan al famoso director, a lo que Wilder repuso que lo peor era que jam¨¢s ver¨ªan ninguna otra obra de Lubitsch. Es curioso que los imitadores -que los hay a montones, como si el cine careciera de impresiones- de las pel¨ªculas de Lubitsch, Wilder o Fellini, no consigan sino mostrar la enorme distancia que separa el oficio del talento, as¨ª en la tierra como en el cielo. A los diez a?os de la muerte de Fellini, nadie ha llenado ese hueco de desmesura f¨ªlmica disfrazado de confesi¨®n ¨ªntima, o a la inversa, qu¨¦ importa. A¨²n hoy, el espectador ajeno a la baratija de los efectos especiales sabe que en un filme de prestidigitador fingido pero sincero a rachas como Ocho y medio se encuentra en estado puro todo lo que quiso saber sobre la esencia del cine y jam¨¢s se atrevi¨® a preguntar. Una emoci¨®n que parec¨ªa inmortal, y ya ven.
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